Adrian McKinty
LA CADENA
IV
Rachel empieza a temblar. Tiene náuseas, una sensación de ingravidez. Como en los días del tratamiento, cuando dejó que le inocularan venenos y la irradiaran con la esperanza de mejorar.
El tráfico ruge incesante a su izquierda. Permanece paralizada en el asiento, como un explorador que se ha estrellado en un mundo extraterrestre y que dan por muerto. Han transcurrido cuarenta y cinco segundos desde que la mujer ha colgado. Pero parece como si hubieran sido cuarenta y cinco años.
Suena el teléfono, sobresaltándola de nuevo.
—¿Hola?
—¿Rachel?
—Sí.
—Soy la doctora Reed. La esperábamos a las nueve, pero todavía no se ha registrado en la planta baja.
—Voy con retraso. El tráfico —explica ella.
—No importa. Se pone horroroso a estas horas. ¿A qué hora llegará?
—¿Cómo? Ah..., hoy no iré. No puedo.
—¿De veras? Ah, vaya. Bueno, ¿le viene mejor mañana?
—No. Esta semana, no.
—Rachel, necesito que venga para hablar de su análisis de sangre.
—Ahora tengo que dejarla —repone ella.
—Escuche, no me gusta hablar de estas cosas por teléfono, pero lo que hemos visto en este último análisis son niveles muy altos de CA 15-3. De verdad tenemos que hablar...
—No puedo ir. Adiós, doctora Reed —dice Rachel, y corta la llamada justo cuando aparecen unas luces parpadeantes en el retrovisor.
Un agente de la policía estatal de Massachusetts, un tipo de pelo oscuro y aspecto fornido, se baja de su vehículo y se acerca al Volvo 240.
Ella permanece inmóvil, completamente perdida, mientras las lágrimas se le secan en la cara.
El agente da unos golpecitos en la ventanilla. Tras unos momentos de vacilación, Rachel baja el cristal.
—Señora... —empieza el agente, y entonces ve que ha estado llorando—. Mmm, ¿tiene algún problema su vehículo?
—No. Perdone.
—Verá, señora, este arcén está reservado exclusivamente para los vehículos de emergencias.
"Cuéntaselo —piensa Rachel—. Cuéntaselo todo... No, no puedo; la matarán, estoy segura. Esa mujer lo hará".
—Sé que no debería estar parada aquí, pero estaba hablando con mi oncóloga y... y parece que mi cáncer ha vuelto a reproducirse.
El agente entiende la situación.
Asiente despacio.
—Señora, ¿cree que puede continuar circulando en estas circunstancias?
—Sí.
—No voy a ponerle una multa, pero le pido que siga su camino. Pararé el tráfico hasta que se incorpore al carril.
—Gracias, agente.
Rachel gira la llave de encendido y el Volvo cobra vida con un ruido quejumbroso. El policía para los coches del carril lento y arranca sin problemas. Circula durante un kilómetro y medio hasta la siguiente salida y sube por la rampa. Hacia el sur está el hospital donde quizá puedan curarla, pero ahora eso no importa. Es irrelevante. Para ella, recuperar a Kylie es lo único que cuenta.
Toma la I-95 en dirección norte y acelera al máximo, como nunca había hecho hasta ahora.
Pasa del carril lento al central y luego al carril rápido.
El velocímetro marca 90 por hora, 100, 110, 120, 125, 130.
El motor aúlla enloquecido, pero lo único que ella piensa es: "Vamos, vamos, vamos".
Ahora debe dirigirse al norte. Conseguir un préstamo. Comprar los móviles desechables. Hacerse con una pistola y con todas las demás cosas que necesita para recuperar a Kylie.
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