martes, 4 de enero de 2022

Tom Sharpe / Un inglés burlón

 

Tom Sharpe

TOM SHARPE: UN INGLÉS BURLÓN


IGNACIO CARRIÓN
EL PAÍS, 2 DE JUNIO DE 1996

Su estudio está lleno de ordenadores de la última generación, pero Tom Sharpe sigue escribiendo en una vieja Adler, modelo extinto del que tiene tres más, de repuesto y sin estrenar, porque es un autor prolífico cuyo humor no se agota. Vive a caballo entre dos pueblos: Great Shelford, en el condado inglés de Cambridge, y Llafranc en la Costa Brava española. Le encanta el buen vino, el tabaco cubano y dormir la siesta en el suelo. Su mente es tan joven que a nadie le importa adivinar su edad.
-Me intriga saber qué piensa del ser humano un humorista maduro como usted.
-Creo que el ser humano es una criatura muy peligrosa. Sobre todo si está asustada. Y todavía más si no sabe que está asustada.
-¿Está usted asustado?
-Ahora no.
-¿Y qué siente como ser humano?
-Lo que debe sentir una rata que, haga lo que haga desde el momento de nacer, va abocada al cepo.
-Buena frase.
-Es de mi hermanastra. Ella sintió eso, que era como una rata atrapada en el cepo, cuando tenía ocho años. Me lo dijo el otro día. Ahora ya ha cumplido los 82. Y eso, que el ser humano sea como una rata, no da ninguna risa.
-Sobretodo cuando se acerca uno al cepo. ¿Le tiene usted miedo a ese cepo?
-La idea de morir me aterra.
-¿Lo dice en serio?
-Completamente en serio. No pasa un día sin que piense en ese momento. Sin que la idea de la muerte me venga más de una vez a la cabeza.
-A lo mejor ésa es una de las razones por las que usted es un maestro del humor negro.
-La gente cree que uno escribe, o produce cierta clase de arte, para crear orden. Para imponer orden en el caos. Supongo que yo no soy una excepción. Pero no lo consigo. Lo que yo creo en mis libros es desorden. Llego a un punto de irracionalidad absoluta a partir de una lógica inicial. En mi interior estoy lleno de digresiones. De dudas. Empiezo con una idea. Un personaje. Una situación. Y me pongo a escribir sin saber donde voy a acabar. Nunca sé de antemano donde va a llevarme ese personaje.
-¿Le cierra el paso para impedir que le arrastre como una rata al cepo?
-A veces me lleva al precipicio.
-¿Y qué contempla desde allí? ¿La felicidad del mundo y de la gente?
-La felicidad no existe. Es una ilusión.
-Me sorprende que diga usted eso. Y sobre todo que me lo diga riendose a carcajadas. ¿No es usted feliz?
-Sí, ahora soy feliz. Por eso puedo decirle que la felicidad es sólo una ilusión.
-¿A qué tipo de felicidad se refiere? Porque al menos algún tipo de felicidad sí que existe. ¿O no?
-Para mí la felicidad es una buena cena y una buena conversación con media docena de amigos.
-¿Y no hay otra cosa digna de mencionarse en la ruta del cepo?
-No, ya es bastante. Soy un escéptico. Lo único razonable que uno puede ser en este mundo después de haber sido educado en la religión cristiana.
-He leído que usted padece alguna fobia. ¿Cómo las maneja?
-No puedo ir a las iglesias, sobretodo cuando hay funerales y actos especialmente ceremoniosos, porque me entran unas ganas irreprimibles de hacer algo ofensivo. Y temo hacerlo, de verdad.
-¿Qué querría hacer?
-Pues pegar un grito. Pero un grito bestial en el momento álgido de la ceremonia. Ponerme a gritar. Por eso tampoco me atrevo a ir a los conciertos.
-¿Y el vértigo a la altura?¿Lo ha vencido ya?
-No. Eso sigue. Me da mucho miedo subir a un edificio alto. En los hoteles pido habitación lo más cerca posible de tierra firme. He ido al psiquiatra, pero no hemos adelantado gran cosa.
