Tony Judt |
Tony Judt
Historiador y experto en cuestiones europeas
Su crónica 'Posguerra' es un análisis monumental del continente desde 1945
David Alandete
7 de agosto de 2010
Tony Judt, uno de los historiadores e investigadores de la Europa de finales del siglo XX más respetados en su profesión, falleció este viernes en su residencia de Nueva York, según confirmó la Universidad de Nueva York, para la que trabajaba como profesor. Tenía 62 años y había padecido, durante casi dos años, los devastadores efectos de la enfermedad de Lou Gehrig, o esclerosis lateral amiotrófica.
Judt nació en el seno de una familia judía de Reino Unido en 1948. En su juventud vivió en un kibutz en Israel. La experiencia en la granja colectiva constituyó una etapa importante de su formación y le marcó como sionista de izquierdas durante algunos años. Llegó a servir como conductor voluntario en la Guerra de los Seis Días que enfrentó a Israel con la coalición de países árabes en 1967.
Aquel fervor sionista de juventud, sin embargo, no le duró mucho. Pronto cambió su izquierdismo con toques radicales por unas posturas más socialdemócratas. Y en sus textos criticó no solo el poder y la prominencia internacional de Estados Unidos, sino el peso de las instituciones judías dentro de la arquitectura política norteamericana.
Su obra más famosa, publicada en 2005, es Posguerra: Una historia de Europa desde 1945, una crónica monumental del continente en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. En su análisis, Judt afirma que la cooperación de los países europeos en los 30 años posteriores a la caída de Adolf Hitler da muestra de que el pacifismo y el multilateralismo pueden engendrar una estabilidad y una prosperidad duraderas. Con Posguerra quedó finalista al Premio Pulitzer en 2006.
"América tendría el mayor Ejército y China crearía más productos, y más baratos", escribe en la conclusión del libro. "Pero ni América ni China disponían de un modelo útil que sirviera para la emulación universal. A pesar de los horrores de su reciente pasado, y en gran medida gracias a ellos, eran los europeos los que ahora estaban genuinamente posicionados para ofrecerle al mundo algún modesto consejo sobre cómo evitar repetir los errores del pasado. Pocos lo habrían dicho hace 60 años, pero puede que el siglo XXI pertenezca aún a los europeos".
Era profesor de la Universidad de Nueva York desde 1987. En esa institución ayudó a fundar el Instituto Remarque, donde investigaba y enseñaba historia reciente de Europa. Judt cuenta nueve libros, sobre todo análisis respetados en ese campo. Aparte, colaboraba con la revista New York Review of Books, en la que consagró su cambio de ideas sobre el conflicto árabe-israelí . En un polémico análisis de 2003, proclamó que Israel era un "anacronismo" y pidió la creación de un estado binacional repartido entre árabes y judíos. Uno de sus últimos artículos defendía que las críticas a los actos de fuerza del Ejecutivo de Israel no están motivadas por el antisemitismo y que, además, el abuso de este calificativo es peligroso para la memoria del Holocausto.
En otoño de 2008 se le diagnosticó esclerosis lateral amiotrófica (ELA), que provoca una progresiva parálisis de los músculos. Se trata de la misma enfermedad degenerativa que padece el científico Stephen Hawking. Judt estaba paralizado de cuello para abajo. Le costaba tragar, hablar, incluso sujetar la mandíbula. Necesitaba ayuda para prácticamente todo.
A lo largo de sus últimos meses, escribió acerca de su enfermedad y sobre sus impresiones de la vida, lo que supuso un giro a su carrera y la inauguración de una nueva etapa de reflexiones muchos más personales. En cuestión de meses, Tony Judt se convirtió en cuadripléjico, necesitado de un tubo de oxígeno para respirar. Su mente, sin embargo, estaba intacta, y siguió produciendo sus lúcidos análisis sin mella alguna, casi hasta su último día de vida
PRISIONERO EN SU PROPIO CUERPO
El pasado enero EL PAÍS publicó el relato en primera persona del día a día de la enfermedad de Tony Judt. Estos son algunos extractos de su experiencia.
"Padezco un trastorno neuromotor, en mi caso una variante de la esclerosis lateral amiotrófica (ELA): la enfermedad de Lou Gehrig...".
"Los rasgos distintivos de la ELA —la menos habitual de esta familia de enfermedades neuromusculares— son que no hay pérdida de sensación (lo cual tiene sus ventajas y sus desventajas) y que no hay dolor. Por consiguiente, al contrario que en casi cualquier otra enfermedad grave o mortal, aquí uno tiene la posibilidad de contemplar a sus anchas y con unas incomodidades mínimas el catastrófico avance de su propio deterioro...".
"Es verdad que esta enfermedad tiene una dimensión enriquecedora: gracias a mi imposibilidad de tomar notas o prepararlas, mi memoria —que ya era bastante buena— ha mejorado considerablemente, con la ayuda de técnicas adaptadas del "palacio de la memoria" descrito de forma tan intrigante por Jonathan Spence. Pero es bien sabido que las pequeñas satisfacciones que compensan por algo son pasajeras. No tiene nada de bueno estar encerrado en un traje de hierro, frío e implacable. Los placeres de la agilidad mental están sobrevalorados, como es inevitable —me parece ahora—, por quienes no dependen exclusivamente de ellos. Lo mismo se puede decir, en gran parte, de las palabras de ánimo bienintencionadas que sugieren que encontremos compensaciones no físicas cuando lo físico falla. Es inútil. Una pérdida es una pérdida, y no se gana nada llamándola con un nombre más bonito. Mis noches son interesantes; pero podría vivir muy bien sin ellas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario