Gabriel García Márquez |
Gabriel García Márquez
"Yo no sé gramática"
El premio Nobel colombiano repasa su relación con la literatura
- "Cuando dije que quería ser escritor me respondieron: 'Comerás papel"
CARLOS ARROYO JIMENEZ Cartagena de Indias 31 DIC 1995
"Lo malo es cuando lees una línea y dices: '¡Ah, esto suena demasiado a García Márquez". El autor de Cien años de soledad mira los folios con tachaduras que tiene delante y se inclina sobre ellos para dar énfasis a su advertencia: "Cualquier escritor tiene un problema: los autores que le gustan ejercen una gran influencia sobre él. La tentación es imitarlos. El reto, defenderse de ellos. Pero lo peor es si el escritor que a uno más le gusta es uno mismo". Hace una pausa y la voz se le nota rasgada cuando continúa: "Escribir es siempre terriblemente difícil. Para pocas personas tan terrible como para mí, porque cada vez que escojo una palabra saco la cuenta de cuántas personas la van a leer". "Y eso es terrorífico", confiesa el premio Nobel echando mano del borrador de su próximo libro, Noticia de un secuestro.
Le cuesta trabajo teorizar sobre la escritura a García Márquez, porque escribir se ha convertido en su segunda naturaleza. Está sentado ante 12 periodistas, con los que lleva cuatro días compartiendo mesa de trabajo en el Centro Cultural Español de Cartagena de Indias (Colombia). En las agitadas sesiones del cuarto taller de reportaje que organiza su Fundación para -un nuevo Periodismo Iberoamericano o en torno a una buena cena, los intentos del escritor por conocer y discutir las ideas de los demás se ven continuamente desbordados por la fascinación y la enciclopédica curiosidad de sus interlocutores.
Con un comentario que suelta con aire de sentencia abona su resistencia a la teoría: "Yo no sé gramática". Ninguno de sus millones de lectores lo diría, pero él está seguro de que nunca podría aprobar uno de esos terribles exámenes que sufren ahora los estudiantes: "Estoy seguro de que me tumbarían". Tan claro como su destino de estudiante tiene su sueño de escritor: "Me gustaría llegar a escribir de forma que cada línea tuviera la trampa que enganchara para la siguiente. Que cada línea dejara en suspenso, y empujara al lector a seguir".
Una trampa en la que su perfeccionismo no le deja caer una vez que sus libros han sido publicados. No los lee porque la primera tentación es sacar el lápiz y ponerse a corregirlos: "Una vez iba de Barcelona a Ginebra en tren. Llevaba Cien años de soledad para un amigo. Como se me acabó todo lo que llevaba para leer, empecé a hojear mi novela. Al instante agarré el, lápiz y me puse a corregir. Cuando llegué Ginebra tuve que comprar otro ejemplar para mi amigo. El libro corregido lo guardé y aún lo conservo". Los. periodistas le hacen ver el enorme valor que puede tener ahora ese ejemplar y él se echa a reír de buena gana: "Tal como están las cosas, un escritor famoso podría ganar mucho más dinero escribiendo originales que publicando libros".
Si no es capaz de leer sus libros publicados, mucho menos soporta enseñar sus folios corregidos, sus primeros borradores, sus tentativas: "Jamás. Las correcciones, jamás., Ni a mis amigos". Y es que está convencido de que un libro no es del lector hasta que no se publica, pero ya sólo es del lector cuando se ha publicado. Por eso todavía se lleva las manos a la cabeza al recordar sus olvidos, cómo cuando descubrió que en Cien años de soledadno había detallado cómo Úrsula Iguarán va reduciéndose poco a poco hasta acabar en una cajita. Pero la cosa ya no tenía remedio. La novela era de los lectores. Y en, alguna otra novela hay algún personaje femenino del que nunca más se supo. Es algo que sobrelleva como gajes del oficio, porque García Márquez no suele tomar notas. Piensa que si es verdaderamente importante no s e le olvidará, y si, se le olvida no era tan importante.
Sus 68 años le, han demostrado que "la lógica de la vida, no tiene fin", que la vida no necesita ayuda para inventarlo todo: "Dicen que yo he inventado el realismo mágico, pero sólo soy el notario de la realidad. Incluso hay cosas reales que tengo que desechar porque sé que no se pueden creer".Cuando se le pregunta cuál de sus libros prefiere, García Márquez se resiste a dar una espuesta definitiva, pero aclara que El amor en los tiempos del cóleraestá más en la tierra y le gusta más, que Cien años de soledad, Cuyo valor poético valora.Cuando escribía El amor... estaba en Cartagena de Indias. Trabajaba por las mañanas y por las tardes iba a buscar historias a casa de sus padres los cogía de uno a uno y en pareja, y les preguntaba por los episodios familiares, hasta que las diferentes versiones provocaban discusiones.Su camino vital hasta convertirse en escritor tiene un hito en su época de bachiller en un internado glacial de Zipaquirá, de donde salió sabiendo lo que quería. Como estaba obligado a sacar buenas notas para seguir teniendo beca, lo pasaba fatal, pero se esforzaba en estudiar para no volver a casa porque se sentía feliz fuera. Era un pueblito de nada, sin nada que hacer. Los fines de semana no eran demasiado prometedores, así que se quedaba leyendo. Como no tenía ninguna ayuda ni orientación para escoger las lecturas, no se le ocurrió otra cosa que devorarse toda la biblioteca del colegio por orden alfabético. Con leves gestos va sacando libros inventados de hipotéticos estantes y dice en tono confidencial: "Me leí tres tomos de la obra completa de Freud. Ahora sé lo que me gustaba: eran las historias clínicas".
