viernes, 27 de agosto de 2021

Sarah Moon / El sueño de un sueño

 

La gaviota, 1988
Sarah Moon

Sarah Moon, el sueño de un sueño

Sus imágenes pictóricas y etéreas alejaron a la fotografía de moda de los estereotipos establecidos por la mirada masculina. Una exposición recorre el universo onírico de la artista francesa a través de su cine y su fotografía


GLORIA CRESPO MACLENNAN

2 OCT 2020 - 02:22 COT

La fotografía es una ficción para Sarah Moon, (Vernon, Francia, 1941), “un eco del mundo” donde resuena una rara y evocadora belleza construida a base de la insinuación; una ventana a través de la cual ha dado rienda suelta a un imaginario poético que oscila entre lo visible y lo invisible. “A menudo envidio a aquellos que saben fotografiar la vida. Yo la esquivo”, asegura la artista francesa que alejó la fotografía de moda de los clichés creados por la mirada masculina. “Empiezo de la nada. Me invento una historia que queda sin contar. Me imagino una situación que no existe, borro un espacio para inventar otro, cambio la luz, lo vuelvo irreal y luego lo intento. Atenta a lo inesperado, espero ver aquello de lo que no me acuerdo, deshago lo que uní, confió en la suerte, pero más que otra cosa, anhelo la emoción del disparo”.

Renovadora de la fotografía de moda, durante más de tres décadas ha ido dando forma a una obra personal a través de la fotografía, el vídeo y también el cine. Un universo donde el tiempo es continuo, el pasado se funde con el presente presintiendo el futuro, y al que nos abre las puertas PasséPrésent, la exposición que el Museo de Arte Moderno de París dedica a la artista. Alejada de cualquier planteamiento cronológico la muestra entrelaza temas, técnicas y etapas utilizando como hilo conductor una selección de las películas realizadas por Moon. Incluye también como apéndice una sala dedicada a la relevante figura del editor Robert Delpire (1926-2017), destacando su influencia en la vida de la autora de la que fue pareja durante cinco décadas.

Sus primeros retratos los realizó en Londres en 1968. De origen judío, llegó a la capital británica con su familia huyendo de una Francia ocupada por los nazis. Por aquel entonces era modelo, y había posado para Guy Bourdin, Helmut Newton o Irving Penn. Así mientras los swinging sixties llegaban a su fin y cansada de prestar su cuerpo a la cámara decidió observar el mundo desde el otro lado del visor. Atrás dejaba su nombre real, Marielle Hadengue, cuando comenzó a trabajar para las firmas Biba y Cacharel, dispuesta a liberar a la mujer de la mirada masculina imperante que la mostraba como objeto de deseo. Las fotógrafas Lillian Bassman y Deborah Turbeville la acompañaban en su empeño.

Su lenguaje fotográfico comenzó a distanciarse del glamur codificado y de todo cliché; cuerpos etéreos, miradas esquivas que se resisten a ser totalmente definidas por el espectador, perdidas en una atmósfera melancólica y romántica que evocan versiones oníricas de la realidad de claros tintes pictorialistas. De ahí que su obra haya sido descrita como un enigma interpretado desde la nostalgia. “¿Qué es la nostalgia?”, pregunta la escritora Dominique Eddé a la artista en uno de los textos que reúne el catálogo de la muestra. “Es el sueño de cualquier cosa que no existe. Es el sueño de un sueño”.

El punto de inflexión en su trayectoria artística se produjo en 1985, tras la muerte de su asistente Mike Yacel. Su nombre era ya un refrente en el mundo de la moda cuando comenzó a centrarse en sus proyectos personales, entregada a una tarea en solitario, más libre e imprevisible. De esta forma estableció dos líneas de trabajo que aunque obedecen a procesos separados su división es porosa. “Los contagios entre estos dos regímenes de imágenes continúan enriqueciendo las cuestiones que provocan las fotografías de Sarah Moon”, señala Schulmam.

