martes, 28 de septiembre de 2021

Harold Pinter / La colección




Harold Pinter
La colección

Personajes

Harry
James
Stella
Bill


La acción en Londres en una casa de Belgrave Square
y en un piso de barrio de Chelsea.

El escenario está dividido en dos áreas totalmente separadas. La parte izquierda es la «casa» de Harry, en Belgravia. Decorado elegante, muebles de época. Cuarto de estar, hall con escalera al piso superior y puerta de entrada. Una puerta a la cocina bajo la escalera. La parte derecha es el «piso» de James en Chelsea. Muebles modernos de buen gusto. Entre los dos decorados, un promontorio con una cabina de teléfono. La cabina está iluminada. Se distingue a una figura dentro, de espaldas. El resto del escenario está oscuro. En la casa suena el teléfono. Harry entra de la calle y enciende la luz. Va al teléfono.


HARRY.—¿Quién es?
VOZ.—¿Es Bill?
HARRY.—No, no es Bill. Bill está acostado. ¿Quién es?
VOZ.—¿Acostado? ¿Y qué hace acostado?
(Pausa.)
HARRY.—¿Sabe que son las cuatro de la madrugada?
VOZ.—Dígale que se levante. Quiero hablar con él.
(Pausa.)
HARRY.—¿Quién es?
VOZ.—Ande, vaya a despertarle.
HARRY.—¿Es usted amigo suyo?
VOZ.—Ya se lo diré a él.
HARRY.—¿Ah, sí?
(Pausa.)
VOZ.—¿No le va a avisar?
HARRY.—No; no pienso avisarle.
(Pausa.)
VOZ.—Dígale que volveré a llamar.
(El teléfono se corta. Harry cuelga y se queda pensando. La figura de la cabina sale. Harry sube despacio la escalera. Oscuro. Se ilumina el piso. Luz de mañana. James entra fumando y se sienta en el sofá. Stella entra del cuarto de dormir poniéndose un reloj de pulsera. Saca un perfumador del bolso y se perfuma la garganta y las manos. Después procede a ponerse los guantes.)
STELLA.—Me voy. (Pausa.) ¿No vas a venir a la tienda?
(Pausa.)
JAMES.—No.
STELLA.—Tienes varias personas citadas. (Pausa. Coge una chaqueta y se la pone.) ¿Quieres que yo les telefonee cuando llegue?
JAMES.—Sí... ¿Por qué no?
STELLA.—¿Qué piensas hacer? (Él la mira, sonríe un momento y pasa.) Jimmy... (Pausa.) ¿Vas a salir? (Pausa.) ¿Estarás aquí... esta noche?
(James busca un cenicero, apaga el pitillo y no contesta. Stella da media vuelta y sale. Oímos el golpe de la puerta de entrada. James continúa mirando el cenicero. El piso queda a media luz. Sube la luz de la casa. Es por la mañana. Entra Bill de la cocina con una bandeja que coloca en la mesa. Se sirve té y empieza a leer el periódico. Harry aparece en bata. Tropieza en la alfombra. Bill se vuelve.)
BILL.—¿Qué te ha pasado?
HARRY.—La varilla de ese escalón. Dijiste que ibas a arreglarla.
BILL.—La he arreglado.
HARRY.—No muy bien. (Se sienta y pone la cabeza entre las manos.) ¡Ay...!
(Bill le llena la taza de té.) ¿Dónde está mi zumo? No he tomado mi zumo de fruta. (Bill mira el zumo de la bandeja.) ¡Ah! Está ahí... (Bill le da el vaso.)
¿Qué es? ¿Piña?
BILL.—Pomelo.
(Pausa.)
HARRY.—Estoy harto de esa varilla suelta. ¿Por qué no la arreglas de una vez? Supon¬go que... supongo que todavía sabes utilizar las manos.
(Pausa.)
BILL.—¿A qué hora volviste anoche?
HARRY.—A las cuatro.
BILL.—¿Divertido?
(Pausa.)
HARRY.—¿No has hecho tostadas?
BILL.—No. ¿Quieres?
HARRY—No. No quiero.
BILL.—Las puedo hacer en un momento.
HARRY.—No. No te molestes. (Pausa.) ¿Sabes que anoche te llamó una especie de maniático? (Bill le mira.) A las cuatro. Cuando llegué estaba sonando el teléfono.
BILL.—Y ¿quién era?
HARRY.—No lo sé.
BILL.—¿Qué quería?
HARRY.—Hablar contigo.
BILL.—¡Hummm!
(Pausa.)
HARRY.—No quiso ni decirme su nombre. ¿Quién pudo haber sido?
BILL.—No tengo ni idea.
HARRY.—Estuvo muy insistente. Dijo que volvería a llamarte. (Pausa.) ¿Quién demonios pudo ser?
BILL.—Ya te he dicho... que no tengo la más remota idea.
(Pausa.)
HARRY.—¿Conociste a alguien la semana pasada?
BILL.—¿Que si conocí? ¿Qué quieres decir?
HARRY.—Quiero decir, si podría ser alguien que hubieras conocido. Has debido ver a mucha gente.
BILL.—No hablé con nadie.
HARRY.—Debes haberte aburrido mucho.
BILL.—No estuve más que una noche. ¿Más té?
HARRY.—No, gracias. (Bill se sirve té.) (La cabina del teléfono se ilumina un poco. Vemos a una figura entrar en ella.) Voy a afeitarme.
(Mira a Bill que está leyendo el periódico. Al cabo de un momento Bill le mira.)
BILL.—¿Qué hay...?
(Silencio. Harry se levanta y sube la escalera, cuidando mucho el escalón de la varilla suelta. Bill lee el periódico. Suena el teléfono. Bill descuelga.)
BILL.—¿Quién es?
VOZ.—¿Es Bill?
BILL.—Sí...
VOZ.—¿Está en casa?
BILL.—¿Quién habla?
VOZ.—Espéreme. Voy en seguida.
BILL.—¿Qué dice? ¿Quién es?
VOZ.—En dos minutos. ¿De acuerdo?
BILL.—No puede ser. Aquí hay gente.
VOZ.—No se preocupe. Iremos a otro cuarto.
BILL.—Esto es ridículo. ¿Le conozco a usted?
VOZ.—Me conocerá... cuando me vea.
BILL.—¿Me conoce usted a mí?
VOZ.—Quédese ahí. No tardo nada.
BILL.—¿Pero qué es lo que quiere? ¡Oiga! Tengo que salir ahora mismo. No estaré en casa.
VOZ.—Ahora mismo voy.
(Corta el teléfono. Bill cuelga. La luz de la cabina baja cuando la figura sale y se va hacia la izquierda. Bill se pone la chaqueta. Va al hall. Se pone el abrigo. Ligero pero sin correr. Abre la puerta y sale a la calle, hacia la derecha.)
VOZ DE HARRY.—Bill, ¿eres tú? (Aparece arriba.) ¡Bill!
(Baja a la sala y se queda mirando la bandeja. Después la toma y la lleva a la cocina. James aparece en la calle por la izquierda. Se queda mirando la casa.
Harry aparece y empieza a subir la escalera. James llama a la puerta. Harry baja y abre.)