Pero su voz se vuelve casi rencorosa al evocar los prime ros pasos de su historia intelectual: "Soy muy consciente no de lo que aprendí en la escuela, sino de lo que tuve que aprender a eludir para llegar a ser escritor. Recuerdo que cuando dije que quería ser escritor me respondieron: 'Comerás papel'. No me enseñaron a ser escritor, sino que lo logré gracias a mi aptitud y a la decidida vocación de serlo". Una vocación que en su artículo titulado Un manual para ser niño ha caracterizado como la única disposición del espíritu capaz de derrotar al amor. García Márquez, que tuvo que desobedecer a todo el mundo para poder ser escritor, hace recuento de las muchas personas que ha visto desgraciadas por no saber desobedecer cuando tuvieron su oportunidad de hacerlo. Con el tiempo, el vaticinio del papel comido resultó tan escasamente profético que ahora se ve obligado a insistir, siempre que tiene la oportunidad, en que él no escribe para ganar plata, sino para conseguir lectores.
Sabe que una infinidad de los lectores que le asaltan para que les firme ejemplares llevan libros piratas y proclama que el pirata es el mejor editor, porque no se interesa por un libro que no vaya a vender rápidamente, porque entra en donde el editor legítimo deja un hueco. "De todas formas, el pirata gana la. plata, pero los lectores me los quedo yo", afirma con auténtica avaricia.
Esta multitud de lectores supone para el escritor una responsabilidad que sobrelleva con la vanidad de la gloria, que ayuda bastante a ser un personaje célebre. Es algo que le resulta a menudo insoportable, pero García Márquez tiene claras las alternativas: "¿Qué voy a hacer, suicidarme? No puedo mandar a todos a la mierda. Al contrario. No soporto que haya una persona a la que no pueda seducir. Si existiera, me volvería loco. La perseguiría hasta conseguir seducirla. Y si no, la mataría".
Un pretexto para no escribir
, Hubo una época en que Gabriel García Márquez buscaba desesperado un pretexto para no escribir e incluso vomitaba el desayuno cuando se le venía encima la sesión de trabajo. Y no era precisamente un jovencito: tenía 45 años. Fue algo después de publicar Cien años de soledad, con la que obtuvo sus primeros derechos de autor. De los libros anteriores no sacó nada. En aquellos días era dichoso cada vez que se iba la luz. Exclamaba en voz muy alta: "Éste país de mierda en el que a cada rato se va la luz!". Pero secretamente era feliz cuando la oscuridad le impedía trabajar.
Los lectores de García Márquez aprecian su mano ligera y su pluma fácil, pero su singular estilo es la culminación de muchas horas atado a la silla, hipnotizado ante la pantalla del ordenador. "Cuando escribí El otoño del patriarca alcanzaba a redactar 10 o 12 líneas el día que me iba bien", cuenta.
Su ambiente de trabajo ha cambiado. con el tiempo, siempre empujado por la necesidad: empezó escribiendo en papel de periódico y de madrugada en El Heraldo, de Barranquilla, y, ha terminado por escribir en ordenador portátil en decenas de habitaciones de hotel. Ha trabajado en cuartos recogidos, do, ventanas a cal y canto, y en otros abiertos al mundo, incluso al lado de un colegio: "Cuando vivía en Barcelona, los niños de 4º grado de un colegio de Sarriá me hicieron la mejor pregunta que me! han hecho: '¿Cómo puede usted escribir al lado de un colegio?".
El premio Nobel también ha ido adelantando sus horarios. Durante un tiempo escribía de noche, porque, como periodista, no podía hacerlo de día. A partir de un momento, se suponía que ya era escritor profesional y se acostumbró a escribir por la mañana, de nueve a dos. Como en Barcelona y en México llevaba a sus hijos al colegio e iba a recogerlos, se ajustó al horario escolar que ahora mantiene.
La fama le obligó, a trabajar en cualquier sitio si quería seguir escribiendo: "Hasta El amor en los tiempos del cólera sólo podía escribir en mi estudio. Si viajaba no trabajaba. Además, con mi terror a los aviones no podía hacer nada en vuelo. Ahora preparo originales, porque corregir exige tal concentración que pasa por encima del miedo. Pero escribir, lo hago en el hotel con mi ordenador portátil. Los que escriben en ordenador durante los vuelos sólo lo hacen para que los vean".
Se entusiasma al describir su evolución como artesano: "Empecé a escribir mis libros con lápiz de dibujar. Luego vinieron la pluma de tintero, el bolígrafo, la Parker, la máquina de escribir, la máquina electrónica, el ordenador y el ordenador portátil". De repente una expresión agridulce asoma en su cara y cuenta cómo una lectora se le acercó para decirle: "Ya sé que ahora escribe sus novelas. con ordenador. No lo volveré a leer. Así cualquiera".
No hay comentarios:
Publicar un comentario