Antonio Muñoz Molina en Nueva York |
ANTONIO MUÑOZ MOLINA
UN ESCRITOR EN MANHATTAN
"Nueva York te quita tontería y vanidades destructivas"
Antonio Caño27 de febrero de 2004
Es otoño en Nueva York. Otoño es la mejor época del año para recorrer esta ciudad, las temperaturas son suaves, los cielos son luminosos y la actividad es plena, sin los límites que la nieve o el calor asfixiante imponen con frecuencia. Antonio Muñoz Molina (Úbeda, 1956) se echa al hombro su mochila cargada con uno de esos cuadernos de duras tapas azules a los que se ha hecho adicto y comienza un día más de recorrido sin rumbo por calles y plazas que ha llegado a retratar con la precisión de un fotógrafo. "Se me creó como un vicio, a cualquier parte que iba, yo tenía que ir con mi cuaderno", dice. Una gran parte de su libro Ventanas de Manhattan está basado en esos cuadernos. El resto son recuerdos que el viaje trae a la memoria del autor y reflexiones hechas al azar por el encuentro con personajes singulares y situaciones imprevistas.
Elvira Lindo y Antonio Muñoz Molina |
"El impulso principal de Nueva York no es la belleza, sino el comercio, la industria, la fuerza del dinero"
"La costumbre te vuelve el mundo opaco; los sitios en los que vives habitualmente no los ves. La mirada del forastero es muy beneficiosa"
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PREGUNTA. Es un libro, entonces, escrito sobre la marcha, en el banco de un parque o en la mesa de una cafetería.
RESPUESTA. Principalmente, así es. Hay otro núcleo en el libro que está basado en las crónicas que hice para el periódico después y durante el 11 de septiembre. Ahí yo hacía el mínimo de comentarios y el máximo de observaciones. No me parecía necesario interpretar nada, lo que me parecía relevante era fijarme en los detalles. Después, ya al cabo del tiempo, lo que hice fue ponerme con esos papeles, con esos cuadernos, y de ahí salió el libro. En ese momento me apeteció también contar el origen de mi propia relación con la ciudad; al fin y al cabo no era una relación objetiva, yo no puedo hacer un libro de viajes que sea una especie de reportaje objetivo porque para explicar el tipo de relación que yo tengo con la ciudad tengo que explicar las razones personales, sentimentales incluso, que me han llevado a ella. Entonces otra parte del libro se convirtió en una especie de autobiografía a través del pretexto de la ciudad.
P. En esa parte autobiográfica, empieza reconociendo la incredulidad que le produce el hecho mismo de verse en Nueva York.
R. En el fondo es la impresión del pueblerino, cosa que yo tenía que reconocer para hacer el libro honradamente. Con los años vas conociendo la ciudad, vas teniendo amigos, vas estableciendo unas relaciones, ya no eres exactamente un forastero. Mucha gente escribe desde esa posición de seguridad. Pero para mí eso era una falsedad, porque yo quería también escribir desde la posición del recién llegado. Yo me acuerdo que esa misma sensación de incredulidad la tenía las primeras veces que dormía en Madrid, cuando me vine a estudiar, que me despertaba y me decía: ¿estoy en este sitio, en este sitio imaginario?
P. ¿Y Nueva York era parte de ese mundo imaginario suyo?
R. Lo que hace a Nueva York un sueño no es tanto su grandeza objetiva sino el hecho de que, por muchas razones, mucha gente proyecta sus sueños allí. En mi caso, es el sueño del provinciano abrumado y superado por esa especie de embriaguez de estar allí. También hay una cosa que influye para nosotros que es la escala del espacio, no ya de los edificios, sino por ejemplo la anchura de los ríos, la impresión de la naturaleza, incluso en Central Park, con esos árboles que parecen catedrales. Tú te pones en la orilla del East River, debajo de un pilón del puente de Brooklyn, y yo muchas veces he sentido vértigo. Todo eso te hace demasiado consciente de tu nulidad personal.
P. Eso le hizo sentir, a veces, soledad, incluso miedo.
R. Nueva York no es una ciudad hostil, de ninguna manera. No es difícil entablar relaciones con desconocidos. Soledad sí, a veces, como una sensación de sentirte abrumado, pero la soledad también tiene una parte de celebración porque es como una conciencia absoluta de tu individualidad: estás allí para atraparlo todo, para disfrutar de todo, para verlo todo; la ciudad requiere una atención absoluta, la atención absoluta, como le decía antes, de mi primera llegada a Madrid, la sensación de estar saliendo de un mundo y llegando a otro.
