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de 2020
ROTOS
SEIS NOVELAS CORTAS DE DON WINSLOW
Rotos, de Don Winslow: seis relatos que hay que leer
Cuando únicamente has leído una obra de un escritor. Cuando ese libro, por lo que cuenta, te produjo una impresión de la que tardaste en recuperarte. Cuando te introduces en su ¿ficción? literaria con una novela como El poder del perro, una «árida, estomagante y violenta crónica sobre el narcotráfico». Cuando ese escritor se llama Don Winslow, no puedes evitar sentir una mezcla de curiosidad, nerviosismo y angustia al enfrentarte a su nuevo libro: más de cuatrocientas páginas que, bajo el título de Rotos, aglutinan seis relatos, o novelas cortas como él prefiere llamarlas, en un solo volumen.
«Rotos», que da nombre al conjunto, es la primera historia. A Eva McNabb «no hace falta que nadie le diga que el mundo está roto». Gracias a su trabajo, operadora de emergencias del turno de noche de Nueva Orleans, «oye los quebrantos de la humanidad a diario, ocho horas seguidas, cinco días por semana». Atracos, accidentes de tráfico, maltrato en el hogar, asesinatos… Por si no fuera suficiente, su marido era policía y ahora también lo son sus hijos Jimmy y Danny.
Oscar Díaz, el narco de turno, está cabreado como un mono. Gracias a la operación pergeñada por Jimmy MacNabb, policía local, División de Narcóticos, ha perdido la droga, el dinero y «su oportunidad de ascender desde el rango medio de los traficantes de drogas al escalón superior». «Bueno Jimmy MacNabb» —se dice Oscar— «Tú lo has querido. Me has quitado algo y ahora yo voy a quitártelo a ti. Algo que te importe». Según avanza la historia vuelves a sentir la brutalidad y la sinrazón que tanto te aturdió en El poder del perro. Ya está aquí otra vez –te dices- y no tienes claro si quieres revivirlo.
Porque si hay algo que a estas alturas sabes de sobra, es que aquella mítica frase de «no es nada personal, solo son negocios», pronunciada por El Padrino más famoso de la historia del cine, Vito Corleone por supuesto, queda muy bien en pantalla pero es una mentira como una catedral («Le han torturado. Le han quemado vivo. Le han roto todos los huesos del cuerpo […]. Un cartelito recorre la parte inferior de la pantalla: Saludos de Óscar») ¡Siempre es personal! La respuesta también es siempre la misma: venganza («Mátalos a todos»).
A veces estás tan roto que no te conoces y luego, de pronto, vuelves en ti y eres más fuerte que antes, tan fuerte que coges todas esa ira y ese odio y esa rabia y taponas la hemorragia.
Al final solo queda dolor pero aprendes a sobrellevarlo.
La lectura de «Rotos» te deja abatida.
Entonces Winslow, que parece notar tu estado de ánimo, cambia el tono y en los siguientes relatos recurre al alivio cómico (ese elemento de la obra teatral que tiene por objeto distender la tensión dramática) para proporcionar al lector un entretenimiento donde la violencia, que la sigue habiendo, pasa a un segundo plano y deja todo el protagonismo a otros elementos que hacen más amable la lectura.
«Código 101»: a lo largo de la costa del Pacifico los robos de joyerías se suceden. Llevan años sin resolverse, quizás porque el ladrón se rige por un código cuyo estricto cumplimiento le impide cometer errores. La policía achaca esos robos a los cárteles colombianos de la droga. El teniente Ronald —Lou— Lubesnick, de la Unidad de Robos y Atracos, está convencido de que son obra de un solo delincuente (Atrapa a un ladrón), un ladrón de guante blanco.
En «Código 101», una road movie que Winslow dedica a Míster Steve McQueen (La huida, Bullit, El caso de Thomas Crown), actor de vida acelerada e icono de estilo imperecedero (un auténtico placer adulto verlo caminar, vestido de marinero, en The Sand Pebbles, estrenada en España como El Yang-Tsé en llamas), los coches clásicos y la carretera 101, la Pacific Coast Highway, la PCH para abreviar, estrellas más rutilantes de la función.
Con «El zoo de San Diego» me reí de lo lindo. La historia del joven agente Chris Shea persiguiendo a un chimpancé que se ha dado a la fuga armado con un revólver, es tan absurda como genial e hilarante. Winslow se la dedica a Elmore Leonard, considerado por muchos como el último gran maestro de la novela negra norteamericana. Aunque no conocía a este autor, al dedicarle Winslow la historia más divertida de todo el libro, deduzco que sus obras destilan humor a raudales.
Espero leer pronto algo de Elmore Leonard pero, mientras tanto, voy a rendirle homenaje viendo Justified: La ley de Raylan, una serie de televisión que comenzó a emitirse en 2010 y que cuenta las aventuras de Raylan Givens, un alguacil de Estados Unidos, que protagoniza Pronto y Riding the Rap, dos de las novelas de Leonard. Ya les contaré…
«Ocaso» y «Paraíso», ambas hablan de surf, me aburrieron un poco.
En «La última carrera», Cal Strinckland, miembro de la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos (U.S. Border Patrol), se dedica a perseguir y devolver a su país a los ilegales que saltan la frontera entre México y Texas. Nunca se había cuestionado su trabajo hasta que un día vio a una niña en una jaula («Se le puede llamar como se quiera, centro de internamiento o de reclusión, o incluso albergue temporal, pero cuando se tiene a un montón de gente encerrada detrás de una alambrada, eso es lo que es: una jaula»).
Carl, «que votó a ese tío», a ese con nombre de pato y cerebro de chorlito, empieza a replantearse si separar a niños de sus padres, cuando éstos intentaban pedir asilo o entrar de forma ilegal en Estados Unidos, es hacer lo correcto. «Su padre solía decir que la mayoría de la gente hace lo correcto cuando no le cuesta gran cosa hacerlo y que nadie hace lo correcto cuando se lo juega todo. Pero a veces hay que jugárselo todo».
Y Carl lo hace: da un paso al frente y se lo juega todo sin importarle las pérdidas. «La primera vez que vio a la niña, ella estaba en una jaula. La última vez que la vio, era libre».
«La última carrera» habla de compromiso, culpa y redención. Lo mejor y lo peor de la condición humana. ¡El colofón perfecto para la obra de Winslow!
Cuando me enteré de que Rotos eran varias novelas cortas recelé. Pensé que después de El poder del perro, El cártel y La Frontera, los tres volúmenes sobre el narcotráfico que han encumbrado a Winslow, para rellenar el espacio vacío que suele quedar entre las presiones del editor y el agotamiento físico y emocional del escritor, ambos habían acordado publicar un conjunto de relatos cortos que, amalgamados en un solo volumen, mantuvieran en el candelero al escritor e impidieran que se perdieran, por La calle del olvido, el brillo y la fama logrados con tanto esfuerzo.
No sé si fue así o no. Tampoco importa.
Lo cierto es que estas seis historias, unas en mayor medida que otras, remueven, divierten, emocionan y entretienen.
¡Vaya que si entretienen!
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