HARRY.—¿Qué quiere?
JAMES.—Busco a Bill Lloyd.
HARRY.—Ha salido. ¿Quiere algo?
JAMES.—¿A qué hora volverá?
HARRY.—No lo sé. ¿Le conoce?
JAMES.—Volveré otra vez.
HARRY.—Puede dejar su nombre. Se lo diré cuando le vea.
JAMES.—Es igual. Dígale que he venido.
HARRY.—¿Que ha venido quién?
JAMES.—Siento haberle molestado.
(Hace ademán de marcharse.)
HARRY.—Un momento. (James se detiene.) Usted es quien telefoneó anoche, ¿verdad?
JAMES.—¿Anoche?
HARRY.—¿Y ha telefoneado esta mañana temprano?
JAMES.—No... Lo siento...
HARRY.—¿Qué es lo que quiere?
JAMES.—Quiero hablar con Bill.
HARRY.—¿No ha telefoneado también hace un momento?
JAMES.—Me parece que se equivoca.
HARRY.—Me parece que no.
JAMES.—Usted no sabe nada de este asunto.
(Da media vuelta, y se va. Harry se queda mirándole. Oscuro. El piso se ilumina con luz de la luna. Se oye la puerta. Entra Stella y enciende. Va al otro cuarto y llama.)
STELLA.—¡Jimmy!
(Silencio. Se quita los guantes y deja el bolso. Queda un momento quieta y luego pone un disco en el gramófono. Después entra en el dormitorio. Sube la luz de la casa. Noche. Bill entra de la cocina. Trae unas revistas. Las deja sobre la mesa, se sirve una copa y luego se sienta a leer. Stella entra acariciando un gato persa blanco y se tumba en el sofá. En la casa, Harry baja la escalera. Mira un momento a Bill y sale a la calle por la derecha. James aparece en la calle por la izquierda, mira hacia donde se fue Harry y llama a la puerta. Bill se levanta y va a abrir. La luz del piso baja.)
BILL.—¿Qué desea?
JAMES.—¿Bill Lloyd?
BILL.—Sí.
JAMES.—Quiero... quiero hablar un momento con usted.
(Pausa.)
BILL.—No me parece que le conozca.
JAMES.—¿No?
BILL.—No.
JAMES.—Bueno. Pero tengo que hablar con usted.
BILL.—Lo siento mucho. Estoy ocupado.
JAMES.—No será largo.
BILL.—Mire, por qué no me escribe lo que quiere...
JAMES.—Eso no es posible.
(Pausa.)
BILL.—Lo siento...
(James pone el pie en la puerta.)
JAMES.—Mire... Estoy decidido a hablarle.
(Pausa.)
BILL.—¿Me telefoneó usted hoy?
JAMES.—Exacto. Vine, pero usted se había marchado.
BILL.—¿Vino? No lo sabía.
JAMES.—Es mejor que me deje pasar. ¿No cree?
BILL.—No puede invadir una casa de esta forma. ¿Qué es lo que quiere?
JAMES.—No pierda más el tiempo y déjeme pasar.
BILL.—Podría llamar a la Policía.
JAMES.—No vale la pena.
(Se miran.)
BILL.—Está bien.
(James entra. Bill cierra la puerta. James cruza el hall al cuarto de estar y mira a su alrededor. Bill le sigue.)
JAMES.—¿Tiene aceitunas?
BILL.—¿Cómo sabía mi nombre?
JAMES.—¿No tiene aceitunas?
BILL.—¿Aceitunas? No creo.
JAMES.—¿Quiere decir que no tiene aceitunas para sus invitados?
BILL.—Usted no es un invitado, sino un intruso. (Corta pausa.) ¿Qué puedo hacer por usted?
JAMES.—¿Le importa que me siente?
BILL.—Sí, me importa.
JAMES.—Bueno. Se repondrá.
(Se sienta. Bill le mira de pie. James vuelve a levantarse, se quita el abrigo que echa sobre una butaca y se vuelve a sentar.)
BILL.—¿Cómo se llama usted?
JAMES. (Alcanza un bol de fruta y toma una uva.)— ¿Dónde dejo las pepitas?
BILL.—En su bolsillo.
JAMES. (Saca tranquilamente la cartera y deposita las pepitas. Le mira.)— No es usted mal parecido.
BILL.—Gracias.
JAMES.—Vamos, no es que parezca una estrella de cine, pero me figuro que pasa por guapo.
BILL.—Eso es más de lo que yo puedo decir de usted.
JAMES.—Me es completamente indiferente lo que diga de mí.
BILL.—Pues, a mí, lo que usted diga no puede importarme menos. Y ahora, ¡vamos!, ¡por favor!, ¿qué es lo que quiere?
(James se levanta y se va a la mesa de las bebidas. En el piso, Stella se levanta y sale acariciando su gato. La luz del piso se apaga. James se sirve un whisky.)
BILL.—¡Salud!
JAMES.—¿Lo pasó bien en Leeds la semana pasada?
BILL.—¿Cómo?
JAMES.—¿Lo pasó bien en Leeds la semana pasada?
BILL.—¿En Leeds?
JAMES.—¿Lo pasó bien?
BILL.—¿Qué le hace pensar que estuve en Leeds?
JAMES.—Cuénteme. ¿Vio bien la ciudad? ¿Pudo ir al campo?
BILL.—¿Pero de qué está hablando?
JAMES.—Fue allí para el congreso de la moda. Llevó su colección.
BILL.—¿Usted cree?
JAMES.—Paró en el Hotel Westbury.
BILL.—¿Sí?
JAMES.—Habitación ciento cuarenta y dos.
BILL.—¿Ciento cuarenta y dos? ¡Ah...! ¿Era un buen cuarto?
JAMES.—Bastante bueno.
BILL.—¡Más vale!
JAMES.—Tenía usted un pijama amarillo.
BILL.—¿De veras? ¿Con iniciales negras?
JAMES.—Sí. Lo tenía en el ciento sesenta y cinco.
BILL.—¿En dónde?
JAMES.—En el ciento sesenta y cinco.
BILL.—Creí que era el ciento cuarenta y dos.
JAMES.—Tomó el ciento cuarenta y dos, pero no se quedó en él.
BILL.—Parece absurdo, ¿no cree?, tomar un cuarto para no quedarse en él. JAMES.—El ciento sesenta y cinco está al fondo del mismo pasillo del ciento cuarenta y dos, con lo que no tuvo que andar mucho.
BILL.—¡Ah! ¡Menos mal!
JAMES.—Pudo usted volver con toda comodidad para afeitarse.
BILL.—¿Del ciento sesenta y cinco?
JAMES.—Sí.
BILL.—¿Y qué fui a hacer allí?
JAMES.—Era el cuarto de mi mujer Fue usted a acostarse con ella.
(Un silencio.)
BILL.—¿Quién le ha contado todo eso?
JAMES.—Ella.
BILL.—Debería usted llevarla al médico.
JAMES.—Tenga cuidado.
BILL.—¡Humm! ¿Quién es su mujer?
JAMES.—Usted sabe quién es.
BILL.—No. No sé quién es.
JAMES.—¿No?
BILL.—No. No estuve en Leeds la semana pasada, ni conozco a su mujer, amigo mío; aparte de eso... este tipo de aventuras... no es el mío, ¿comprende? (Pausa.) Bueno. Asunto concluido. ¿No le parece? (James le mira en silencio.) Si no le importa... Estoy esperando a unos amigos para un cóctel. Quieren presentarme al Parlamento, ¿sabe usted? (James le mira.) Se empeñan en hacerme ministro.
