viernes, 6 de agosto de 2021

Cormac McCarthy / La carretera / El libro del fin del mundo





El libro del fin del mundo

‘La carretera’, de 


JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS
28 JUN 2012 - 13:36 COT
Kit de supervivencia cultural para el encierro (día 5)En medio de un planeta en vías de extinción en el que “nunca más es mucho tiempo” y “siempre es un abrir y cerrar de ojos", el escritor coloca a un padre armado con una pistola con dos balas que vela por su hijo. “Si él no es la palabra de Dios, Dios no ha hablado nunca”, piensa. Lo mismo que, cuando ve dormir al “chico”, piensa en algo que, con todo, tiene algo que ver “con la belleza o con la bondad”.
“Cuando no tengas nada más inventa ceremonias e infúndeles vida”, dice el hombre al muchacho pese a saber que ya no hay diferencia entre el nunca fue y el nunca será. Mezcla de road movie y auto sacramental, La carretera transmite el frío y el desamparo de sus protagonistas, algo solo al alcance de la gran literatura. Que un libro así vendiera más de 100.000 ejemplares tiene, paradójicamente, algo de esperanzador.

Viggo Mortensen, en el filme ‘La carretera’.
Viggo Mortensen, en el filme ‘La carretera’.
¿Hay algo peor que el fin del mundo? Sí, el fin del mundo con supervivientes. Más aún, con supervivientes que creen que tienen los días contados. La cuestión es cuándo dejarán de contar. De eso trata La carretera, la novela con la que Cormac McCarthy ganó el Premio Pulitzer en 2007 y que dos años más tarde llevó al cine John Hillcoat con Viggo Mortensen y Kodi Smit-McPhee en los papeles protagonistas. En una historia que tiene algo de Apocalipsis bíblico contado por Samuel Beckett, esos papeles son los de un padre y un hijo que, en la traducción de la novela a cargo de Luis Murillo Fort, son “el hombre” y “el chico”, dos seres muertos de frío que caminan hacia el mar huyendo de las bandas de caníbales, con todas sus cosas en un carrito y a través de un paisaje calcinado: lo que queda después de algo parecido al holocausto nuclear.
Salvo un barco encallado nada en La carretera tiene nombre propio. Ni los lugares ni las personas. También eso se ha perdido. “Las cosas cayendo en el olvido y con ellas sus nombres. Los colores. Los nombres de los pájaros. Alimentos. Por último los nombres de cosas que uno creía verdaderas”. Cosas así se leen en una obra tan despojada como absorbente que retrata un mundo cuya única moral son el hambre y la supervivencia. “Donde los hombres no pueden vivir a los dioses no les va mucho mejor”, escribe McCarthy, un autor enemigo de los focos que en unos días cumplirá 79 años. En La carretera llevó al límite el universo extremo de anteriores obras suyas como Meridiano de sangre o No es país para viejos.

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