Carlos Pérez Siquier y Pablo Juliá, autor del texto, en Almería en 2015. |
El dolor que produce la muerte de Carlos Pérez Siquier
Ningún amigo lo pensó y ninguno contempló que se pudiera morir. Es más, se comentaba que el gran fotógrafo nos enterraría a todos
Pablo Juliá
14 de septiembre de 2021
¿Carlos Pérez Siquier se ha ido? Imposible. Ningún amigo lo pensó y ninguno contempló que se pudiera morir. Es más, se comentaba que nos enterraría a todos. Mucha vida aunque su calendario se ha obcecado en demostrarnos que los deseos no mandan en los designios… aunque él vaticinó que se estaba acercando a la posición horizontal y no queríamos entenderlo.
Pérez Siquier rompió varias fronteras: lo que hizo en La Chanca supuso darle la vuelta al neorrealismo en blanco y negro. En color, rompió moldes e inundó de luz la fotografía española. Pareció demasiado atrevido, pero reformó la gramática de la fotografía, del sujeto y del verbo.
Se burlaron, Carlos y José María Artero del franquismo castrante en AFAL y salieron por toda Europa y fueron recibidos con todos los honores por humanistas como Otto Steiner. Consiguieron eco internacional en sus propuestas, primero en París con Lo 30X40, posteriormente en Nueva York con Martin Parr.
Analista lúcido era muy seguro con los demás, menos con él. Recuerdo largas charlas en donde teníamos pocas respuestas y muchas incógnitas. Con Carlos, todo era un totum revolutum donde se mezclaban lo personal, lo cotidiano, y cualquier persona o textura de pared que se cruzara en nuestro lento caminar. Paraba cada 10 metros porque una idea le ha saltado como un resorte al ver unos maniquíes desnudos en un escaparate o una mujer maravillosa que ha tenido la osadía de volver la cara a mirar. Una parada, sacar la fotografía de un desconchón de pared que tenía la semejanza de algo y a descansar la espalda apoyándola en cualquier lugar. Así nos encontró un día José María Mellado y nos hizo esta foto que Carlos tituló “las dos grullas” por la paralela posición de las piernas de ambos.
Nos íbamos creciendo en el relato de las cosas y de la fotografía tan a gusto en una sosegada Almería llena de luz en inviernos soleados. Ahí Carlos manejaba los tiempos a placer y creo que esa es la clave por la que nunca quiso irse de allí. Rompió muchos bordes y limites, pero siempre quería volver a Almería, con su Teresa. Era su sitio.
Ya no tengo muchos amigos, cada día menos, con los que discutir o hacer de frontón de ideas. Carlos acudió muchas veces a mis soledades y me fortalecía su moral de combate en la vida. Me contó una vez que solo se acordaba de que se hundió una casa al lado de la sus padres en la Guerra Civil española. Tenia seis o siete años. Era su único recuerdo triste.
Todos hemos perdido un gran fotógrafo humanista y yo, además, un amigo muy especial.
Mejor no hablar del dolor que me produce su ausencia.
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