“Mi destrucción como persona proviene de ‘Lolita”: los peligros de seducir en el cine demasiado pronto
Dominique Swain, la Lolita de fama efímera que se hizo famosa en su versión de 1997, cumple 40 años como una actriz de serie Z. Es la última víctima de una maldición que parece afectar a toda la que se atreva a interpretar a este arquetipo (y tiene contadas excepciones)
EVA GÜIMIL
11 AGO 2020 - 10:50 COT
Hoy Dominique Swain (Malibú, 1980) cumple 40 años y muchos lectores se preguntarán: “¿Dominique qué?”. Aunque en 2020 haya que esforzarse para recordar su nombre y su rostro, a mediados de los noventa se impuso a otras 2.500 adolescentes –entre las que se encontraban estrellas del momento como Christina Ricci, Melissa Joan Hart o Jennifer Love Hewitt– para interpretar uno los grandes papeles del año: la nueva versión de Lolita que preparaba el británico Adrian Lyne. ¿Y por qué no la recordamos entonces?
La actriz Dominique Swain saltó a la fama en 1997, con 17 años, al dar vida a Lolita en una nueva adaptación de la controvertida novela. Su fama, como la de anteriores 'lolitas' en el cine, duró muy poco. |
“Abrí emocionada mi primera carta de un fan para leer una fantasía sobre una violación que un hombre me había escrito, y un programa de radio inició una cuenta atrás hasta mi dieciocho cumpleaños, la fecha en que sería legal acostarse conmigo. Los críticos de cine hablaban en sus reseñas sobre mis pechos en ciernes", declaró Natalie Portman en 2017
En primer lugar, porque Lolita fue un fracaso. Un fracaso hermosamente filmado por un director que hasta entonces había convertido en éxitos, polémicos pero lucrativos, todos sus films: Flashdance, Nueve semanas y media, Atracción fatal, Una proposición indecente…¿Por qué iba a ser distinto esta vez, si además de estar basada en uno de los grandes éxitos de la literatura universal contaba con dos figuras como Jeremy Irons y Melanie Griffith y una nueva estrella de sonrisa resplandeciente a la que los medios habían hecho una cobertura desorbitada?
Pero la controversia llegó incluso antes de que se hubiese grabado un solo plano de la película. Con el asesinato de la niña Jon Benét Ramsey –que a sus seis años era una habitual de los certámenes de belleza infantil– aún reciente, el debate sobre la sexualización de los menores estaba más presente que nunca y para echar más leña a aquel fuego el activista religioso Randall Terry impulsó una campaña contra la principal cadena de libros de Estados Unidos Barnes & Noble, a los que acusaba de vender libros con desnudos infantiles. Aunque el erotismo que desprendían aquellas fotos estuviese más cerca de cualquier anuncio de perfume que de la pornografía, de hecho uno de los autores de esos libros era el cineasta británico David Hamilton, que por entonces se encargaba de las campañas publicitarias de las fragancias de Nina Ricci.
En medio de aquel clima, Lyne fue especialmente cuidadoso a la hora de preparar las escenas entre Irons y Swain y se encargó de que trascendiese que se había utilizado una doble de cuerpo para los desnudos, pero daba igual: la película había nacido herida de muerte.
"['Lolita'] me expuso a tentaciones a las que ninguna niña de esa edad debía ser sometida. Desafío a cualquier chica bonita a ser catapultada al estrellato a los 14 años y poder mantenerse en ese nivel de ahí en adelante”, alertó la fallecida Sue Lyon
"Esta película le da un toque erótico al sexo infantil, provoca el deseo sexual en los pedófilos. Y a Lyne todo esto no le importa nada", declaró el activista religioso Robert Peters de la organización Morality in Media, mientras las distribuidoras se iban rezagando a la hora de pujar por la que iba a ser una de las grandes películas del año. Lolita acabó estrenándose de tapadillo en 1997 en una sala de Nueva York y otra de Los Ángeles y, casi al mismo tiempo, se emitió en televisión. Con un presupuesto de más de 50 millones, apenas recaudó 10 en todo el mundo.
La maquinaria publicitaria que había llevado a Swain con su sempiternas trencitas y su chicle rosa a las revistas de medio mundo no había podido obrar el milagro. Al contrario de lo que había pasado con Jennifer Beals en Flashdance, Kim Basinger en Nueve semanas y media o Glenn Close en Atracción fatal, la estrella femenina de la película de Lyne –que actualmente prepara su regreso al cine tras casi 20 años con Ana de Armas– no había salido reforzada.