P. ¿Nueva York le ha devuelto su plena capacidad de observación?
R. Sí, sí, muchas sensaciones de esas que pertenecen a la primera juventud.
P. Caminando por Nueva York, dice usted, "el tránsito de la belleza a la desolación sucede siempre expeditivamente".
R. Claro, claro, cualquier calle es una línea recta y va haciendo un corte geológico de una gran cantidad de mundos posibles. Una sensación del salto de la belleza al horror o de la felicidad a la amargura. Me acuerdo de una noche deliciosa, paseando por Union Square y, de pronto, pasé junto a una especie de quiosco en el que había una fuente, y me fijé que la base metálica de la fuente no estaba exactamente pegada sobre el suelo sino que había un cierto hueco; me fijé en que algo se movía y eran docenas de ratas saliendo y entrando por allí.
P. Pero a todo eso se sobrepone el mito, enseguida doblas una esquina y vuelves a encontrarte con la ciudad inventada.
R. Es que la ciudad en sí misma es el resultado de una invención; los que la fundaron estaban inventando un país, estaban inventando un mundo distinto al que habían dejado en Europa. Estados Unidos ha sido inventado en gran parte, ha cobrado la forma de la imaginación que la gente proyectaba sobre él; y Nueva York, claro: el sueño de tantos emigrantes italianos, centroeuropeos, judíos, alemanes... Me acuerdo que en El Padrino, por ejemplo, cuando se ve la infancia de Vito Corleone, que desde un ventanuco, en una especie de celda de aislamiento, en Ellis Island, ve la Estatua de la Libertad y la ciudad al fondo. Eso, esas proyecciones, todo lo que la gente ha imaginado está allí de alguna manera. Entonces, tú vas caminando por una ciudad que es real pero que al mismo tiempo tiene un espesor de imaginaciones mayor que otros sitios porque ése es el lugar que mucha gente se ha imaginado.
P. Y que tantas veces ha visto reproducido en la literatura, las películas y la música que le gusta.
R. ¡La cantidad de gente que ha creado allí! Una parte muy grande de los artistas que yo cito en mi libro son emigrantes o son hijos de emigrantes o son fugitivos. Hay esa especie de foco de atracción que irradia una intensidad fortísima.
P. En el libro reconoce que ha recorrido la ciudad casi siempre sin rumbo y sin nada que hacer.
R. Para mí era importante resaltar la holganza como una manera de estar en el mundo, la celebración del hecho de estar en los sitios sin más intención ni más nada. Eso te permite observar mucho.
P. Es muy distinto Nueva York para quien tiene que ganarse la vida allí. He conocido a muchos neoyorquinos que no entienden cómo podemos ir de turistas allí.
R. Evidentemente. En el libro algo que me ha preocupado mucho es marcar la diferencia entre la contemplación estética y el funcionamiento real del mundo; la contemplación estética es muy engañosa y generalmente implica una posición social privilegiada. Por eso yo digo en el libro que no es la belleza, el afán de belleza, el impulso principal de Nueva York, sino el comercio, la industria, el trabajo, la fuerza de los emigrantes que han llegado allí a buscarse la vida, y también la fuerza del dinero, la capacidad de atracción del dinero, porque, al fin y al cabo, si tú vas al Metropolitan o al MOMA, lo que estás viendo allí es la celebración del dinero.
P. Hasta existe una calle que es el símbolo universal del dinero.
R. Exactamente, en Wall Street sientes la corriente eléctrica del dinero. En Nueva York ves muy bien en funcionamiento la maquinaria del mundo. Por eso hay tantos capítulos dedicados al comercio, la compra, la venta, el trabajo. Igual que lo fue Venecia o Bagdad o supongo que en el siglo que viene lo será Shangai o algún sitio de esos.
P. ¿Y no cree que todo eso no lo ven los neoyorquinos, que sólo lo vemos los extranjeros? ¿No será que Nueva York es, en realidad, una ciudad para extranjeros?
R. La costumbre te vuelve el mundo opaco; los sitios en los que vives habitualmente no los ves. La mirada del forastero es muy beneficiosa. Las grandes mitologías, esas de las que hablábamos, las han creado forasteros. Piense hasta qué punto muchas de las imágenes que nos parecen más americanas son el resultado de las miradas de extranjeros. En el libro cito el ejemplo de Hitchcock, que ve el mundo de América y ve Nueva York con una mirada de extranjero, igual que Nabokov, cuando escribe Lolita nos parece que es lo más americano del mundo, los moteles y las carreteras, pero es la mirada de un extranjero.