JAMES. (Se levanta, confidencialmente.)—Si ha tratado a mi mujer como a una prostituta, tengo todo el derecho...
BILL.—¡Pero si no conozco a su mujer!
JAMES.—La encontró el viernes, a las diez de la noche, en el bar del hotel. La invitó a unas copas. Subieron juntos en el ascensor. Usted no le quitaba los ojos de encima. Vio que estaban en el mismo piso. Se quedaron hablando en el pasillo. La acompañó a la puerta del cuarto. La seguía mirando. Al fin se dijeron buenas noches. Fue usted a su cuarto. Se puso el pijama amarillo con un batín negro y volvió diciendo que se le había olvidado la pasta de dientes. Ella abrió la puerta, estaba todavía vestida. Usted entró. Admiró el cuarto. Dijo que no tenía sueño. Se sentó en la cama. Siguieron hablando. Ella le rogó que se marchara; usted se negó. Ella le amenazó con llamar. Usted le pintó lo triste de su situación, lo que había de común en sus vidas, solos, trabajando, sobre todo en el caso de una mujer, la compadeció, la besó. Se quedó en el cuarto.
(Pausa.)
BILL.—Si no le importa... le agradecería que se marchara. Me está levantando dolor de cabeza.
JAMES.—Usted sabía que estaba casada. ¿Por qué lo hizo?
BILL.—Ella también sabría que estaba casada... Digo yo. (Pausa. Ríe.) ¿No sabe qué decir? Tiene que comprender que todo esto son tonterías. Tiene que saberlo. (Va a una caja y toma un cigarrillo. Lo enciende.) ¿Se supone que ella me hizo resistencia?
JAMES.—Un poco.
BILL.—¿Sólo un poco?
JAMES.—Sí.
BILL.—¿Y usted la cree?
JAMES.—Sí.
BILL.—¿Todo lo que dice?
JAMES.—Todo.
BILL.—¿Qué clase de resistencia? ¿Me mordió?
JAMES.—No.
BILL.—¿Me arañó?
JAMES.—Algo.
BILL.—Mire. Tiene usted una mujer encantadora, ¿verdad?, que le tiene informado de todo hasta el menor detalle. Dice que me arañó, ¿no es eso? ¿Dónde? (Le enseña las manos.) Nada. Ni una señal. Ni un solo arañazo. Si quiere vamos ante un notario y me desnudo. Para que vea que no tengo n¡ un solo arañazo en todo el cuerpo. ¡Eso es! Lo que necesitamos son testigos imparciales. ¿Tiene usted testigos? ¿Nada? ¿Ni una criada, ni un camarero que echarse a la boca?
(James aplaude un momento.)
JAMES.—¡Bravo! ¿Sabe que es usted un chistoso? No creí que fuera tan divertido. ¿Sabe lo que me parece usted?
BILL.—¿El qué?
JAMES.—Un chistoso.
BILL.—¡Muchas gracias!
JAMES.—No. No me duelen prendas. ¿No quiere una copa?
BILL.—Muy amable Le repito las gracias.
JAMES.—¿Qué quiere tomar?
BILL.—¿Tiene usted vodka?
JAMES.—Déjeme ver... Sí, ¡aquí hay vodka!
BILL.—¡Opíparo!
JAMES.—Dígalo otra vez.
BILL.—¿El qué?
JAMES.—Esa palabra.
BILL.—¿Opíparo?
JAMES.—Eso.
BILL.—Opíparo.
JAMES.—Preciosa. Seguramente la aprendió en el colegio.
BILL.—Pues ahora que lo dice, creo que sí.
JAMES.—Me lo parecía. Aquí tiene su vodka.
BILL.—Muy generoso de su parte. Gracias.
JAMES.—De nada. Chin-chin.
BILL.—Chin-chin.
JAMES.—Dígame una cosa...
BILL.—¿Qué quiere?
JAMES.—Apuesto que es usted el éxito de las fiestas.
BILL.—Es usted muy amable de pensarlo, pero no tengo tanto éxito como supone.
JAMES.—Vamos, confiéselo.
BILL.—Pues no. No tengo éxito en las fiestas. El que lo tiene es el señor que vive aquí conmigo.
JAMES.—¡Ah! Le he conocido. Parece un gran tipo.
BILL.—Ese está siempre convidado. Sabe toda clase de trucos.
JAMES.—¿Trucos de esos de sombreros y conejos?
BILL.—No, de esos no. Me refiero a juegos y conversación, y ese género de cosas.
JAMES.—Debe ser muy interesante.
BILL..—Sí, muy interesante. Bueno, pues he tenido mucho gusto en conocerle. Tiene que volver por aquí cuando mejore el tiempo. (James hace un súbito movimiento hacia adelante. Bill retrocede, tropieza en un puff  y cae al suelo. James se ríe. Pausa.) Me ha hecho derramar la copa. (James está de pie sobre él.) Desde aquí le puedo dar fácilmente un puntapié. (Pausa.) ¿Va a dejar que me levante? (Pausa.) ¿Va a dejar que me ponga de pie? (Pausa.) Escuche... Voy a decirle una cosa... (Pausa.) Si me deja ponerme de pie... (Pausa.)
... porque así no estoy muy cómodo. (Pausa.) Si me deja ponerme de pie... le... le diré la verdad.
(Pausa.)
JAMES.—Dime la verdad ahí.
BILL.—No, no. Cuando me levante.
JAMES.—Dime la verdad ahí.
BILL.—Bueno, está bien. S¡ se lo digo es porque ya estoy harto de esta historia. La verdad... es que no ocurrió... no ocurrió lo que usted ha dicho en todo caso. Yo no sabía que estaba casada. Nunca me lo dijo. Pero no pasó lo que usted cree, se lo aseguro. Lo que pasó fue... bueno, sí, subimos juntos en el ascensor... y al salir, de repente, me la encontré en los brazos. No fue mi culpa, nada estaba más lejos de mi imaginación. La mayor sorpresa de mi vida, no sé que le dio de pronto, pero yo... bueno, no es que yo rehusara... nos estuvimos besando en el pasillo, allí no había nadie, y eso fue todo. Después se fue a su cuarto. (Consigue sentarse en el puff.) Todo lo demás no ocurrió… Se lo aseguro... ¡claro...! Comprendo que esté usted alterado, pero de verdad, le aseguro que fue todo lo que ocurrió: unos cuantos besos. (Se pone de pie y se limpia el jersey.) Lo siento mucho y no me explico por qué ella ha inventado lo demás. Pura fantasía, más bien una maldad. Debe haber querido hacerle daño. Es alarmante. (Pausa.) ¿La conoce bien?
JAMES.—A medianoche se bañó en su cuarto de baño. Usó su toalla y anduvo por el cuarto envuelto en ella jugando a ser un romano.
BILL.—¿Yo?
JAMES.—Yo la llamé por teléfono para preguntarle cómo estaba. Me dijo que bien, pero hablaba muy bajo. Le pedí que subiera la voz. Todo ese tiempo usted estaba sentado en la cama, a su lado.
(Un silencio.)
BILL.—Sentado no. Acostado.
(Oscuro. Campanas de iglesia. Luz de día en toda la escena. Es la mañana de un domingo. James está sentado en el cuarto de estar del piso, leyendo un periódico. Harry y Bill están en la sala de la casa tomando café. Bill lee también el periódico. Harry le mira. Un silencio. Campanas. Silencio.)
HARRY.—Deja ese periódico.
BILL.—¿Cómo?
HARRY.—Deja ese periódico.
BILL.—¿Por qué?
HARRY.—Porque ya lo has leído.
BILL.—No todo. Hay mucho que leer.
HARRY.—Te he dicho que lo dejes.
(Pausa. Bill le mira. Después le tira el periódico y se pone de pie. Harry coge el periódico y lee.)
BILL.—¿Lo querías tú? Haberlo dicho.
(Harry agarra el periódico y lo tira.)
HARRY.—Yo no lo quiero. Tómalo tú.
BILL.—Estás algo raro esta mañana.
HARRY.—¿Te parece que estoy raro?
BILL.—Te lo aseguro.
HARRY.—Ya sabes por qué.
BILL.—No.
HARRY.—Son esas campanas. Me perturban.
BILL.—Yo ni las oigo.
HARRY.—Sí. No me sorprende. (Bill se agacha a recoger el periódico.) Deja ese periódico.
BILL.—¿Por qué?
HARRY.—No lo toques.
(Bill le mira, lo recoge despacio y se lo tiende a Harry.)
BILL.—Tómalo. Yo no lo quiero.
(Bill se marcha por la escalera. Harry abre el periódico y lee. Stella entra al cuarto del piso con una bandeja con café y galletas. Llena las tazas y le tiende una a James. Ella bebe.)
STELLA.—¿Quieres una galleta?
JAMES.—No, gracias.
STELLA.—Son muy buenas.
JAMES.—Engordarás.
STELLA.—¿Con galletas?
JAMES.—No querrás engordar.
STELLA.—¿Por qué no?
JAMES.—¿O quizá sí?
STELLA.—No es una de mis ilusiones.
JAMES.-—¿Cuáles son tus ilusiones? (Pausa.) Yo quisiera una aceituna.
STELLA.—¿Aceitunas? No tenemos.
JAMES.—¿Cómo lo sabes?
STELLA.—Lo sé.
JAMES.—¿Has mirado?
STELLA.—No me hace falta mirar. Sé muy bien lo que tengo.
JAMES.—¿Sabes lo que tienes? (Pausa.) ¿Y por qué no tenemos aceitunas?
STELA.—No sabía que te gustaban.
JAMES.—Esa debe ser la razón por la que nunca las hemos tenido. No te has ¡interesado bastante para saber si me gustaban o no.
(Suena el teléfono en la casa. Harry deja el periódico y va a él. Al mismo tiempo Bill baja la escalera. Los dos se paran y se miran un momento. Harry descuelga. Bill entra en la sala, recoge el periódico y se sienta.)
HARRY.—¿Quién es...? ¿Cómo? No, se ha confundido. (Cuelga.) Se habían confundido. ¿Quién creías que era?
BILL.—No creía nada.
HARRY.—Por cierto; ayer vino a verte un tipo.
BILL.—¿Ah, sí?
HARRY.—Justo después de que hubieras salido.
BILL.—¿Ah, sí?
(Deja el periódico. Lo coge Harry.)
HARRY.—Sí. Preguntó por ti. Quería hablar contigo.
BILL.—¿Sobre qué?
HARRY.—Quería saber si te limpiabas los zapatos con pasta de dientes.
BILL.—¿De veras? Qué raro.
HARRY.—No. Nada raro. Debe ser una especie de encuesta pública.
BILL.—¿Y qué aspecto tenía?
HARRY.—Pues tenía pelo amarillo, una pata de palo, ojos saltones verdes y tupé. ¿Le conoces?
BILL.—Nunca le he visto.
HARRY.—¿Le reconocerías si le vieras?
BILL.—Lo dudo.
HARRY.—¿Cómo? ¿A un tipo de ese aspecto?
BILL.—Hay mucha gente rara.
HARRY.—Eso es verdad. Muy verdad. Lo único es que esa persona que digo estuvo aquí anoche.
BILL.—¿De veras? Yo no la vi.
HARRY.—Sí, le viste. Pero quizá anoche llevara una careta. Seguramente era el mismo, pero con careta.
BILL.—Desde luego que esas campanas te han afectado.
HARRY.—Sí, no me han hecho ningún bien. Pero la cuestión es que no me gusta tener en mi casa a desconocidos a quienes no he invitado. (Pausa.) ¿Quién es ese hombre y qué es lo que quiere?
(Pausa.)
BILL.—Perdona. Tengo que ir a vestirme.
(Sube la escalera. Harry al cabo de un momento le sigue. La luz se apaga en la casa. En el piso James sigue leyendo el periódico y Stella le mira en silencio.)
STELLA.—¿Te parece que salgamos al campo?
(Pausa. James baja el periódico.)
JAMES.—He tomado una decisión.
STELLA.—¿Cuál?
JAMES.—Voy a verle.
STELLA.—¿A quién? (Pausa.) ¿Para qué?
JAMES.—¡Oh!... Para hablar un poco.
STELLA.—No veo por qué...
JAMES.—Tengo ganas de verle.
STELLA.—¿Qué pretendes?... ¿Pegarle?
JAMES.—No. Me gustaría saber lo que tiene que decir.
STELLA.—¿De qué?
JAMES.—Me gustaría ver qué actitud toma.
(Pausa.)
STELLA.—Él no importa.
JAMES.—¿Qué quieres decir?
STELLA.—Que él no es importante.
JAMES.—¿Quieres decir que con cualquiera hubiera sido lo mismo? ¿Que ocurrió con él, pero que hubiera servido cualquier otro?
STELLA.—No.
JAMES.—¿Qué, entonces?
STELLA.—Claro que no podía haber sido otro. Tuvo que ser él. Lo único que fue... algo...
JAMES.—Es lo que digo, que tuvo que ser él, por eso vale la pena. Quiero saber cómo es. Qué aspecto tiene.
(Pausa.)
STELLA.—Por favor, no vayas. En todo caso no sabes dónde vive.
JAMES.—¿No crees que debería verle?
STELLA.—Creo que... no te ayudará nada.
JAMES.—Quiero comprobar si ha cambiado.
STELLA.—¿Cómo dices?
JAMES.—Quiero ver si ha cambiado desde la última vez que le vi. La gente, a veces, se viene abajo de pronto. Debo confesar que cuando le vi tenía muy buen aspecto.
STELLA.—Nunca le has visto. (Pausa.) No le conoces. (Pausa.) Ni siquiera sabes dónde vive. (Pausa.) ¿Cuándo le has visto?
JAMES.—Comimos juntos una noche.
STELLA.—¿Qué?
JAMES.—Magnífico anfitrión.
STELLA.—No te creo.
JAMES.—¿No has estado en su casa? (Pausa.) Muy bonita. ¿Nunca has estado?
STELLA.—Ya sabes que sólo le he visto en Leeds.