Además del fracaso de la película, también contribuyó a ello la falta de experiencia de Swain. Lolita había sido su primera actuación, jamás se había subido ni siquiera a un escenario escolar, simplemente había ido a cientos de audiciones que no habían fructificado hasta que llegó la película de Lyne. La exposición pública no había servido para convertirla en una estrella, pero sí para dejar constancia de lo poco preparada que estaba para Hollywood. Swain provenía de un entorno humilde y poco familiarizado con Hollywood y en algunos aspectos se parecía demasiado a Dolores Haze, la Lolita de la novela original de Nobokov. Se saltaba las ruedas de prensa, bebía demasiado en las fiestas y era demasiado sincera con los reporteros. "Mi agente dice que no me esfuerzo mucho. Si surgiese un papel como Lolita, realmente iría por él, pero en todas esas otras audiciones solo pienso que tengo que pasar todo el día memorizando líneas que tal vez ni siquiera entienda. Es una pérdida de tiempo'', declaró a The New York Times.
Una sinceridad refrescante que puso sobre alerta a Hollywood. No hubo muchos papeles como ese, aunque a lo mejor creyó que iba a ser así porque el mismo año que fracasó Lolita se estrenó Cara a cara, el adrenalítico thriller de John Woo en el que Nicholas Cage y John Travolta se persiguen entre balas y vuelos de paloma. Y ahí, en medio de ambos, estaba Swain de nuevo siendo una preadolescente lasciva a punto de ser seducida por su presunto padre. Con la tendencia de la industria a encasillar no es de extrañar que todos los papeles que le llegasen después incidiesen en su sexualidad temprana: Girl, La becaria, Tart (quiero probarlo todo)... todas eran subproductos olvidables que se apoyaban en su nombre hasta que su nombre empezó a no significar nada.
La advertencia que nadie escuchó
La primera Lolita le podría haber contado cómo iba a terminar la historia. Desde que fue consciente de la existencia de la nueva película, Sue Lyon (Davenport, Iowa, 1946-Los Ángeles, California, 2019) se mostró horrorizada. Ella mejor que nadie sabía lo que la exagerada atención mediática que despierta un proyecto así podía hacer en la carrera (y la psique de una adolescente). Hija al igual que Swain de una familia muy humilde, su madre había visto en su sonrisa un cheque en blanco, y siendo apenas un bebé le había teñido el pelo y había viajado con ella a California a la espera que la cámara se enamorase de ella. Y lo hizo.
Lyon se impuso a otras ochocientas niñas y acabó rodando a las órdenes de Kubrick el best seller más escandaloso de las últimas décadas. Pero al contrario que Swain, ella sí supo lo que era el estrellato, al menos momentáneo, se convirtió en la cara adolescente del momento y acabó llevándose el Globo de Oro a la actriz revelación. En su siguiente proyecto, La noche de la iguana (John Houston, 1964) volvió a interpretar otro papel de sexualidad precoz, pero ahora ella tenía trato de estrella y, según trascendió, en el rodaje se comportó como una niña mal criada aunque por entonces ya estaba casada.
Y si algo le sobra a Hollywood son las niñas malcriadas que ni siquiera lo son realmente, así que las puertas empezaron a cerrarse y se refugió en el alcohol. Tras un accidente que la dejó dos años en silla de ruedas acabó encontrando acomodo en producciones europeas, algunas como Una gota de sangre para morir amando, de Eloy de la Iglesia, y Tarot, de José María Forqué, se rodaron en España. En 1980, se retiró definitivamente, aunque todavía no había cumplido los treinta y cinco años. Pocos años antes de morir, en una entrevista a Reuters declaró: “Mi destrucción como persona proviene de Lolita. Esa película me expuso a tentaciones a las que ninguna niña de esa edad debía ser sometida. Desafío a cualquier chica bonita a ser catapultada al estrellato a los 14 años y poder mantenerse en ese nivel de ahí en adelante”.
Sue Lyon y Dominique Swain no fueron las únicas niñas que tuvieron que lidiar con unos papeles muy poco adecuados para su edad. Jane March también sabe de eso, el suyo es otro de los nombres que se escribieron miles de veces a principios de los noventa y hoy han desaparecido por completo de la faz de la Tierra. También fue una adaptación literaria la que la encumbró, en este caso El amante, de Marguerite Duras. Aunque March no era exactamente una niña –ya tenía dieciocho años– en la película representaba 15 y su físico frágil y menudo lo hacía creíble.