-¿No tendrá miedo a suicidarse?A ver si es solamente eso y lo ha enmascarado con lo del vértigo.
-No sé. Quién sabe. Hubo un tiempo en que anotaba todos mis sueños. Porque yo sueño muchísimo. Ahora me he cansado. Duermo. Sueño. Paso mis altibajos emocionales. Y sigo viviendo.
-Sin embargo, usted no da la imagen de un ser atormentado. Usted se ríe. Bebe buen vino. Goza de la vida. Fuma puros habanos. Y hace reir a otros con sus novelas. Incluso conversando. Usted no es un escritor al estilo de Thomas Bernhard, por citar un caso. El escritor que saca un poco la cabeza y al momento se hunde.
-No, no. Eso no. Además me gasto un dineral en vino y en cigarros. Vino bueno y la mejor clase de habanos. ¿Le apetece uno?
-No, muchas gracias. ¿Qué le produce optimismo?¿El vino?¿La literatura?¿El éxito?¿Todo eso junto?
-En realidad lo único que me da cierto optimismo es el convencimiento de que el mal es algo estúpido. Que la gente perversa es estúpida. Y que los perversos se destruyen antes o después.
-Y la gente que no es perversa, ¿qué hace?¿esperar a que los perversos se destruyan a sí mismos?
-Pues mire, ¿ve usted esta botella de Paternina del año 1928?
-Interesante botella. Por mí no la descorche, por favor.
-No, no voy a abrirla. ¿Quiere saber por qué la tengo aquí?
-Diga, diga.
-Hace poco, estando yo en Tenerife, se me acercó un desconocido y me dijo:"Señor Sharpe, usted me hace reir muchísimo, con sus libros me lo paso en grande, ¡tome esta botella de Rioja embotellada en el mismo año que usted vino al mundo!". Y se dio media vuelta y desapareció.
-Así deberían ser todos los admiradores, y no como la mayoría que sólo dan las gracias por el autógrafo.
-Desde luego. He sacado la botella para que vea que los que no son perversos hacen estas cosas. Y me encantaría que usted incluyera esta anécdota en la entrevista para que el lector sepa que su detalle generoso me llegó al alma.
-Prometido. Pero ahora cuénteme algo excéntrico que haga usted.
-No sé que decirte, como no sea que me gusta dormir la siesta en el suelo. No estoy seguro de que sea una excentricidad, pero me sienta estupendamente. Es una vieja costumbre. Si hace frío me echo una manta por encima.
-¿Qué hace un día en su vida de escritor normal en un reino absolutamente normal como es, de momento, el Reino Unido?
-Me levanto a las ocho y treinta. Doy un largo paseo de una milla. Desayuno. Y a continuación...
-Un momento, ¿qué desayuna?¿por casualidad papillas?
-Sí, señor. Me tomo un buen plato de porridge. Soy diabético. Y a eso de las nueve subo a mi estudio, que ahora le enseñaré para que vea en el desorden que lo tengo, y me siento a escribir con mi máquina antigua de la marca Adler. Sólo utilizo el ordenador para corregir cuando mi hija pasa al disco el original que yo escribo con la máquina. Y luego, a las doce y media, bajo a comer con Nancy, mi mujer. Alimentamos convenientemente a los cuatro gatos y al perro. Acto seguido, ya sabe, me tumbo en el suelo y duermo la siesta. Cuando me despierto, me siento en mi estudio y escribo hasta que me canso. O bien leo.
-¿Escribe en silencio?
-Depende. Muy a menudo pongo música. La música permite percibir el silencio del ruido.
-Ya entiendo. ¿Y ha pedido usted consejo a otros escritores alguna vez?
-Yo no soy Dostoyevski. Ni Tolstoi. No era necesario. En mi propio país no me toman en serio. Dicen que no soy un escritor sutil. Tengo fama de elemental. Los críticos repiten que mi humor es demasiado vulgar. Muy crudo. O sea, que no me ando por las ramas. Mientras que en España, en Alemania, en otros países, menos en Estados Unidos, tengo mucho más éxito que en Gran Bretaña. Entienden y aceptan mucho mejor mis libros. Les divierten mis libros.
