Patti Smith |
La cantante recuerda cómo surgió 'Horses', uno de los álbumes más icónicos del rock
FERNANDO NAVARRO Barcelona 31 MAY 2015 - 00:01 CEST
Patti Smith (Chicago, 1946) viaja al pasado. A un año, a una ciudad, a un disco. Es 1975 en Nueva York y sale publicado Horses, uno de los álbumes más icónicos de la historia del rock, un catalizador emocional e intelectual de la desarraigada época de los setenta anglosajones, la obra con la que la cantante y compositora recibió el apodo de madrina del punk, y que ahora cumple 40 años. “Había un ambiente excitante en la calle. No era una atmósfera normal”, relata. “Nuestra generación heredó a mucha gente muerta de la guerra de Vietnam. Y había movimientos por los derechos laborales, sociales, de los gays o las mujeres. Pero musicalmente la voz cultural de los sesenta estaba desapareciendo. Y sentíamos que queríamos formar parte de algo”.
Sentada en el sofá de un hotel de Barcelona, Smith, que triunfó en su interpretación íntegra de Horses en el Primavera Sound, fija su mirada de ojos grises en el vacío y al hablar mueve las manos con ligereza, como si fuera sacando de una estantería imaginaria los recuerdos que conserva intactos: “El disco llegó de forma orgánica. Era una veinteañera que se dedicaba a la poesía pero con mucha energía y que estaba fascinada por elrock'n'roll. No quería ser cantante, pero sentía que las lecturas de poemas eran demasiado estáticas”. Horses impactó al mundo. No solo era la tensión desgarradora de su rock'n'roll callejero, sino también su lírica evocadora, como ese célebre verso que escribió: “Jesús murió por los pecados de alguien, pero no por los míos”. “Tenía grandes mentores como William Burroughs, Allen Ginsberg o Gregory Corso, de la Generación Beat. En 1973 empecé a poner música a mis poemas, que defendía ante el público. Lo hacía con un piano. Me ayudaba Richard Sohl, que luego perteneció a la banda. Intenté darle un sentido de rock'n'roll a mi trabajo”.
Tanto fue el sentido que le dio que terminó dedicándose a la música, convirtiéndose en una iluminaria de la escena neoyorquina, con centro de operaciones en el garito CBGB's, antesala de la inminente explosión punk a ambos lados del Atlántico: “En 1974, escuché a Television en ese local. Comprendí que quería hacer eso y hablé con el dueño, Hilly Kristal. Solía estar vacío pero el día que yo debuté estaba lleno. Television nos marcaron ese camino a otros. Y fuimos llegando el resto: The Ramones, Blondie, The Dead Boys o Johnny Thunders”. Fueron los hijos bastardos de The Velvet Underground o New York Dolls, los máximos exponentes de todo el desencanto y la ironía que arrastraban las calles de Nueva York desde hacía años, aunque Smith le da un punto de exclusividad al garito: “No se puede ver el CBGB's como un elemento cultural al estilo del Factory, que era una creación de Andy Warhol. Era más agresivo, no había famosos. Muchos de los que nos uníamos allí cada noche no teníamos dinero. Íbamos con la idea de vivir algo nuevo y original, de crearlo también. Factory era algo que tenía que ver con sofisticación, pero el CBGB's era un lugar de encuentro del rock'n'roll”. Aunque una figura que pisó Factory tenía su influencia en el 315 de Bowery del Lower East Side. “Lou Reed siempre estuvo presente. Pasaba muchas noches con él charlando sobre poesía. Lou y Nueva York eran un matrimonio imposible de romper. Fue importantísimo lo que hizo con Walk on the wild side. Dio voz a los travestis”.
Con su cabellera grisácea, Smith, vestida con fina chaqueta, vaqueros rotos y botas, irradia serenidad al evocar otra vez aquella época tan trascendental en el devenir del rock, en la que todavía se fijan tantos músicos: “No se trataba de sexo, drogas y rock'n'roll sino de ser una comunidad y luchar por esas batallas que eran revolucionarias. Jim Morrison, Janis Joplin, Jimi Hendrix y Brian Jones estaban muertos. Bob Dylan estaba en otra onda. Y en la radio desaparecieron los DJ con visión política. Se trataba de esa voz cultural como la que representaban Bob Dylan, John Lennon, Joan Baez o Jerry Garcia”. Y, en este sentido, añade: “Horses no es un disco político. Habla de gente que no se adapta a su entorno, en un modo como podía ser por ejemplo Jim Morrison cuando elevaba los estados emocionales a poesía y lo convertía en rock. El disco trata sobre la libertad en todos sus niveles. La libertad entendida como nuestra responsabilidad”.
Horses se envolvió de toda esa excitación social y ambiente de guitarras eléctricas y chupas de cuero, pero también fue un rompedor alegato feminista. Desgarbada y sonriente, la cantante se remueve en el sofá y recuerda cómo la compañía quiso quitar la fotografía de Robert Mapplethorpe, una imagen hecha con luz natural donde ella posaba con un estilo andrógino: “Clive Davis —fundador del sello Arista— fue un buen mentor pero era de la vieja escuela. Me dijo que para ser honesto conmigo no podía entender esa foto. Si yo era mujer, me tenía que arreglar y maquillar. Pero esa foto era exactamente como yo era. No llevaba vestidos. ¡Y jamás iba a permitir que me maquillaran! Por ahí no pensaba pasar. Para mí, es una imagen preciosa porque me sacaba tal como soy”. ¿Y qué queda de la Patti Smith de hace 40 años? “Ahora, soy una abuela comparada con la chica que era y, tal vez por eso, me veo con más responsabilidad. No tengo tanta energía ni un espíritu tan activo pero el conocimiento, la empatía y la curiosidad siguen ahí”.
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