La adaptación se olvidó por completo del lirismo de Duras y apostó por las escenas eróticas, tan excesivas que se corrió el rumor de que eran reales. El director Jean Jacques Annaud no hizo nada para poner fin a la especulación: "Si es una simulación o una experiencia, tiene poca importancia para mí", declaraba. March quedó marcada por el papel, pero en lugar de dar un giro drástico a su carrera cometió el mismo error que Lyon y Swain y subió la apuesta. Su siguiente película fue El color de la noche, un thriler sexual delirante que incluía la única escena de sexo acuático que puede competir con las de Showgirls (y que muchos vieron a cámara lenta para intenar vislumbrar el pene de Bruce Willis en el agua).
Su esforzada interpretación de una mujer con doble personalidad le valió un Razzie y un billete al olvido más absoluto. Tras casarse con uno de los productores de la película, fue desapareciendo del cine y hace más de un lustro que se ha desvinculado totalmente de la industria.
La otra cara de Lolita
Pero no todos los casos de fracaso y lolitismo son tan extremos. Al contrario de la madre de March, que según declaró su hija sufría viendo sus escenas, la de Brooke Shields tuvo claro desde que dio a luz que su bebé iba a ser su mejor plan de pensiones y para lograrlo la paseo por cuanto casting se abría en California. Con menos de un año ya anunciaba champú y con 12 se enfrentaba al papel que marcaría su carrera, La pequeña, del francés Louis Malle, la historia de una niña a la que su madre criaba en un burdel.
Ante las voces que se alzaron por la presencia de una niña desnuda en la pantalla, la madre de Shields alegó que ella había estado supervisando el rodaje y el escándalo no fue más allá porque era Europa y eran los setenta. Un par de años después, Shields volvió a implicarse en una película sobre el despertar de la sexualidad adolescente en El lago azul, en la que era una asistente social la que vigilaba en todo momento que nada sobrepasase los límites de la decencia hollywodiense.
Fue su última película relevante. Lo siguiente fueron una sucesión de telefilmes y apariciones en revistas a costa de sus relaciones hasta que series como Friends y De repente Susan le devolvieron la popularidad, su primer momento de fama en pantalla no asociada a la sexualidad. Otras también tardaron en recuperarse, pero lo hicieron con renovado brío. En 1976 una Jodie Foster de tan solo 12 años interpretó a una prostituta adolescente en Taxi Driver y el impacto que provocó su papel estuvo detrás del intento de asesinato del presidente Reagan por parte de un perturbado que se obsesionó con ella. Aquel suceso ralentizó su carrera, pero 12 años después estaba levantando el primero de sus dos Oscars y a día de hoy es un referente en Hollywood como actriz y directora.
Una de las razones de la supervivencia de Foster fue la supervisión de su madre. Al igual que Shields, ella también anunció productos antes de aprender a caminar, pero al contrario de lo que sucedió con Shields, su madre veló por sus intereses y a su sólida carrera se sumó una licenciatura en Yale. La de Natalie Portman, otra actriz de pasado lolitesco, fue en Harvard. Con tan solo 12 años mantenía una relación tal vez demasiado adulta con Jean Reno en León (El profesional) (1994) y con 15 era el claro objeto de deseo de Timotthy Hutton en Beautiful girls (1996), lo que la llevó a ser el primer nombre asociado a la Lolita de Lyne, pero ella la rechazó por temer que fuese demasiado “lasciva” y en su lugar prefirió interpretar papeles más acordes a su edad en Mars Attack y La amenaza fantasma.
En 2007 explicó a Film and Music los motivos que le habían hecho dar un giro a su carrera: "De pequeña, me convertí en el sueño de los pedófilos. Ese acoso influyó mucho en mis decisiones profesionales porque estaba asustada de la imagen que podía proyectar. Cuando eres una niña, te emociona el cine y crees que ser famosa es guay. Pero entonces te llega la carta de un fan, la lees y eeeeeeugh, estaba aterrorizada. Puedes imaginar lo que decían. Obviamente, dejé de leerlas, pero me hicieron estar reticente hacia todos los papeles que tuvieran una connotación sexual, especialmente cuando era joven".
Una década después y durante uno de los actos de la Women’s March fue todavía más explícita. “Abrí emocionada mi primera carta de un fan para leer una fantasía sobre una violación que un hombre me había escrito y un programa de radio inició una cuenta atrás hasta mi dieciocho cumpleaños, la fecha en que sería legal acostarse conmigo. Los críticos de cine hablaban en sus reseñas sobre mis pechos en ciernes. Entendí rápidamente, aún teniendo 13 años, que si me expresaba sexualmente, me sentiría insegura y que los hombres se sentirían con derecho a discutir y objetivar mi cuerpo para mi gran incomodidad”. Dominique Swain no escuchó las palabras de advertencia de Sue Lyon, pero tal vez las futuras aspirantes a lolitas (y sus madres) sí escuchen las de Portman.
No hay comentarios:
Publicar un comentario