JAMES.—¡Es verdad! Pues debes ir alguna vez. El tipo está bien, no se puede negar. Yo le encontré simpático. (Pausa.) Se acordará muy bien de ti. Fue muy franco; ya sabes, cuando se habla de hombre a hombre. Confirmó enteramente tu historia.
STELLA—¿Sí?
JAMES.—Sí. Sólo que pareció insinuar que fuiste tú la que le sedujo. Eso es típicamente masculino.
STELLA.—Eso es mentira.
JAMES.—Ya sabes lo que son los hombres. Yo le recordé que tú habías resistido y que fuiste forzada, aunque hubiera operado una especie de hipnotismo. Él estuvo conforme; dijo que una vez le había hipnotizado un gato. Bueno, tampoco quiso entrar en muchos detalles. Pero tengo que confesar que estuvo simpático, el tipo. A la hora del coñac estuvo francamente divertido.
STELLA.—No me interesa.
JAMES.—En realidad estuvo muy divertido todo el tiempo.
STELLA.—¿De veras?
JAMES.—Pero sobre todo a la hora del coñac. Tiene una actitud muy correcta. Como hombre no puedo menos de admirarle.
STELLA.—¿Cuál es su actitud?
JAMES.—¿Cuál es tu actitud?
STELLA.—No sé lo que... Yo había esperado... Había esperado que... comprendieras...
(Se cubre la cara con las manos, llorando.)
JAMES.—Pero si he comprendido... Sobre todo después de haber hablado con él. Ahora estoy ya completamente tranquilo. Ahora lo veo de las dos maneras... o de las tres maneras... Bueno, de todas las maneras. Las cosas están claras, así que todo ha vuelto a la normalidad. Con la diferencia de que he conocido a una persona a la que respetar; eso no puede decirse a menudo. Supongo que debo darte las gracias. (Se inclina y le da un golpecito cariñoso en el brazo.)
Gracias. (Pausa.) Me recordó a un tipo que fue compañero mío de colegio. Hawkins, se llamaba. Hawkins era un entusiasta de la ópera; como éste. A mí me gusta también, aunque nunca te lo he dicho. A lo mejor vamos una noche. Dice que siempre puede conseguir entradas gratis porque conoce a toda esa gente. Quizá pueda dar con Hawkins para ir los tres juntos. Tu amigo es un tío muy inteligente y un hombre de gusto. Tiene una colección de piezas chinas que lo menos valen mil quinientas libras cada una. Mucho gusto. Bueno, me figuro que a ti te habrá parecido igual. No, de veras creo que debo darte las gracias. Figúrate, después de dos años de matrimonio, abrirme así, por accidente, un mundo completamente nuevo.
(Oscuro. Se ilumina la ca¬sa. Es de noche. Bill entra de la cocina con una bandeja de aperitivos —entre los que hay aceitunas—. En la bandeja hay un transistor que ese momento está tocando Vivaldi. Coloca la bandeja sobre una mesa, arregla los almohadones y come algo. James llega a la puerta y llama. Bill va a abrirle y le ayuda a quitarse el abrigo. Pasan a la sala. James advierte la bandeja con las aceitunas y sonríe. Bill sonríe también. James se acerca a la colección de vasos chinos y los examina. Bill prepara unas bebidas. En el piso suena el teléfono. Se ilumina el piso. Se ilumina también la cabina del teléfono. Se ve vagamente la figura de un hombre en ella. Stella va al teléfono con su gato en brazos. Bill tiende a James su vaso. Ambos beben.)
STELLA.—¿Quién es?
HARRY.—¿Está James?
STELLA.—No. ¿Quién le llama?
HARRY.—¿No está James?
STELLA.—No, ha salido.
HARRY.—¿Ha salido? Entonces voy para allá.
STELLA.—¿De qué habla? ¿Quién es usted?
HARRY.—No salga.
(Cuelga. Stella también y queda sentada acariciando su gato. La luz del piso baja a la mitad y la cabina se apaga del todo.)
JAMES.—¿Sabe una cosa? Me recuerda a un compañero de colegio, Hawkins se llamaba. Era así, alto, como usted.
BILL.—¿Sí? ¿ Y por qué le recuerdo?
JAMES.—Porque era también un número.
BILL.—Y era alto, ¿eh?
JAMES.—Sí, era alto.
BILL.—Usted tampoco es bajo.
JAMES.—No. Yo no soy alto.
BILL.—Y fuerte...
JAMES.—Fuerte no es igual que alto.
BILL.—No. Ni yo he dicho que lo fuera.
JAMES.—No. ¿Qué estábamos diciendo?
BILL.—Nada.
(Pausa. James bebe.)
JAMES.—Tampoco yo diría que soy fuerte.
BILL.—No tiene más que mirarse al espejo.
JAMES.—No me gusta mirarme al espejo.
BILL.—A veces engañan.
JAMES.—¿Los espejos?
BILL.—¡Claro!
JAMES.—¿Tiene alguno?
BILL.—Ahí lo tiene, justo enfrente.
JAMES.—¡Ah, sí! (James se mira al espejo.) Venga... Mírese usted también. (Bill se pone a su lado. Los dos se miran al espejo. James va después a la izquierda y mira el reflejo de Bill.) No. No encuentro que los espejos engañen.
(James se sienta. Bill sonríe y pone la radio. Los dos están sentados y escuchan la música. La luz baja a la mitad y la música del todo. Sube la luz en el piso. Suena el timbre de la puerta. Stella va a abrir. Oímos las voces fuera.)
STELLA.—¿Quién es?
HARRY.—¿Cómo está usted? Me llamo Harry Kane. Me gustaría hablarle un momento. No se alarme. ¿Puedo entrar?
STELLA.—Pase.
HARRY.—(Entrando) ¿Aquí?
STELLA.—Sí.
(Entran los dos.)
HARRY.—Muy bonito cuadro.
STELLA.—¿Qué desea?
HARRY.—¿Conoce a Bill Lloyd?
STELLA.—No.
HARRY.—¡Ah! ¿No le conoce?
STELLA.—No, no le conozco.
HARRY.—Yo le conocí en la calle, enteramente por casualidad. Me pareció que tenía talento y le llevé conmigo. Le di una profesión y resultó excelente. Hemos sido muy amigos desde hace años. Usted le conocerá seguramente de nombre. Es dibujante de modas.
STELLA.—Le conozco de nom¬bre.
HARRY.—Los dos son ustedes dibujantes de modas.
STELLA.—Sí.
HARRY.—¿Pero no se han conocido personalmente?
STELLA.—No.
HARRY.—Ya. (Pausa.) He venido a hablarle de su marido.
STELLA—¡Ah!
HARRY.—Sí. Ha estado perturbando a Bill últimamente con una historia fantástica.
