sábado, 23 de febrero de 2019

Nastasia Urbano / La supermodelo que acabó en la calle vuelve a posar

Vestido de seda con mangas quimono de Roberto Diz y esclavas de VSB Barcelona. 

Nastasia Urbano

La supermodelo que acabó en la calle vuelve a posar


21 DE FEBRERO DE 2019


NASTASIA, SUPERMODELO antes de que existiera el término, vuelve al plató casi un cuarto de siglo después de retirarse. En los años ochenta posó para los mejores: Irving Penn, Helmut Newton, David Lynch, Steven Meisel, Peter Lindbergh y Fabrizio Ferri. La lista es tan larga como numerosas sus portadas en revistas internacionales. La nómina de sus clientes, fabulosa: de Armani a Loewe, pasando por Yves Saint Laurent, de cuyo icónico perfume Opium fue imagen. Compartió pista de baile en Studio 54 con Jerry Hall y Melanie Griffith, y formó parte de la troupe de Jack Nicholson. El mundo estaba a sus pies. Pero los titulares que ha acaparado recientemente no apelan a esta exitosa carrera, sino a la difícil situación que atraviesa a sus 57 años. El pasado noviembre, tras su “tercer desahucio”, