Triunfo Arciniegas
LA AUSENCIA DE JUAN RULFO
26 años sin Juan Rulfo, un escritor singular e irrepetible. Pedro Páramo y El llano en llamas, una novela perfecta y un libro de cuentos de altísimo nivel, fueron suficientes para hacerse un sitio en la literatura latinoamericana, un privilegio que no consiguen otros con cincuenta o más títulos.
Y podríamos añadir El gallo de oro, otro texto maravilloso. Otra exploración sobre un tema muy propio de Rulfo: la ilusión.
Conocen la cita: "La ilusión? Eso cuesta caro. A mí me costó vivir mas de lo debido". Las páginas de Rulfo están repletas de frases así. De "oraciones" en el sentido religioso. De principios que se repiten con devoción. "Hay pueblos que saben a desdicha", "Cada suspiro es como un sorbo de vida del que uno se deshace", "Sentí cuando cayó en mis manos el hilito de sangre con que estaba amarrada a mi corazón", "No vayas a pedirle nada: exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio… El olvido en el que nos tuvo, mijo, cóbraselo caro".
Fue un fotógrafo extraordinario, además, y nadie lo supo. Después de su muerte, encontraron los negativos en una caja de zapatos.
Pero hay algo más que agiganta la estatura de Juan Rulfo: la dignidad para llevar su oficio. No se dejó manosear. No se dedicó a escribir obras menores. Ni se humilló a la servidumbre de publicar un libro por año.
Las editoriales hubieran publicado lo que él quisiera, y los lectores compraríamos todos sus libros y leeríamos todas sus líneas tal vez con menos regocijo pero con la misma ansia. Juan Rulfo es una adicción incurable.
Alguna vez le preguntaron qué sentía cuando escribía, y Juan Rulfo, sabiamente, lo resumió en una sola palabra: "Remordimientos".
Me encanta su obra y me conmueve el hombre que hizo tal obra. La humildad de Juan Rulfo. No recuerdo de quién es la anécdota. De un pintor o de un escritor mexicano. Viajaron juntos y Juan Rulfo le cargó su maleta. El otro sólo supo después de quién se trataba. Contaba con vergüenza, y algo de incredulidad, que Juan Rulfo había cargado su maleta.
Así era el hombre, sin pretensiones, ajeno a la luz que lo iluminaba.
En otra ocasión lo invitaron a Tijuana con otros escritores. Tijuana u otro rincón del mundo. Fue uno de los últimos en llegar y le tocó el más miserable de los hoteles. Tanto que no había una chapa o un candado para asegurar la puerta de su habitación. Lo hizo con un gancho de ropa. Al final del encuentro, Rulfo se llevó el gancho para que le creyeran el cuento.
Cuatrovientos, 7 de enero de 2022
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