lunes, 27 de septiembre de 2021

Jumpa Lahiri conversa con Mavis Gallant / Parte III

 


Ian Barrett / The Canadian Press via AP

NO PUEDE ENSEÑARSE A ESCRIBIR (PARTE III)


BIOGRAFÍA 


Jumpa Lahiri conversa con Mavis Gallant

[pgs. 145-146]

JL
La primera historia se inicia con un final, con un hombre que muere. Madame Carette tiene veintisiete años y queda a cargo de dos hijas muy pequeñas. Ayer hablamos de The Remission, que es la historia de un marido que muere, y de una mujer que va a enviudar pronto y va a quedar a cargo de unos hijos. La vida de Madame Carette cambia radicalmente de rumbo tras la muerte de su esposo. Sigue siendo viuda, y viste medio luto, mientras que Barbara, en The Remission, se echa un amante cuando su marido todavía no está enterrado. No habiendo conocido esas dos épocas personalmente, y teniendo en cuenta que se trata de dos personajes muy distintos, me pregunto cómo ha cambiado la sociedad respecto a la mujer entre esos dos periodos. Sobre todo para las mujeres que habían perdido a sus maridos.


MG
Las circunstancias son muy distintas, porque las Carette eran chicas que pensaban que iban a trabajar. Habían crecido pensando que trabajarían.
JL
Y, además, en ellas está la expectativa de casarse.
MG
Eso, en aquella época, era universal. Yo la tenía. No del mismo modo, pero la veía. Cuando tenía diecisiete años, tenía una amiga, íbamos juntas al colegio. Un día me contó un secreto terrible: Había llegado «hasta el final», como se decía entonces, con un muchacho mayor. Y aquello era un gran secreto. «No estarás embarazada, supongo», le dije yo. «No», dijo ella, y yo le dije: «No tienes que pensar que tu vida está acabada». Pero interiormente pensé: «¿Quién va a querer casarse con ella?»
JL
Así era entonces.
MG
En primer lugar, no existía la planificación familiar. El riesgo era siempre altísimo. Para nosotras, los condones eran cosa de prostitutas y marineros. O de soldados. Y por eso existía un miedo atroz. El miedo al embarazo era muy real. El aborto quedaba descartado, era algo que ni se planteaba. Y te expulsaban de la sociedad, de la sociedad que conocías. Vivíamos instaladas en el miedo. Era cosa de las mujeres, de las jóvenes, impedir que los hombres llegaran lo lejos que querían llegar. Si tú no decías: «manos fuera», ellos no quitaban las manos. Era del todo antinatural, pero las consecuencias eran graves. Hoy no puede ni imaginarse lo que era. Niños que nacían y eran entregados inmediatamente en adopción, abortos clandestinos… La mujer que tenía un hijo podía ser enviada lejos de su familia. O sea, que hay que situarse en aquella época.
JL
Es cierto que esos relatos transcurren en una época que yo no he conocido. Y, sin embargo, The Chosen Husband, que trata de la búsqueda de marido para Marie, la hija de Madame Carette —de concertar la boda, de la carabina que controla los encuentros de los novios—, me recuerda a algunas de las expectativas trasnochadas con las que me educaron.
MG
¿Por la India?
JL
Por la cultura de la que procedían mis padres, sí.
MG
Pero usted llegó a una cultura en la que existía la planificación familiar.
JL
Así es. Pero, durante toda mi adolescencia, las expectativas de mis padres pasaban por que una mujer se mantuviera sexualmente pura hasta el matrimonio, a pesar de haber crecido yo en un lugar y en una época en las que aquello ya no era la norma, y en las que la mayoría de mis iguales no eran educados del mismo modo. El hecho de no casarme hasta los treinta y tres años fue visto como algo nada convencional para los conocidos de mis padres. Me consideraban demasiado vieja.
MG
¿Y eso les preocupaba?
JL
Creo que mis padres intentaban no preocuparse, pero estaba ahí. Mis parientes de la India se preocupaban mucho cuando iba a visitarlos a los veintisiete, veintiocho, veintinueve años.. «Buscadle un marido, se le está agotando el tiempo», y esas cosas. De modo que mis padres tuvieron que tomar la decisión de confiar en mí.
MG
¿La presionaron?
JL
Existía cierta presión, sí. Yo no podía obviarla del todo. Cuando era adolescente, la idea de casarme con alguien a quien no conociera o que no me gustara representaba un terror real para mí. Y por eso, cuando leo esos relatos, comprendo en parte la actitud. Eso que le sucede a Madame Carette, que nada más ver a Louis Driscoll, el pretendiente de su hija, se fija en sus ojos azul ultramar y al momento se adelanta con el pensamiento y espera que sus nietos hereden su color de ojos. Es algo con reconozco.

[pg. 154]
JL
¿Cómo cambia su vida de escritora a medida que se hace mayor?
MG
Cambia en el sentido de que ya no tengo manos.
JL
¿Le resulta difícil sostener una pluma?
MG
Cada vez me cuesta más.
JL
Y las cosas sobre las que ha sentido la necesidad de escribir, de pensar, de expresarse, ¿cómo evoluciona eso con los años?
MG
Voy a decirte lo que sucede cuando te haces mayor. Las cosas te parecen inevitables.
JL
¿En la escritura?
MG
No, en la vida. Parecen inevitables en cierto sentido. Te sientes menos… No sé qué es. La compasión no se pierde. «Los hombres mueren alguna vez, y los gusanos se los comen, pero no por amor.» Shakespeare la tenía.

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