miércoles, 10 de marzo de 2021

Álvaro Mutis / El libro de los muertos






Álvaro Mutis
EL LIBRO DE LOS MUERTOS

El Tiempo
30 de abril de 2013

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Álvaro Mutis

Leo la última página de La piel de Curzio Malaparte y un agrio caos comienza a descomponer la más o me­nos tranquila estructura que cada día edifico del mundo que me ro­dea. A través de un hermoso esti­lo de herencia proustiana con capi­tosas adherencias meridionales, casi d’annunzianas, Malaparte revive con una fidelidad de examen clíni­co, el manso desleimiento de los va­lores que por treinta siglos han sostenido la vida del hombre occidental sobre la Tierra. Manso pero seguro y precipitado desleimiento.

Una putrefacción de res que muere en el trópico, sor­prende la débil materia que envolvía la vieja y robusta carne de Europa.

Peligroso libro este de Malaparte. Cuando creemos que en deter­minado momento quie­re llevar un mensaje de esperanza a los hom­bres que ven morir la cultura occidental, diciéndoles de la bondad, sencillez, primitiva y honrada sencillez de los «liberadores», de repen­te tiene para estas pa­labras de una sardónica y civilizada crueldad que rompen en pedazos la alentadora imagen que antes trazara.

Así como Malaparte nos descu­bre en La piel el manejo y evolución de lo que él llama la Internacional de los Coridones, así fuera fácil colocar a Malaparte en esa Internacional de la Muerte en la cual formaría con Ca­mus, Neruda, Sartre, Faulkner, Gra­ham Green y Georghiú. Nadie como ellos conocen mejor el imperio de los muertos, su gesto imperioso sobre los vivos, su olor esparcido sobre las co­sas del mundo. Nadie como ellos ha sido tan hondo en encontrar las hue­llas de la muerte, aún en los más vi­vos y frescos elementos del mundo. Y entre ellos, ninguno ha llegado a una tan íntima familiarización con los ra­ros caprichos de los muertos, con el rígido ademán de los cadáveres cuyo significado él interpreta con singu­lar justeza como Malaparte.



Desde las primeras páginas de Kaputt y en las primeras frases de La piel el ti­bio vaho de la cadaverina rige cada una de las palabras, impregna cada imagen, envuelve una por una las es­tilizadas aventuras del autor, incan­sable viajero en el destrozado sepul­cro de Europa.

La más grave tacha que pueda ha­cerse a Malaparte es la de un talen­to literario. La eficaz manera de «recrear» si­tuaciones, el a menu­do recargado y rebus­cado andamio literario que pesa sobre su impla­cable visión del mundo contemporáneo, dejan en el lector una sensa­ción de leve duda so­bre la supervivencia de la obra de Malapar­te como escritor. Es po­sible, en verdad, que dentro de algu­nos años nadie recuerde ya sus libros. De lo que sí estoy seguro es de que el último libro que escriban los hom­bres, el testamento de la humanidad en derrota, será algo muy semejante a La piel o a Kaputt, Malaparte –en su condición de viejo amigo de los muertos– tiene un sentido ultrasensi­ble para «lo último».

Capta cada ges­to humano, en cada luz sobre el mar, en cada combinación supercivilizada de colores y sabores, la honda catego­ría de finitas que las cosas del hom­bre arrastran bajo su capa de supervi­vencia sensorial. Y esta sola sabiduría de lo mortal, basta para que perdu­re para siempre Malaparte. Tal vez se olvidan sus libros, es posible que su nombre se vaya opacando con el co­rrer del tiempo, pero nadie podrá ol­vidar que quien primero habló franca y desnudamente, en bellas palabras de poeta, de la muerte de un mundo que nació en el siglo V antes de Cris­to, fue Curzio Malaparte, un europeo sin grandes convicciones políticas, con sentido del buen vivir, humano y cordial, sincero y cambiante a la vez, piedra de escándalo y flor de la civili­zación de occidente, en resumen el úl­timo poeta de la cristiandad que viera nacer al poverello y al Duque de Va­lentino.


La piel, de Curzio Malaparte / La grandeza de aquellos que pierden la guerra


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