STELLA.—Ya lo sé. Lo siento mucho.
HARRY.—¡Ah! ¿Está enterada? Ha sido bastante molesto. Quiero decir que el chico tiene que atender a su trabajo y esta historia le impide concentrarse.
STELLA.—Sí, lo siento... Estoy desolada. (Pausa.) No lo puedo comprender... Llevamos dos años casados y somos felices. Yo... me ausento muchas veces a causa de mi profesión, pero nunca había pasado una cosa así.
HARRY.—¿Qué es lo que había pasado?
STELLA.—Eso. Que mi marido ha soñado de repente una historia fantástica. HARRY.—Eso es lo que la he llamado: una historia fantástica.
STELLA.—Lo es.
HARRY.—Y Bill dice lo mismo.
STELLA.—El señor Lloyd estaba al mismo tiempo que yo en Leeds, pero apenas le vi a pesar de que estábamos en el mismo hotel... y de pronto mi marido me acusó de... ha sido muy desagradable.
HARRY.—Sí. ¿Y cuál puede haber sido la razón? ¿Cree que su marido... sospecha de usted, o algo?
STELLA.—Claro que no. Debe ser exceso de trabajo.
HARRY.—Quizá... Claro, ya sabe lo que es nuestra profesión. ¿Por qué no se lo lleva una temporada de descanso?
STELLA.—Tal vez. Lamento que el señor Lloyd se haya visto envuelto en esto.
HARRY.—¡Oh! Qué preciosidad de bordado. ¡Es una maravilla!
(Se levanta y se sienta junto a Stella acariciando al gato. La luz del piso baja a la mitad. La casa se enciende. Bill y James están bebiendo en la misma posición. Suena la música de la radio. Bill la apaga.)
BILL.—¿Apetito?
JAMES.—No.
BILL.—¿Una galleta?
JAMES.—No tengo hambre.
BILL.—Tengo aceitunas ¿No quiere una?
JAMES.—No, gracias.
BILL.—¿Por qué no?
JAMES.—No me gustan.
(Pausa.)
BILL.—¿No le gustan? (Pausa.) ¿Qué tiene contra las aceitunas?
(Pausa.)
JAMES.—Las detesto.
BILL.—¿De veras?
JAMES.—Solamente el olor me pone malo.
(Pausa.)
BILL.—¿Queso? Mire qué buen cuchillo. Mírelo. ¿No le pare¬ce bonito?
JAMES.—¿Está afilado?
BILL.—Pruebe.
(Se pone de pie con el cuchillo en la mano. La luz se enciende del todo en el piso.)
HARRY.—Bueno, la dejo. (Se pone de pie.) Estoy encantado de que hayamos tenido esta pequeña conversación.
STELLA.—Sí.
HARRY.—Todo está perfectamente claro.
STELLA.—Me alegro.
(Van hacia la puerta.)
HARRY.—¡Ah! Bill Lloyd me pidió que le diera sus mejores recuerdos y toda su simpatía. (Sale.) Adiós.
(Stella vuelve al sofá, donde se recuesta acariciando a su gato. Baja la luz a la mitad.)
BILL.—¿Por qué tiene miedo?
JAMES.—¿Qué ha sido eso?
(Retrocediendo.)
BILL.—¿El qué?
JAMES.—Creí que era un trueno.
BILL.—¿Por qué tiene miedo?
JAMES.—No tengo miedo. Estaba recordando la tormenta que hubo la semana pasada. Cuando estaba usted con mi mujer en Leeds.
BILL.—¿Otra vez? Creí que habíamos dejado esa historia atrás. ¿Sigue usted preocupado con eso?
JAMES.—Preocupado no. Solamente siento un poco de nostalgia.
BILL.—Las heridas cicatrizan cuando se conoce toda la verdad, por lo menos así me lo parece.
JAMES.—Claro que sí.
BILL.—Entonces, ¿por qué sigue dando vueltas al asunto? A un asunto que no tiene pasado ni futuro. ¿Comprende lo que digo? Usted ha estado felizmente casado durante dos años. Entre ustedes dos hay una ligadura de hierro que no puede ser destruida por una cosa tan trivial. Yo le he pedido perdón, ella le ha pedido perdón. Francamente ¿qué más quiere?
(Pausa. James le mira. Bill sonríe. Harry aparece en la puerta de entrada. La abre y cierra cuidadosamente sin hacer ruido y se queda en el hall sin ser visto.)
JAMES.—Nada.
BILL.—Cualquier mujer puede sucumbir a... un deseo sensual en un momento u otro de su vida. Al menos yo lo veo así; es parte de la naturaleza, y a veces ese deseo nada tiene que ver con la vida de matrimonio. ¿Qué quiere? (Ríe.) Es el sistema el que falla, no el marido. ¿Y quién sabe? quizá nunca le vuelva a ocurrir.
(James se pone de pie, va al bol de la fruta y coge otro cuchillo. Pasa el dedo por la hoja.)
JAMES.—Este también está muy afilado.
BILL.—¿Qué quiere decir?
JAMES.—Vamos.
BILL.—¿Qué pretende?
JAMES.—Vamos. Usted tiene uno y yo tengo otro.
BILL.—¿Y qué?
JAMES.—A veces se cansa uno de palabras. ¿No le ocurre? Vamos a jugar un poco, en broma.
BILL.—¿Qué clase de juego?
JAMES.—Vamos a jugar a un duelo.
BILL.—Yo no quiero jugar a un duelo, gracias.
JAMES.—Claro que sí, vamos. El primer tocado es el cabrito, ¿de acuerdo?
BILL.—No es un juego demasiando sutil. ¿No le parece?
JAMES.—Ya verá cómo nos divertimos. Vamos; primera posición.
BILL.—Creí que éramos amigos.
JAMES.—Y somos amigos, ¿qué tiene que ver? ¿Qué le pasa? No le voy a matar. No es más que un juego. Vamos a jugar un poco. No tiene miedo, ¿verdad?
BILL.—Lo encuentro absurdo.
JAMES.—Vamos; no sea aguafiestas.
BILL.—Yo dejo el cuchillo.
JAMES.—Y yo lo cojo.
(Lo hace. Ahora James tiene un cuchillo en cada mano.)
BILL.—Ahora tiene dos.
JAMES.—Y tengo otro en el bolsillo.
(Pausa.)
BILL.—¿Qué hace? ¿Se los traga?
JAMES!—Yo no, ¿y tú? (Bruscamente.) ¡Anda! ¡Trágalo!
(Le tira un cuchillo a la cara. Bill sube la mano para protegerse y para el cuchillo. Este le hace un corte en la mano.)
BILL.—¡Ay!
JAMES.—Buena parada. ¿Qué ha ocurrido? (Le mira la mano a Bill.) Se ha cortado. Antes no tenía ni un arañazo en el cuerpo. ¿Recuerda?
(Harry entra.)
HARRY.—¿Qué pasa? ¿Te has dado un corte en la mano? Déjame ver. (A James.) No es gran cosa. Ha sido su culpa por no haberse agachado. Se lo he dicho veinte veces; cuando alguien le ataca a uno con un cuchillo lo peor es tratar de atajarlo en el aire. Siempre se hiere uno. Lo más seguro es agacharse. ¿Usted es el señor Horne?