-Bueno, todo llegará. En cuanto usted se muera, y no deseo ese desenlace, subirá en la estimación de los críticos. Entonces dirán que algunas de sus novelas merecen ser leídas.
-A lo mejor es así. Tampoco me preocupa demasiado.
-Y usted, como hombre, ¿como se considera?¿un tipo valiente, cobarde, déspota, voluble?
-Soy cobarde. Un cobarde serio. Soy seriamente un cobarde.
-¿Le gustaría no serlo?
-No creo. Una cosa que me gusta es oír marchas militares para sentir lo peligroso que es el poder. Lo peligrosos que son los héroes. Y sus medallas. Si no le importa voy a poner esa música.
-No, en absoluto. ¿Es nazi o algo por el estilo esta marcha?
-Oiga, oiga,...Pum, pum, pum...Los tambores...¿no siente el horror del poder y de la  fuerza bruta en cada golpe de tambor?
-Sí, señor Sharpe, sí.
-Es tremendo.Tremendo.
-Dígame una cosa. A sus espaldas estoy viendo la biografía de Franco escrita por Preston. Un gran libro. ¿Qué juicio le merece Franco?
-Era mezquino incluso con su familia. Muy mezquino.
-¿Piensa usted escribir sus memorias como acostumbra la mayoría de los escritores británicos?
-No. No tengo esa intención.
-¿Por qué?
-Las memorias son la cosa más aburrida que existe. Yo soy un escritor burlesco. Es el término que mejor se ajusta al tipo de escritor que soy yo. Y a la obra que produzco. Pero aunque no vaya a escribir mis memorias tomo notas de cuando en cuando. No las releo nunca. Escribo sobre el mundo que está fuera de mí. No me rerfiero a mi mundo interior, a mi intimidad.
Empecé escribiendo obras de teatro muy serias. Por lo menos pretendían serlo. Y no tuve ningún éxito. Hasta que de pronto descubrí mi vena burlesca. Y eso fue una liberación. La descubrí en Suráfrica casi por casualidad.
-¿Echa de menos no ser un escritor de los considerados serios?
-Siempre estoy tentado de escribir libros amables y al mismo tiempo serios. Pero fracaso. Cuando me doy cuenta ya estoy metido en un mundo lunático. Y la verdad es que ese mundo lunático es muy divertido.
-¿Le parece lunático el mundo de Carlos y Diana?¿No le tienta una novela de esa pareja?
-Sí, sí. Pero la ley de libelo en Gran Bretaña es feroz y ridícula. Es muy absurda.
-Es una forma de censura...
-Sí, es censura. Si usted le pone un nombre inventado a un personaje, el nombre más inocente que se le ocurra, mister Gasfire, por ejemplo, y hay un individuo que se llama así y ese individuo ve la forma de sacar dinero, le demandará. Exigirá una indemnización. Muchas veces hay que pagar. A mí me ha ocurrido.
-¿Qué puede decirme de su última novela que se ha publicado en España, Lo peor de cada casa?
-Que me ha costado mucho esfuerzo, la verdad. Como le decía, siempre tengo la pretensión de hacer un libro serio. Y no hay forma. Por ese camino voy al desastre. Y entonces el libro da un giro y se vuelve cachondo. Ese giro no es brusco. Casi va contra mi intención. Intento frenarlo. Controlarlo. Es un giro pausado. Y de ahí viene mi dificultad.
-Bueno, la dificultad y también el acierto.
-¿Cree usted que acierto?
-Lo creen miles y miles de lectores suyos en toda Europa, sí.
-Me anima eso.
-¿Y qué es lo último que está escribiendo?
-Una novela sobre un pastor protestante que, a través de unos diarios, descubre que su familia es un fraude tan grande como él. Estoy empezando, y no tengo ni idea de lo que va a ocurrir.


EL PAÍS


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