P. Pero, al mismo tiempo, siendo extranjero es fácil sentirse un Don Nadie en Nueva York, como dice en el libro.
R. Ése es el sentimiento que se tiene en el sitio que es más grande. Es decir, gente que es muy conocida en un ámbito, el poeta de tal sitio, el gran historiador de tal lugar, pasa a otro sitio más grande y más lejano y se esfuma, y todas esas pequeñas seguridades que tú tenías desaparecen. Y eso creo que es muy bueno para oxigenarte, te quita tontería, te quita esa creencia en la que se basan tantas vanidades destructivas de que realmente eres algo. Te quita el peligro de convertirte en un personaje. En este sentido, el libro es también el relato de una educación, es la lección de que no eres nada, que puedes desear ser algo, pero que en general uno no es nada o casi nada.
P. Una lección de humildad.
R. No, humildad no. Es conciencia de las propias limitaciones y del escaso papel que tiene un trabajo como el nuestro en el mundo y además un país como el nuestro.
R. ¡Y eso que en el proceso de edición he quitado bastantes referencias! The New York Times es el placer del periódico que te cuenta el mundo, el placer de conocer la complejidad abrumadora del mundo.
P. Estaba en Nueva York el 11-S. ¿Fue consciente de la magnitud de lo que ocurría?
R. Era incapaz de ver nada globalmente, estaba demasiado cerca. Los que estábamos allí veíamos fragmentos, veíamos que en el mundo a nuestro alrededor los cambios eran muy pequeños y muy sutiles, como por ejemplo que en el supermercado no había bolsas ni carritos. En los días siguientes, el silencio, el silencio en la calle y en el supermercado; en la parte baja de Manhattan, el Village y el Soho eran un espacio silencioso, sin tráfico, y la gente con mascarillas y esa luz tan rara que había, como de eclipse.
P. ¿Y entiende mejor lo que ha pasado en el mundo después de haber vivido el 11-S?
R. Yo creo que el 11-S fue un catalizador para algo que ya estaba ahí. Los planes que tenía la Administración de Bush con respecto al mundo eran anteriores al 11-S.
P. ¿También el patriotismo que se observó en esa fecha estaba ahí?
R. Sobre eso tenemos que matizar, porque es muy fácil hacer burla de una manera general; hay un patriotismo religioso y cerril, pero hay también un patriotismo progresista de mucha gente que se identifica con su país y con las ideas liberales y avanzadas que hay en su país. Aquí se ha hecho bastante burla de eso de las banderas y del patriotismo constitucional, pero yo creo que es muy respetable y no me considero en condiciones de reírme de eso cuando en nuestro propio país salen los pistoleros con la bandera sobre la mesa. Muchas veces en Europa no se resalta la parte democrática y progresista que tiene mucha gente en Estados Unidos. Parece que necesitamos reducir el mundo norteamericano a una caricatura y, una vez reducido a una caricatura, nos reímos o lo despreciamos.
P. Hasta las referencias políticas en su libro surgen de forma casual, espontánea, como las anotaciones del cuaderno del que hablaba al principio.
R. Es que a mí lo que más me ha importado es contar la parte de celebración de la vida que tiene lugar en esa ciudad concreta, una ciudad en permanente construcción. Eso que yo le decía antes, que en esa ciudad ves el funcionamiento del mundo, pero el funcionamiento del mundo no está completo. Ves cómo el lujo se recicla en basura y la basura se recicla en otra cosa; todo siempre en permanente movimiento.
P. Dedica varias páginas también a observar España desde Nueva York.
Antonio Muñoz Molina, en su casa de Madrid. Foto de MIGUEL GENER |
R. La distancia te permite ver cosas que son mejores de lo que tú creías y cosas que son peores de lo que tu creías también. Y luego ves una cosa que te enseñan los americanos: que estamos terriblemente convencidos, por nuestro narcisismo y por nuestro ensimismamiento, de lo terriblemente distintos que somos entre nosotros. Nos dedicamos a crear continuas divisiones políticas, étnicas, regionales, nacionales; si hay un rasgo distintivo lo exageramos hasta convertirlo en intratable y si no hay lo inventamos. Yo cuando he estado allí o cuando vienen amigos americanos a verme he aprendido, me han enseñado, que en realidad es todo lo contrario, que allí sí que son diferentes, pero que aquí todos nos parecemos mucho.
* Este artículo apareció en la edición impresa del viernes, 27 de febrero de 2004.
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