miércoles, 13 de febrero de 2019

Fred Vargas / Los dos relojes del inspector



Los dos relojes del inspector

El Adamsberg de Fred Vargas es anárquico, sentimental, conflictivo con sus colegas aunque sin mala intención, intuitivo y a la vez resignadamente racional


Fernando Savater
24 de mayo de 2018

El inspector Adamsberg, protagonista un poco a pesar suyo de todas las novelas de Fred Vargas, lleva un reloj en cada muñeca y ambos parados. No tiene mas remedio que preguntar la hora a sus subordinados, tan pintorescos como él mismo, a los sospechosos… o inventársela aproximadamente, lo que va con su carácter.
Los detectives de la era clásica son dandis extravagantes, de inteligencia apabullante y perspicacia demoledora; los de la novela negra son desastrados, alcohólicos e insobornables, siempre enamorados de quien no deben y en perpetua lucha contra el sistema, que es el criminal por antonomasia (¡menudo rollo!); de vez en cuando aparece un policía humanista como Maigret o científico como el inspector French de Freeman Willis Croft, etcétera. Pero Adamsberg no encaja en ninguna de estas categorías: es anárquico, sentimental, conflictivo con sus colegas a pesar de que carece de mala intención, intuitivo y a la vez resignadamente racional. Da la impresión de que los casos se van urdiendo a su alrededor sin que él pueda evitarlo, como en el proceso de cristalización que Stendhal aplicó al amor. El mal le desafía y le desconcierta, como al lector que le sigue fascinado.
Kipling dijo que el secreto del buen novelista es narrar como si no entendiera del todo lo que está contando. En el caso del género detectivesco esto es más cierto todavía. Ahora que los pelmazos nórdicos y sus epígonos mediterráneos se empeñan en inyectarle sociología, Fred Vargas le ha practicado una trasfusión de surrealismo y toques del género gótico a la francesa (¡el gran Gaston Leroux!).
Las tramas y los ambientes de sus novelas no solo son misteriosos, como es de rigor, sino también raros en detalles circunstanciales y en la trama principal, pero lo más raro de todo es que el lector acaba acostumbrándose y se hace familiar de lo insólito.
No hay autora con un estilo tan reconocible y personal, pero a la vez nunca se repite: todos sus libros son distintos, con personalidad propia. Seguro que algún pedante dirá que Fred Vargas es “algo más” que una autora de novelas de misterio: pues no, es precisamente eso y nada más, lo que no impide que pueda ser considerada con todo merecimiento como una de las grandes escritoras francesas de la época.

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