Ishiguro y los abandonados del mundo
El Nobel de Literatura baja a los infiernos de este mundo con la elegancia de quien se va de picnic
José Andrés Rojo
9 de diciembre de 2017
A Kazuo Ishiguro le toca hoy recibir el Premio Nobel de Literatura de manos del rey Carlos Gustavo de Suecia. En su discurso de aceptación esta semana ha tratado, entre otros asuntos, de Marcel Proust y de los nacionalismos tribales, y ha contado un poco su historia personal. Nació en Nagasaki en 1954 y se trasladó al Reino Unido en 1960. Le ocurrió lo que les ocurrió a muchos jóvenes de su generación, que quiso ser antes que nada estrella de rock. Iba con una mochila y una guitarra, llevaba también una máquina de escribir portátil. Un día abandonó la música, y se pasó a la literatura.
Proust y los nacionalismos tribales. A Ishiguro, la Academia sueca le dio el Nobel porque en su obra ha sabido reflejar “cómo los pequeños mundos que habitamos se relacionan con el gran mundo político”. Al tratar de Proust, Kazuo Ishiguro se refiere a esa literatura que te permite todas las libertades para rascar en los lugares más íntimos y recorrer los rincones más secretos, esos que tanto cuesta verbalizar. Al tocar el tema de los nacionalismos tribales el escritor se arremanga para pronunciarse sobre el gran mundo político. De aquella magdalena de Proust, que te dispara hacia dentro y te permite reconstruir cómo cada uno se va haciendo a lo largo de la vida, al barullo de las sociedades actuales, que están fracturadas, rotas, y donde hay tantos que vagan desorientados y otros muchos a los que simplemente se ha abandonado. Por eso, tal vez, esa perversa tribalización, ese afán de juntarse y hacer piña.
La literatura de Kazuo Ishiguro tiene una prodigiosa contención. Ha explorado los géneros más diversos y se ha servido de las limitaciones que imponen las convenciones para construir artefactos en los que las piezas se ajustan con una asombrosa precisión. Da la impresión de que Ishiguro se asomara a los abismos caminando de puntillas. Baja a los infiernos de este mundo, pero lo hace con la elegancia del que se va de picnic a los jardines de una mansión inglesa.
En Nunca me abandones, una historia en la que Ishiguro ilumina las gravísimas contradicciones a las que nos dirigimos de la mano de los más recientes avances científicos, hay un momento desgarrador. La narradora lo cuenta así: “¿Qué es lo de especial que tenía esa canción? Bueno, lo cierto es que no solía escuchar con atención toda la letra; esperaba a que sonara el estribillo: 'Oh, baby, baby... Nunca me abandones...', y me imaginaba a una mujer a la que le habían dicho que no podía tener hijos, y que los había deseado con toda el alma toda la vida. Entonces se produce una especie de milagro y tiene un bebé, y lo estrecha con fuerza contra su pecho y va de un lado para otro cantando: 'Oh, baby, baby... Nunca me abandones...".
Una mujer joven abraza una almohada y bailotea aferrada a ella mientras tararea una canción. Así están las cosas, así las cuenta Ishiguro. Muchas felicidades por ese premio.
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