3 DIC 2009
Aunque la cultura sea siempre un instrumento del poder, podemos agradecerle que nos sirva de refugio contra las tempestades, y contra la tontería. Hay algunas manifestaciones culturales que lo consiguen, así ciertos libros, los de Sánchez Ferlosio, por ejemplo, o los de Alice Munro, la extraordinaria narradora canadiense. Requieren una atención extraordinaria, pese a su aparente sencillez, y se debe estar muy atento a sus reverberaciones, que es donde anidan sus epifanías, a veces incómodas. Los relatos de Alice Munro tratan sobre gente corriente. Nuestra vida ordinaria también soporta sus momentos reveladores: tenemos nuestras crisis, nuestros encuentros, nuestras rupturas, nuestros momentos de felicidad y a veces nos visita la tragedia, o nos roza. Naturalmente, en los relatos de Munro siempre ocurre algo, un acontecimiento, una crisis, un clímax. Lo extraordinario en ella es cómo lo engasta en lo ordinario, lo asordina, lo hace resonar luego en su momento oportuno, y lo hace decir, revelar su sentido, a veces del modo más insospechado.
Lo podemos ver en uno de los relatos, Ataques, de su último libro publicado en castellano, El progreso del amor. Robert y Peg son un matrimonio que vive con dos hijos de un anterior matrimonio de ella. Al principio del relato reciben la visita navideña de sus vecinos, una pareja de sesentones de los que se nos anuncia ya de entrada que murieron. Una casualidad hace que sea Peg quien descubra sus cadáveres -el hombre se había disparado un tiro de escopeta después de asesinar a su mujer- y su reacción resultará sorprendente: no grita, no cuenta a nadie lo que ha visto; se limita a avisar a la policía y acude luego a su trabajo, donde tampoco comenta nada. Su actitud impasible inquieta a todo el mundo, incluido su marido, y también al lector, que se sume en una ambigua zona de sospecha.
Peg sólo se derrumba tras regresar a casa, cuando su hijo Clayton le sugiere que la pareja se habría peleado y le recuerda las peleas que ella mantenía con su primer marido, el padre del chico, peleas que le llevaban a temer que fueran a matarle. Es ahí donde se produce la epifanía del relato, donde se nos ilumina la zona de sospecha, la actitud de Peg y lo que implicaba, una revelación también para su actual marido, con el que lleva una vida tranquila. Este le explicará al muchacho que lo ocurrido es un hecho anormal, como un terremoto o un volcán, como un ataque. A lo que responderá Clayton con suficiencia: "Los terremotos y los volcanes no son fenómenos anormales. Si quieres llamarle ataque, sería un ataque periódico, como los que tiene la gente, o sea, los casados". Al final del relato sabremos que lo primero con lo que se topó Peg fue con la cabeza arrancada del hombre, y que tuvo que pisarla para acceder al escenario del crimen. La violencia asesina casi siempre es de género, quiero decir del género masculino. También contra los hombres. Pero eso está ya fuera del relato.
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