Paisajes urbanos, relojes que parecen haber dejado de marcar las horas, animales, extrañas criaturas, plantas y hermosas mujeres envueltas en vaporosos vestidos, Caperucita posa en la ciudad tras un bosque imaginario. Un niño corre aterrado antes de ser capturado. Todo ello configura un mundo onírico. Instantes fugaces, también de pesadilla y de inquietud, envueltos en un aura de misterio. “En el corazón del drama de tus fotos existe un gran enigma”, escribe el fotógrafo Duane Michals a la artista.

Autodidacta como fotógrafa, aprendió a apreciar la fotografía en el cine, donde pasó tantas horas de su niñez y juventud. “Se aprecian las influencias estéticas del soviético Sergei Eisenstein, así como de los alemanes G. W. Bast, Carl Theodor Dreyer y F. W. Murnau. De ellos aprendió a jugar con la extrañeza”, destaca la comisaria. “Su búsqueda de la belleza es paralela a una profundidad que conecta con desaparición y también con la muerte. La belleza es algo muy evanescente que también puede hallarse en las sombras”. En la muestra predomina el uso del blanco y negro al que describe como el color de la memoria.

La estética del accidente perseguida por la autora se observa ya en algunos fotógrafos de la época victoriana como Julia Margaret Cameron. Una búsqueda fuertemente rechazada entonces por ser el éxito de un error y que entraría a formar parte del vocabulario de la fotografía de vanguardia a partir de los comienzos del siglo XX. "Siempre me ha gustado el pictorialismo, me han criticado bastante por ello, pero los fotógrafos que realmente me gustaron fueron Robert Frank, Diane Arbus y Henri Cartier-Bresson", aseguraba la fotógrafa en una conversación con Quentin Bajac. El conservador y experto en fotografía observa en esa tendencia a mirar hacia atrás de la autora no “la expresión de una nostalgia por el pasado, sino más bien un laboratorio formal de riqueza hasta entonces insospechada”.

Así, las alteraciones creadas a partir de los negativos de la cámara Polaroid: arañazos, huellas digitales y manchas, junto con los desenfoques contribuyen a que la imagen se distancie de la realidad. La materialidad de la fotografía parece más viva y visible al tiempo que dificulta al espectador la capacidad de situarla en una época concreta. “Moon persigue capturar un momento que esté absolutamente fuera del tiempo, que sea atemporal”, señala la comisaria. “A esto se añade el hecho de que algunas de las imágenes no han sido fijadas intencionadamente, de forma que están siendo borradas progresivamente por el tiempo y la luz. El tema de desaparición de la imagen se encuentra en el corazón de su búsqueda”.

Comenzó a trabajar en el cine a finales de los ochenta. Mississippi One (1991) sería su primer largometraje. Su trayectoria abarca desde la ficción hasta el cine documental. Cada sección de la exposición gira en torno a una proyección de las versiones de los cuentos de Charles Perrault y Hans Christian Andersen que la autora ha adaptado dentro de un contexto actual, entre ellos Caperucita Roja (Le chaperon noir, 2010) y Barba Azul (Le fil rouge, 2006). Dichas adaptaciones adquieren un tono bastante dramático que alude a la difícil acomodación de los niños al mundo adulto. "Al hacer películas, Sarah Moon elige historias que todos conocen, excepto ella”, escribe el actor y guionista Jean-Claude Carrière en el catálogo. “Al menos esa es la impresión que da, las descubre mostrándonoslas. En cualquier caso, descubre lo esencial. Su forma de mostrar, es decir, de ver, es la suya […] Sí, en las películas de Sarah Moon casi se podría decir que hay que mirar lo que no se ve. Este es uno de sus secretos”.

Sarah Moon. PasséPrésent. Museo de Arte Moderno de París. Hasta el 10 de enero.

EL PAÍS




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