JAMES.—El mismo.
HARRY.—Encantado de conocerle. Me llamo Harry Kane. ¿Bill le ha atendido bien? Le pedí que le retuviera hasta mi vuelta. Me alegro que lo haya conseguido. ¿Qué estamos bebiendo? ¿Whisky? Déme su vaso. Usted y su mujer tienen esa boutique en Chelsea, ¿verdad? Es raro que no nos hayamos conocido viviendo tan cerca y estando todos en el mismo negocio. Aquí tiene. ¿Y tú, Bill? ¿Dónde está tu vaso? ¡Deja ya tu mano, por el amor de Dios! ¡Un cuchillo de queso no puede hacer mucho daño! Bueno, señor Horne: ¡Todo lo mejor! Porque todos tengamos prosperidad y felicidad. «Mens sana ¡n corpore sano». Salud. (Beben.) Por cierto, acabo de ver a su mujer. Está haciendo un bordado maravilloso. No sabes, Bill, qué cosa tan bonita, deberías verlo. Hemos tenido una conversación muy agradable su mujer y yo. Dígame, amigo mío... ¿puedo serle completamente franco?
JAMES.—Por supuesto.
HARRY.—Su mujer... ve usted... me ha hecho una especie de confesión. Creo que puedo emplear esa palabra. (Pausa. Bill se chupa la mano.) Me ha confesado que... ha inventado enteramente la historia. Por alguna extraña razón. Bill y su mujer nunca se han conocido y jamás se han hablado. Esto es lo que Bill me había dicho y lo que su mujer acaba de admitir. No ha habido nada entre ellos y le repito que no se conocen. Las mujeres son muy extrañas; usted debe saberlo mejor que yo. Si yo fuera usted volvería ahora a casa y le daría un sartenazo en la cabeza y le diría que hiciera el favor de no inventar más historias como esta.
(Pausa.)
JAMES.—Así que lo ha inventado todo...
HARRY.—Me temo que sí.
JAMES.—Ya veo. Bueno, gracias por decírmelo.
HARRY.—Me pareció que sería mejor que se lo dijera una persona que nada tiene que ver en este asunto.
JAMES.—Sí. Muchas gracias.
HARRY.—¿No es cierto, Bill?
BILL.—Absolutamente. Nunca he visto a su mujer, no la conocería si la viera. Pura fantasía.
JAMES.—¿Cómo está su mano?
BILL.—No es nada.
JAMES.—¡Qué raro que confirmara usted toda la historia!
BILL.—Me divirtió.
JAMES.—¡Ah!...
BILL.—Me divirtió usted. Usted quería a todo trance que yo la confirmara. Me divirtió ha¬cerlo.
(Pausa.)
HARRY.—Bill es un muchacho de barrio; de barrio bajo. Tiene un sentido del humor de barrio. Por eso no suelo llevarle conmigo. Porque tiene una mentalidad de barrio bajo. No es que yo tenga nada contra ello; nada en absoluto. Pero una mentalidad barriobajera está bien en un barrio bajo. Fuera de él hay el peligro de que corrompa las cosas. Hay algo en él... ¿cómo diría? ligeramente podrido. ¿No encuentra? Es como una babosa. No pasa nada con una babosa en su sitio. Pero éste no se queda en su sitio y sube por las paredes de las casas dejando una estela de baba, ¿verdad, Bill? Y confirma estúpidas historias sórdidas simplemente por divertirse y los demás tienen que correr y dar vueltas para llegar a la raíz de las cosas, airearlas y quitarles el veneno mientras que él no sabe más que chuparse la sangre de la mano y descomponerse como la babosa podrida que es... ¿Otro whisky, Horne?
JAMES.—No, muchas gracias. Tengo que marcharme. En fin, me alegra saber que no ocurrió nada. Ha sido un gran alivio.
HARRY.—Ha debido serlo.
JAMES.—Mi mujer no ha estado muy bien últimamente. Trabaja demasiado.
HARRY.—¡Lástima! En fin, ya sabe lo que es nuestro oficio.
JAMES.—Lo mejor es que nos tomemos unas vacaciones largas.
HARRY.—Eso es. El sol es esencial.
JAMES.—Bueno... pues muchas gracias, señor Kane, por aclarar mis dudas. Lo mejor será olvidar todo esto.
HARRY.—Sí, será lo mejor.
(James pasa a Bill, que se ha sentado.)
JAMES.—Lamento lo de la mano. Claro que ha tenido suerte de cogerlo. Sin eso le podía haber cortado la cara. No duele mucho, ¿verdad? (Pausa.) Mire... Le pido perdón por toda esta historia que mi mujer ha inventado. La culpa es suya y mía por creerla. Usted no ha tenido la culpa y lo ha tomado lo mejor posible. Para usted ha debido ser un verdadero trastorno. ¿Quiere que nos demos la mano como muestra de mi buena voluntad?
(James le tiende la mano. Bill frota la suya pero no la extiende.)
HARRY.—Vamos, Billy. Me parece que ya hemos hecho bastantes tonterías. ¿No crees?
(Pausa.)
BILL.—Le diré... le diré... la verdad.
HARRY.—Por favor, no seas ridículo. Vamos, señor Horne. Vuelva usted con su mujer, amigo mío. Yo me ocuparé de este sujeto. (James no se mueve. Está fijo en Bill.) Vamos, Jimmy, ¡ya hemos dicho bastantes bobadas!
(James le lanza una mirada. Harry se calla.)
BILL.—No la toqué... Estuvimos sentados en un sofá del hall... Más de dos horas... Hablamos... hablamos de ello... pero no nos movimos del hall... no subimos a su cuarto... hablamos… hablamos de lo que ocurriría... si subiéramos... dos horas... pero no la toqué... no hicimos más que hablar...
(Largo silencio. James sale de la casa. Harry se sienta. Bill queda de pie chupando el corte de la mano. Silencio. La casa queda a media luz. Se enciende el piso. Stella está echada con su gato. Se oye la puerta. Entra James. Se queda fijo mirándola.)
JAMES.—No pasó nada, ¿verdad? (Pausa.) No subió a tu cuarto. No hicisteis más que hablar en el hall. (Pausa.) Dime: ¿es ésa la verdad? (Pausa.) No hicisteis más que hablar... de lo que ocurriría. Eso es lo que hicisteis. (Pausa.) ¿Es así? (Pausa.) Dime: ¿es ésa la verdad?
(Stella le mira sin afirmar ni negar. Su expresión es abierta, simpática. La luz del piso baja a la mitad. Los cuatro personajes se enfrentan en medio de la oscuridad. Baja la luz.)


