Don Winslow habla de 'El Cártel', su monumental inmersión en el mundo del narco y del fracaso y la hipocresía de la lucha contra las drogas
Juan Carlos Galindo
17 de noviembre de 2015
“No entiendo cómo alguien puede tener buena conciencia y consumir cocaína para divertirse, sabiendo que es producida y comerciada por violadores, asesinos en masa y traficantes de personas. Todos somos El Cartel, claro. Creo que la gente mira al libro y cree que el término se refiere solo a los cárteles en sí mismos, ya sabe, Sinaloa… Sí, ellos son El Cartel, pero las agencias federales, las cárceles, los abogados, los ejércitos, la gente que se droga, los bancos que lavan el dinero que termina en negocios legales, etc. también lo son. Es decir, de una manera u otra todos estamos atrapados por las drogas”.
Odio la novela enigma, donde al final ha sido el mayordomo y todo el mundo es tan limpio. He estado allí y no es así, es sucio, es horrible
Don Winslow (Nueva York, 1953) aguijonea conciencias con sus preguntas incómodas contra el buenismo de EE UU y Europa en la lucha contra el narco. El autor estadounidense charla con EL PAÍS poco después de bajarse del avión que le ha traído a Madrid para promocionar El Cártel, su monumental retrato del submundo del narcotráfico con el que ganó el IX Premio RBA de Novela Negra. “No estamos perdiendo la guerra contra las drogas, la hemos perdido y nunca deberíamos haberla iniciado. Es sólo un gigantesco negocio, una industria en la que los narcos y quienes luchan contra ellos mantienen una relación simbiótica” responde sin pestañear cuando se le pregunta por los esfuerzos de EE UU o México. “Llevamos 45 años en esta lucha, la guerra más larga que nunca ha librado EE UU y para nada” remata con un gesto amable que poco tiene que ver con el panorama que describe.
Don Winslow no podría ir tranquilo por el mundo dando estos titulares si no se hubiera pasado 16 años de su vida inmerso en el mundo criminal de las drogas, como testigo, levantando acta. Seis años, primero, para escribir El poder del perro y diez más después para rematar este enorme fresco a medio camino entre el thriller, la novela política y el documental. En él, el agente de la DEA Art Keller y el jefe del cártel de Sinaloa, Adán Barrera, protagonistas de El poder del perro, se vuelven a ver las caras como modernos Ahab y Moby Dick, en caza perpetua, obsesionados hasta la muerte.
No entiendo cómo alguien consumir cocaína para divertirse, sabiendo que es producida por violadores y asesinos en masa
Pero ahora todo es mucho más complejo, violento y sádico. La realidad es tan brutal y la documentación que hay detrás de la novela tan exhaustiva que todo corría el riesgo de no ser creíble. “Es lo más complicado”, explica. “No quieres glorificar a esa gente pero han de ser reales. A veces leía cosas que no me podía creer. Otras veces, decidí no escribir sobre cosas que sabía que eran ciertas porque no creía que el lector pudiese aguantarlas. Tampoco quería esterilizar esa violencia. Odio la novela enigma, donde al final ha sido el mayordomo y todo el mundo es tan limpio. He estado allí y no es así, es sucio, es horrible”, explica.
El libro describe los peores años de la guerra contra la droga, una lucha militarizada y llena de crímenes, decapitaciones, asesinatos en masa y violaciones publicitados por los narcos hasta el vómito. “Ellos querían ser quienes contaran la historia y eso es una postura muy sofisticada, especialmente para un criminal. Primero acallaron a los medios tradicionales y luego aprovecharon la anarquía de internet y las redes sociales y pusieron a gente a trabajar en ello. Ahora puedes verlo en directo desde casa. Es de locos”.
El Chapo Guzmán y la Pax narcótica
El asunto nos lleva a uno de los grandes protagonistas de la novela, Pablo Mora. Un periodista que ama Juárez y su trabajo y sufre porque ve cómo ambos mueren. “Son los verdaderos héroes”, asegura Winslow, que ha dedicado la novela a decenas de periodistas asesinados durante los últimos años en México. “Es casi imposible ser un periodista honesto en México. Lo que no entiende la gente en Europa y EE UU es que la corrupción no es una elección para muchos”.
Cervantes y El Lazarillo de Tormes fueron los primeros en hablar de ladrones, putas, chulos y todo ese submundo
Winslow sonríe cuando se pregunta por uno de sus temas preferidos, Joaquín El Chapo Guzmán, del que Barrera es un trasunto literario. “No se escapó por ese túnel. ¡Por favor! ¡Es ridículo! La violencia estaba subiendo y el Gobierno decidió que saliese porque es el único que tiene el poder y el prestigio para controlar la situación, para ser el Padrino”, asegura mientras desliza una de sus teorías favoritas: la Pax narcótica de Sinaloa. A saber: que el Gobierno mexicano ha colaborado pasivamente, cuando no activamente, con este cártel para ayudarle a controlar la situación. “¿Un túnel y dos guardas que estaban jugando a las cartas en vez de vigilar? Vamos, dame algo más”, afirma divertido, mientras cuenta anécdotas sobre el gran jefe narco.
La alargada sombra de lo visto
Hijo de una familia humilde de madre bibliotecaria y padre marinero, Winslow ama los libros y vivir de ellos. De vocación temprana y éxito tardío, el autor de Salvajes trabajó de guía turístico y detective privado antes de poder dedicarse de lleno a la escritura, en la que se inició con la serie del detective Neal Carey. “¿Sabes?. No sé ni cómo salió, yo sólo trataba de hacer algo divertido y homenajear a Elmore Leonard o Lawrence Block, a los que leía para matar el tiempo mientras hacía turnos de vigilancia como detective”. Hablar de literatura le devuelve el brillo a los ojos: “¿Influencias? James Ellroy y Roberto Bolaño, por ejemplo. James Crumley y muchos más del género. Me gusta también referirme Cervantes y El Lazarillo de Tormes, la primera vez en la literatura occidental que alguien se habló de ladrones, putas, chulos y ese submundo en el que se está mejor que en el de las princesas y los sueños”, cuenta torrencialmente, sin rastro de jet lag, feliz.
Pero el mundo del narco tiene demasiado poder y su sombra regresa. En los finales tristes de Winslow sólo hay muerte, exilio o redención. Descartadas las dos primeras, el autor busca salida. “Ahora quiero escribir otra novela de Neal Carey pero no sé cómo. No he olvidado lo que he visto estos diez años. No he podido. Esta vez es mucho peor que con El Poder del perro y he visto cosas que no puedo ignorar. Hacía grandes esfuerzos al final de cada jornada, salía a correr, a hacer surfing, cocinaba para mi mujer, pero no he tenido éxito, no lo he podido dejar atrás. Me gustaría decir otra cosa, sería genial, pero no, para nada”, concluye, consciente de que, en efecto, todos estamos atrapados por El Cartel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario