Antonio Muñoz Molina y Manuel Vilas en la librería Tipos infames de Madrid. |
“Mi padre nunca me dijo ‘te quiero”
Manuel Vilas se despoja del pudor para contar su vida en 'Ordesa', un libro generacional que Muñoz Molina destaca por su precisión y verdad
Ferrán Bono
25 de enero de 2018
Un día, siendo niño, Manuel Vilas estaba paseando de la mano de su padre. “Pasó una señora y vi que allí había algo. Cuando se marchó, mi padre me dijo: ‘esta habría sido tu madre si no me hubiese casado con tu madre’. Luego supe que había tenido una novia que dejó por mi madre. Otro día, en un cementerio, dijo, sin darle importancia: ‘por ahí debe estar tu abuelo’. Y ya al final de su vida, la manera que tuvo de despedirse de mí fue a través de su coche. Él fue viajante de comercio y el coche siempre fue fundamental en su vida. Cuando le comenté que lo tenía tan lleno de polvo, me respondió: ‘haz lo que quieras con el coche”.
Muchos años después, el poeta y narrador aragonés Manuel Vilas (Barbastro, 1962) ha condensado todos esos recuerdos en Ordesa (Alfaguara), un libro que ha sacudido no solo los cenáculos literarios en España por su sinceridad, su verdad, su emoción. Un libro que es una “carta de amor” a sus padres, y un retrato de la España de los sesenta y setenta, de Zaragoza, de la pobreza, de los anhelos de la clase media baja, de la irrupción de las piscinas municipales, de la soledad de un apartamento de divorciado. Un libro que es también un ejercicio estilístico confesional, impactante, impúdico, que no evita las “partes más sórdidas de la memoria”, como los tocamientos a los que fue sometido de niño por un cura. “Los llevaba en la cabeza. Era una verdad que necesitaba escribir”, explicó el poeta en la conversación que mantuvo el miércoles en Madrid con el escritor Antonio Muñoz Molina.
“Vilas habla con mucha claridad, sin adornos; en la literatura abunda demasiado una mezcla de pudor y de arrogancia genealógica tonta cuando uno habla de sus mayores y parece que se recuerda siempre una nobleza, un pasado glorioso, de la propia familia. Uno de los atractivos del libro es que ese pasado está visto en la luz de la verdad”, comentó Muñoz Molina a un público que llenaba la librería Tipos infames.
Una verdad susceptible de ser muy compartida y que se ha vertido en las páginas de una obra fragmentada, de capítulos cortos, como flashes encadenados de la memoria. “Me ha sorprendido la reacción emocional de la gente. Muchos lectores y amigos de mi generación me dicen que la relación con mis padres era muy similar a la que ellos tenían. Entonces no se verbalizaba el amor. Mi padre nunca me dijo te quiero. Había señales de eso, claro, pero…”, comentó el poeta. “Sí”, intervino el académico y autor de El invierno en Lisboa, “pero entre el laconismo de entonces y el chorreo verbal de la generación de Twitter, habrá un término medio, ¿no?”.
Manuel Vilas, con su novela 'Ordesa'
En el libro de Vilas, que empezó a escribir cuando murió su madre en 2014, no hay términos medios, aunque sí matices, precisiones, reconsideraciones. El autor, que vivió más de 20 años “narcotizado por una nómina” de profesor de instituto, arremete en el libro contra sus antiguos compañeros, enloquecidos de “medianía y adocenamiento”, que” humillaban y despreciaban a sus alumnos”. Pero al final del capítulo, recapitula: “Estoy siendo injusto: el único aliado real de la redención social de los españoles desfavorecidos es el profesorado”. Empieza aquí en un tono muy crítico, casi destructivo, y acaba recordando el disfrute compartido de análisis gramatical: “Nos moríamos de risa con el objeto directo en frases como ésta: Juan quemó el coche. ¿Quién demonios era Juan? ¿Era un buen coche? ¿Por qué quemar un coche? El colmo era cuando pasabas la oración a pasiva, porque esa era la forma de comprobar que coche era el maldito complemento directo (…) El complemento directo representaba al proletariado de la sintaxis, tenía que cargar con todo, tenía que cargar con la acción el verbo”.
La precisión fue destacada por Muñoz Molina como una de las principales virtudes de Ordesa: “Está cargado cada párrafo de detalles precisos, de marcas de cigarrillos, distancias, de kilómetros… La precisión es un instrumento de la verdad. Decir cuánto cuestan las cosas es decir que hay personas que no las pueden comprar”.
La conciencia social, de clase, recorre las páginas del último libro del poeta y autor de novelas como España o El hundimiento. Y el ajuste de cuentas con uno mismo, como cuando Vilas relata sus problemas con el alcohol y su desolación por la ausencia de su madre al otro lado del teléfono, cuando tantas veces él rehuyó las llamas reincidentes de ella. “En el fondo, el narrador es un peter pan, que quiere que vuelvan sus padres para que le protejan como en la infancia”, concluyó ayer el poeta y narrador, padre de dos hijos.
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