TELÓN LENTO




Sobre "La colección"

Fragmento del libro "Teatro de protesta y paradoja"
George E. Wellwarth
(1964)

(…)

En sus últimas obras, THE COLLECTION (La colección, 1961) y THE LOVER (El amante, 1963), escritas ambas para la televisión, Pinter ha adoptado un estilo más hermético. Sus dramas dan la impresión de competencia y honradez, pero el público queda preguntándose: "¿A qué diablos estaría refiriéndose?". Es muy improbable que LA COLECCIÓN y EL AMANTE obtengan éxito en los Estados Unidos, donde los espectadores exigen no sólo una claridad meridiana en la exposición, sino también una limpieza sexual a toda prueba y una inevitable moraleja final. Al parecer, los telespectadores británicos tienen una manga más ancha, puesto que aceptaron incluso LA FIESTA DE CUMPLEAÑOS. "La falta de una motivación chabacana y obvia como la de las obras a que estaban acostumbrados, irritó a la vez que intrigó a los espectadores. Durante varios días la gente discutió acaloradamente en bares y autobuses lo que había sido una experiencia profundamente inquietante".

Tanto LA COLECCIÓN como EL AMANTE tratan, si bien con menos virulencia, el problema que obsesiona a Genet: "¿Cuál es la realidad de una persona?". Según Genet, los seres humanos están compuestos por capas sucesivas de irrealidad que rodean a un núcleo inexistente; según Pinter, los seres humanos son simplemente inescrutables, lo mismo para sí mismos que para los demás. Es posible que sean vacío envuelto en ilusión, pero también pueden poseer, sin saberlo, un sólido centro de realidad. El caso es que no lo saben, y que tienen miedo de averiguarlo. En LA COLECCIÓN y EL AMANTE cobra valor la imagen de que el diálogo de Pinter es como un combate de entrenamiento en que los adversarios se ocupan únicamente de mantenerse fuera del alcance el uno del otro. Y aún más en el comentario que Pinter escribió para el programa de LA HABITACIÓN y EL MONTACARGAS cuando se representaron en el Royal Court Theatre:

El deseo de verificación es comprensible, pero no siempre puede ser satisfecho. No hay distinción clara entre lo que es verdadero y lo que es falso. Las cosas no son necesariamente verdaderas o falsas; pueden ser a la vez verdaderas y falsas. A mi entender, es inexacta la suposición de que es fácil verificar lo que ocurre o ha ocurrido. Un personaje que no pueda presentar argumentos convincentes o plausible información acerca de su experiencia pasada, su conducta presente o sus aspiraciones para el futuro, ni dar un análisis concluyente de sus motivos, es tan legítimo y tan digno de consideración como el que cumple todos esos requisitos. Cuanto más viva sea la experiencia, menos coherente es su expresión.


Éste es precisamente el caso de LA COLECCIÓN. En esta obra se nos presenta a cuatro personas que se afectan la una a la otra emocionalmente y que, sin embargo, no llegan a establecer comunicación alguna entre sí ni a hacerse comprender mutuamente. La trama gira alrededor de la supuesta relación sexual entre dos de ellas. La mujer llega a casa después de haber asistido en el Norte de Inglaterra a un congreso de diseñadores de alta costura, y sin que el motivo aparezca muy claro hace a su marido un relato detallado de cómo pasó una noche con otro hombre. El marido (cuyo nombre, por cierto, es Horne), visita a su presunto rival y le plantea el asunto. El rival niega al principio, pero cuando la cortesía de Horne se convierte en amenaza apenas velada, acaba por confirmar la historia de la mujer y añade incluso algún que otro sabroso detalle por su cuenta, afectando indiferencia, y los espectadores suspiran satisfechos al reconocer el desarrollo del tema del "eterno triángulo". Pero algo raro le pasa al triángulo. Sus lados no terminan de encajar. Bill, el supuesto rival, está bajo la "protección" de Harry, un hombre mayor que, naturalmente, no ve con buenos ojos los galanteos de su pupilo. Harry se entrevista con la mujer y le hace admitir que ella inventó toda la historia. Ante esa evidencia, Bill rectifica de nuevo y confiesa que en realidad no hubo nada. El marido vuelve una vez más a casa y pide a su esposa confirmación de la nueva versión. La mujer le mira enigmáticamente, y cae el telón.


FICCIONES

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