Adrian McKinty
LA CADENA
III
El cielo se desmorona. Se viene abajo. No puede respirar. No quiere respirar. Su hija. No. No es cierto. Nadie se ha llevado a Kylie. Esa mujer no habla como una secuestradora. Es mentira.
—Kylie está en el colegio —replica.
—No. La tengo yo. La he secuestrado.
—No es cierto..., es una broma.
—Hablo totalmente en serio. Nos la hemos llevado de la parada del autobús. Acabo de enviarte una fotografía suya.
A través de un archivo adjunto, le llega la foto de una chica con los ojos vendados en el asiento trasero de un coche. Lleva el mismo suéter negro y el abrigo de lana beige que Kylie llevaba esa mañana al salir de casa. Tiene su nariz pecosa y respingona y su pelo castaño con mechas rojas. Es ella.
Rachel siente náuseas. Se le emborrona la visión. Suelta el volante y, cuando el Volvo se sale de su carril, los coches empiezan a dar bocinazos.
La mujer aún sigue hablando.
—Tienes que mantener la calma y escuchar con atención todo lo que voy a decir. Debes hacerlo exactamente como lo he hecho yo. Debes anotar todas las normas y no puedes desviarte de ellas lo más mínimo. Si las infringes o llamas a la policía, te culparán a ti y me culparán a mí. Matarán a tu hija y matarán a mi hijo. Así que anota todo lo que voy a decir.
Rachel se frota los ojos. Suena en su cabeza un estruendo, como una ola gigantesca a punto de romper sobre ella. A punto de destrozarla en mil pedazos. La peor posibilidad del mundo está sucediendo de verdad. Ya ha sucedido.
—¡Quiero hablar con Kylie! —chilla mientras agarra otra vez el volante y endereza el Volvo, esquivando un tráiler enorme por unos centímetros. Luego cruza el último carril y se mete en el arcén. Frena derrapando y apaga el motor entre los gritos y los insultos de un montón de conductores.
—Kylie está bien por ahora.
—¡Voy a llamar a la policía! —grita Rachel.
—No, no lo vas a hacer. Necesito que te calmes. No te habría escogido si creyera que eres el tipo de persona que pierde el control. Sé de tus estudios en Harvard y de tu recuperación del cáncer. Estoy enterada de lo de tu nuevo trabajo. Eres una persona organizada y estoy segura de que no la vas a fastidiar. Porque, si la fastidias, la cosa es bien sencilla: Kylie morirá y mi hijo morirá. Ahora coge un papel y anótalo todo.
Rachel inspira hondo y saca su agenda del bolso.
—De acuerdo —dice.
—Ahora formas parte de La Cadena, Rachel. Ambas. Y La Cadena se protege a sí misma. O sea que, en primer lugar, nada de policías. Si hablas con un policía, los que dirigen La Cadena lo sabrán y me dirán que mate a Kylie y escoja un objetivo distinto. Y yo lo haré. A ellos no les importas tú ni tu familia; sólo les importa la seguridad de La Cadena. ¿Lo entiendes?
—Nada de policía —repite Rachel aturdida.
—Segundo, móviles desechables. Has de comprar móviles desechables anónimos que usarás sólo una vez para hacer cada llamada, como yo estoy haciendo ahora. ¿Comprendido?
—Sí.
—Tercero, vas a tener que descargarte el motor de búsqueda Tor, que te permitirá acceder a la red oscura. Es complicado, pero podrás hacerlo. Utiliza Tor para buscar InfinityProjects. ¿Lo estás anotando?
—Sí.
—InfinityProjects es sólo un nombre. No significa nada, pero en su página encontrarás una cuenta Bitcoin. A través de Tor puedes comprar bitcoins en media docena de lugares mediante tarjeta de crédito o transferencia bancaria. El número de la cuenta de InfinityProjects es dos, dos, ocho, nueve, siete, cuatro, cuatro. Anótalo. Una vez transferido el dinero, es imposible rastrearlo. Lo que ellos quieren de ti son veinticinco mil dólares.
—¿Veinticinco mil dólares? ¿Cómo voy...?
—Me tiene sin cuidado, Rachel. Un usurero, una segunda hipoteca, un asesinato a sueldo. Da igual. Consíguelo. Paga esa cantidad y ya habrás cumplido la primera parte. La segunda es más difícil.
—¿Qué? —dice ella alarmada.
—Se supone que debo decirte que no eres la primera y no serás la última. Ahora formas parte de La Cadena y éste es un proceso que se remonta muy atrás. Yo he secuestrado a tu hija para que mi hijo sea liberado. A mi hijo lo secuestraron y lo mantienen cautivo un hombre y una mujer a los que no conozco. Tú debes escoger a un objetivo y secuestrar a alguien a quien ame para que La Cadena continúe...
—¿Qué? ¿Te has vuelto...?
—Tienes que escuchar. Es importante. Secuestrarás a alguien para reemplazar a tu hija en La Cadena.
—Pero ¿qué estás diciendo?
—Debes escoger a un objetivo, secuestrar a uno de sus seres queridos y mantenerlo cautivo hasta que tu objetivo pague el rescate y secuestre a su vez a otro objetivo. Deberás realizar esta misma llamada a la persona que elijas. Lo que yo estoy haciendo contigo es lo que tendrás que hacer tú con la persona seleccionada. En cuanto ejecutes el secuestro y pagues los veinticinco mil dólares, mi hijo será liberado. Y en cuanto tu objetivo secuestre a alguien y pague el rescate, será liberada tu hija. Así de sencillo. Así es como funciona y se prolonga indefinidamente La Cadena.
—¿Qué? Pero ¿a quién escojo? —pregunta Rachel, del todo horrorizada.
—Tiene que ser alguien que no vaya a infringir las normas. Ni policías, ni políticos, ni periodistas: ésos rompen la dinámica. Alguien capaz de cometer un secuestro, pagar lo que piden y mantener la boca cerrada, de modo que La Cadena continúe.
—¿Cómo sabes que yo haré todo eso?
—Si no, mataré a Kylie y volveré a empezar con otra persona. Si yo fallo, ellos matarán a mi hijo y luego a mí. Estamos apañadas, lo mires como lo mires. Pero te lo digo claramente, Rachel: yo mataré a Kylie. Ahora sé que soy capaz de hacerlo.
—Por favor, no lo hagas. Suéltala, te lo suplico. De madre a madre, por favor. Es una chica maravillosa. Es lo único que tengo en el mundo. La quiero muchísimo.
—Cuento con ello. ¿Has comprendido lo que te he dicho hasta ahora?
—Sí.
—Adiós, Rachel.
—¡No! ¡Espera! —grita ella, pero la mujer ya ha colgado.
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