sábado, 7 de agosto de 2021

Manuel Vásquez Montalbán / La imparable factoría



Manolo Vázquez, la imparable factoría

Fue el escritor más rápido del mundo, autor prolífico de poemas e historias, columnista que solo falló porque lo mandó la muerte. Su obra sigue sigue por las librerías, corriendo


Juan Cruz
15 de julio de 2019

Hubo un tiempo de estupor. Se paró en Bangkok, el 18 de octubre de 2003, el corazón de Manuel Vázquez Montalbán, el escritor más rápido del mundo, autor prolífico de poemas e historias, columnista que solo falló porque lo mandó la muerte. Una factoría que parecía imparable. Un motor humano. Era de la tribu del Diguem no de Raimón, pero él nunca dijo no a un encargo. Conoció la penuria y el hambre, y los combatió como si temiera que esos fantasmas fueran a ser las herencias que dejara sobre la tierra.

En este periódico (contó Rosa Mora) escribió 2014 artículos y quiso escribir, cada día, todas las semanas, en cualquier estación, muchísimos más. Eduardo Mendoza, que lo sucedió a la semana siguiente en ese espacio de la última página, escribió que, a partir de entonces, ya tendría que responder a las numerosas personas que le preguntaban a diario qué pensaba de esto o de aquello “el señor Montalbán” que “Manolo se fue de viaje y todavía no ha vuelto”.
Escribía corriendo, y corriendo por el último aeropuerto de su vida conoció la asfixia y el dolor y se acabó. La noticia llegó a España a ráfagas, envuelta en incredulidad. Ese estupor tuvo su centro en Barcelona; su mujer Anna, su hijo Daniel, la innumerable muchachada de veteranos o jóvenes se concentró en despedidas. Joan de Sagarra dijo que él no se sumaba a los funerales, prefirió quedarse solo riendo con Manolo… Pero Joan Manuel Serrat, sentado al lado de Juan Marsé, lloró la ausencia sentado en el banco laico de la primera despedida. Carmen Balcells, su confidente, su agente, su amiga, colocó ante su comedor una fotografía de su amigo. De vez en cuando, mientras el cadáver venía del lejano oriente, ella saludaba el retrato, la conversación se mantenía.
Acababa una historia increíble de fertilidad narrativa. El poeta había nacido pobre, oliendo la prisión de la posguerra del padre, y conoció también la cárcel y otras amenazas. Cuando alguien muere, cualquier persona, deja en los que le despiden la sensación de que el hueco es propio, no del muerto, que uno es el que se va. La orfandad que dejó MVM es la que describieron en seguida esos amigos estupefactos; entonces no se dijo demasiado, pero la muerte de un hombre de su edad (64 años) es una grave anomalía, tanto espacio de vida tenía por delante. En el caso de Manuel Vázquez Montalbán, vida era escritura. Pero se murió, ya está. En el momento en que eso se hace más grave aún, en el caso de los escritores, es cuando empiezan a faltar de las librerías sus libros. Es el limbo al que está destinada la literatura de los muertos.
Pero resurgieron sucesivamente algunos de sus libros (Galíndez, Barcelonas, sus carvalhos, incluido el que en su homenaje escribió Carlos Zanón…), y ahora aparece en las librerías un libro insólito, por la rapidez y el sosiego con el que MVM glosó la figura de su archienemigo, Francisco Franco. Es el Diccionario del franquismo. Salió dos años después de la muerte del dictador y ahora (con dibujos sustanciosos de Miguel Brieva) lo reedita Anagrama. En el prólogo Josep Ramoneda recuerda el origen de los padecimientos familiares de Manolo a causa del dictador. Nació en casa de perdedores, en un barrio de perdedores y sufrió él mismo muy pronto la sombra del ganador. Pero en el libro (se puede volver a ver ahora) aplica el poeta, el novelista y el periodista un bisturí como de rapsoda triste: tanta lata que dio y qué poco fue Francisco Franco. Ahora los que lo resucitan tendrían que leer este libro: fue dañino como un mal alimento, pero era el menos admirable de los hombres, el más estrafalario de los regímenes. A decirlo así contribuye ahora Brieva.
En esta resurrección de MVM, que superó pronto el purgatorio común al que se condena a los escritores, tiene mucho que ver el aliento que dejó la Balcells en su casa y gente como Francesc Salgado, que lleva ya cinco congresos dedicados a su autor más presente. A él le pregunté por qué pervive su ídolo. “Por la polarización de la política, que ha dejado de ser racional y se ha vuelto tan enfática. Porque vuelve el neofranquismo desacomplejado que brega por la unidad de España. Porque los textos de MVM que vuelven prosiguen aquella disección del franquismo. Porque todo eso lo hace inesperadamente actual”.
A Mendoza le preguntó hace años un hombre en Nueva York qué estaría haciendo a esa hora Manuel Vázquez Montalbán. Comiendo, quizá, respondió Eduardo. “No, no”, replicó el señor, “yo me refería a lo que está escribiendo”. Esa pregunta se paró el 18 de octubre de 2003. Pero la escritura de aquel empecinado ha vencido la sombra del purgatorio y sigue por las librerías, corriendo.

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