El reino, de Jo Nesbø
Mariola Díaz Cano
Prólogo
Cada vez que termino un libro de Jo Nesbø —6 días me ha durado este— me quedo en ese estado de suspensión mental en el que no sabes por dónde seguir. ¿Qué leeré ahora? ¿Qué voy a poder/tengo que escribir sobre él? Pero sí hay algo seguro: que ya hace mucho tiempo que no puedo hacerlo de forma objetiva. Por eso recurro a mi blog personal.
En Actualidad Literatura llevo ya varios años redactando contenido literario, pero hay que poner cierta perspectiva. Por aquí no, por aquí no hay cortapisas de ningún tipo, así que lo que me salga a continuación es puramente cosa de mis tripas, retorcidas por enésima vez por este fulano noruego que se dedica a escribir. Así que quien avisa no es traidor.
El reino
Que es simplemente la apartada granja de los Opgard en la montaña. Y los Opgard son una familia de padre, madre y dos hermanos, Roy y Carl, donde ahora solo vive Roy, el mayor. Solitario, taciturno, aficionado a los pájaros y encargado de la gasolinera del pueblo, lleva una vida aparentemente anodina y tranquila, sin apenas contacto con sus habitantes aunque conoce a todos y todos lo conocen a él. Pero esa vida va a dar un vuelco —que no ha sido el primero ni será el último— cuando vuelva su hermano Carl después de 15 años en el extranjero donde se marchó tras la muerte de sus padres en un accidente de coche.
Pero Carl no regresa solo, también trae a Shannon, su mujer, arquitecta y con una personalidad tan cautivadora como particular. Y ambos vienen con grandes planes propios pero también para hacer prosperar a la comunidad: construir un hotel de lujo en la zona. Cuentan con el carisma de Carl, siempre alegre, brillante, ilusionado y emprendedor, frente al callado, serio y mucho menos atractivo Roy, quien también siempre le ha sacado las castañas del fuego. Y seguirá haciéndolo porque los hermanos Opgard esconden muchas historias más del pasado que irán a juntarse con las que desencadena el presente y sus naturalezas, que ya se muestran más que claramente en el impactante prólogo inicial.
«Roy es el cuentacuentos que nos dice quiénes somos. Así que él es todos y ninguno. Es el ave de montaña sin nombre».
Eso es lo que dice Carl en una conversación al poco de llegar y habérselo presentado a su mujer. Roy es quien nos cuenta toda la historia en primera persona, la voz narrativa habitual que usa Nesbø en las novelas publicadas aparte de la serie de Harry Hole, como Headhunters o Sangre en la nieve y Sol de sangre. Y se nota que está a gusto en ella. Todos los que medio escribimos sabemos que permite más libertad de acción a los distintos yos que queramos sacar, aunque haya que sacrificar el punto de vista del resto de personajes. Además, Roy se dirige mucha veces al lector, como si nos estuviera hablando acodado en la barra de un bar y echando un trago de vez en cuando.
«La familia es lo primero. Para bien y para mal. Por delante del resto de la humanidad».
Es la frase que lo resume y concentra todo lo que se lee en El reino. Es la única motivación y sentido que tiene Roy para hacer lo que hace por ella y por su hermano en especial. Y lo que hace es TODO Y PESE A TODO.
He leído sobre el componente religioso (que no mítico, fabricantes de titulares en los medios) en esta historia a lo Caín y Abel, que además son segundos nombres de los personajes. Pero no, no hay nada de eso porque esta historia no acaba como la de los primeros hermanos bíblicos. Lo que hay es lo de siempre en Nesbø, que no engaña a nadie o, por lo menos, no a sus lectores fieles que le leemos todo más allá de Harry Hole: un retrato colosal de la naturaleza humana que se mueve siempre entre el amor y la muerte marcados por la tragedia.
Ni Carl Opgard es un cándido y bondadoso Abel, pese a los abusos que sufrió, ni Roy es un Caín despiadado. Y te convences de ello conforme los vas conociendo y Nesbø —con esa habilidad ya legendaria y marca de la casa— te va dejando ver en el momento preciso las grietas cada vez más profundas de sus pieles. El logro, que consigue siempre este escritor, es que tú también te pones en esa piel, especialmente en la de Roy, al que te ves acompañar (y justificar) en la misma intención y pasos que va dando, aunque sean terribles.
¿Qué no harías por un hermano y por la vergüenza propia de haber ocultado o no evitado una abominación? Roy carga con eso y con la responsabilidad y el amor fraternal pero también la decepción, humillación y envidia, la rabia por el engaño y la debilidad, por la ambición desmedida y la traición de esa sangre que es la tuya y por la que has sacrificado y destruido tanto de las maneras más inimaginables. Y también el amor que crees que mereces, que puede ser justo y verdadero por una vez en la vida, ya que la que vives es un completo error. Pues Roy lo hizo, lo hace y lo hará y sacrificará todo por su hermano, aunque Carl no lo merezca en absoluto. Esa es la jugada maestra.
«Todos estamos dispuestos a vender nuestra alma. Solo que cada uno le pone un precio distinto».
El envoltorio lo completa una galería de personajes secundarios a los que también mueven la ambición, la mentira y las apariencias. Desde el vendedor de coches que tiene un emporio local y también es un prestamista sin escrúpulos, hasta su mujer, pasando por los empleados de la gasolinera, el antiguo alcalde, el periodista local y marido de una antigua novia de Carl Opgard o la peluquera chismosa y despechada.
Todos rodeados del nebuloso y opresivo ambiente de las pequeñas poblaciones donde hay mucho que esconder en los armarios, sobre todo secretos y sangre. Solo Kurt Olsen, el policía que investiga los sucesos tanto del pasado como del presente alrededor de los Opgard, parece decidido a encontrar una verdad que nunca llega. E incluso Shannon, la mujer de Carl, se verá arrastrada por esa espiral de secretos y tragedias de su marido y su cuñado: «Transgredimos la moral para ponerla al servicio de nuestros intereses cuando sentimos que nuestra manada está amenazada».
En definitiva
Que seguirá el eterno debate entre los lectores que solo quieren Harry Hole (por Dios, dejadlo descansar un poco más de tanta tralla) y los que disfrutamos con cada letra que escribe Nesbø, sea sobre ese policía de nuestros amores y dolores o sobre cualquier historia que se le ocurra.
Todas tienen su impronta, su disección única de la contradicción humana, con lo mejor y lo peor que tenemos o de lo que somos capaces, su habilidad de hacernos pensar una cosa y la contraria con esa narración directa, a los higadillos y al corazón, de buscarnos y sacarnos ese punto oscuro y justificarlo. Con Nesbø, y siempre sin duda, esa oscuridad es tan legítima como la luz.
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