Bille August |
“No he encontrado en la vida mejor colega ni amigo que Bergman”
El danés Bille August -ganador del Oscar y de dos Palmas de Oro- recupera su mejor cine con 'Corazón silencioso'
Ganar dos Palmas de Oro, el gran trofeo del festival de Cannes, hace tres décadas parecía un reto homérico. Cuando lo logró el danés Bille August (Brede, 1948) —y encima en tan solo cinco años: en 1988 con Pelle el conquistador y en 1992 con Las mejores intenciones— solo lo habían conseguido previamente Alf Sjöberg y Francis Ford Coppola. Después, eso sí, barra libre: Emir Kusturica, Shohei Imamura, los hermanos Dardenne y Michael Haneke han repetido máximo galardón en el certamen francés desde 1997.
En aquel inicio de la década de los noventa, nada parecía frenar el impulso creativo de August. Se le bautizó como el hijo de Ingmar Bergman por su estilo y porque además fue el mejor director de una película de Bergman sin Bergman, Las mejores intenciones, que además describe la complicada relación de los padres del genio sueco, quien escribió el libreto. De este reto salió tan bien parado August, que, entre otras ofertas, rechazó la dirección de dos episodios de Las aventuras del joven Indiana Jones, y solo cedió ante la insistencia del mismísimo George Lucas.
Ahí comenzó un largo traspiés, del que solo se salva holgadamente Jerusalem. August se convirtió en adaptador de best sellers en grandes producciones como La casa de los espíritus, Smila: misterio en la nieve, Los miserables, Adiós Bafana o Tren de noche a Lisboa, y únicamente en algunas de sus secuencias se podía vislumbrar su inmenso talento para retratar la sensibilidad sin sensiblerías.
Ingmar era alguien a quien podías telefonear; siempre estaba disponible”
Así que el concurso en el pasado festival de San Sebastián de su Corazón silencioso (que se estrena este viernes 4 en salas comerciales) no presagiaba una fiesta cinematográfica. Y sin embargo, este drama —que se desarrolla durante un fin de semana, cuando tres generaciones de una familia se reúnen en una casa para que la abuela, enferma terminal, les comunique que quiere suicidarse— devuelve a un gran August. No será un bergman, pero al menos hay cine del bueno. “Bergman es Bergman. Nadie puede compararse. Fue un enorme director y una gran persona. Por suerte para mí fuimos amigos íntimos. Nunca me he sentido su hijo —ni me pueden calificar así—, aunque no he encontrado mejor colega ni casi mejor amigo en mi vida”. Y August se arranca en un elogio que parece una hagiografía de san Ingmar. “En ocasiones en la vida te encuentras ante hechos y elecciones en las que necesitas ayuda exterior, que alguien aporte una mirada distinta, y que además ese alguien sea de tu más absoluta confianza. Él era ese alguien al que yo telefoneaba, y siempre estaba disponible”.
También ahonda en lo que supuso para él el cine de Bergman. “Me fascina el modo en que usaba el paisaje para hablar de los hombres y de las relaciones. Nadie ha vuelto a hacerlo igual”. Puede que Buñuel se acercara. “Cierto, pero no de la misma manera... [se echa a reír] y tampoco con el mismo peso. Son escuelas distintas. En fin, yo aún le echo de menos”.
"Si quieres un buen drama, su mejor atmósfera es la familia”
Al cineasta —de inglés pausado, sonrisa que nunca desaparece y modos elegantes— le suenan a otra época las Palmas de Oro y el Oscar (que ganó en 1989 con Pelle el conquistador, derrotando entre otras a Mujeres al borde de un ataque de nervios). “Antes de nada, admiro a Pedro Almodóvar. Volviendo a la pregunta, me encantan los festivales [la entrevista se realiza durante el pasado certamen de San Sebastián]. Es un sitio donde puedes encontrarte con otros cineastas, te dan la ocasión de reunirte con gente fascinante. Y alientan la pasión cinematográfica. Lo de los premios —y sí, he ganado algunos deslumbrantes— es un pequeño detalle, algo banal en comparación con el momento en el que, tras lograr un buen guion, un gran reparto, rodar un estupendo filme, has sentido que ha habido chispa, que has creado la magia, lo proyectas por primera vez a un público numeroso. Eso es impagable”.
¿Y cómo hacen en Dinamarca —un país de tan solo 5,6 millones de habitantes— para alimentar una cantera inagotable de enormes cineastas? “Por dos razones. Primero, por el efecto Björn Borg. Sí, el tenista sueco. Su éxito provocó una avalancha de grandes jugadores compatriotas. Y en cine pasa algo parecido, al menos en Dinamarca. Segundo, porque esas sucesivas generaciones admiran a las precedentes, somos colegas, nos respetamos. A pesar de nuestra diversidad creativa, nos ayudamos en los momentos malos. Hay un interés conjunto en que el cine funcione”.
A Bille August siempre le fue bien cuando en el corazón de sus películas estaban los asuntos familiares. “No hay mejor escenario para sumergir personajes. Porque las relaciones son muy fuertes —quieras o no—. La pasión, el amor, las traiciones, son desbordantes. Si quieres un buen drama, la mejor atmósfera para envolverlo es la familia. Y en Corazón silencioso además los he encerrado en una casa”. Para “mostrar los dos lados que toda historia tiene”, y “aunque solo haya un director”, en este drama ha filmado a la vez con dos cámaras. “Es que la vida tiene diversas caras. Me pareció una forma racional de contar algo irracional”.
Eutanasia y provocación
Corazón silencioso habla de la eutanasia, un tema que se repite en el cine del siglo XXI, y August lo enfoca, como en sus mejores trabajos, planteando muchas preguntas, y obligando al espectador a buscar las respuestas. “No soy un experto. Y mejor. Porque para científicos y políticos —en puridad debería de ser así— están los hechos, las estadísticas. El cineasta tiene que sacar la luz de la oscuridad y llevarla al público. Es curioso. Lo que yo pueda saber de España, de su cultura, paisajes, de la gente y de su luz se debe al cine. No de libros, no de ensayos. ¿Qué sabes tú de Escandinavia? Probablemente lo has aprendido del cine. Sentimientos, esa es la clave. Y ahí reside la labor del cineasta: provocar, sugerir, anunciar... Empujar al espectador”.
La labor de un cineasta reside en provocar, sugerir, anunciar...”
August comenzó a interesarse por el tema de su película cuando se abrió un debate en toda Escandinavia sobre la legalización de la eutanasia activa. “Me llegó el guion y supe que era el momento. Si quieres hacer una buena película, piensa en el público. Y hazla con enfoque local, porque así lograrás una resonancia internacional. No entiendo ese cine europeo que quiere parecer hollywoodiense. Para eso ya está Hollywood y nunca lograrás un presupuesto de su tamaño”.
GREGORIO BELINCHÓN
Es redactor de la sección de Cultura, especializado en cine. En el diario trabajó antes en Babelia, El Espectador y Tentaciones. Empezó en radios locales de Madrid, y ha colaborado en diversas publicaciones cinematográficas como Cinemanía o Academia. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster en Relaciones Internacionales.
EL PAÍS
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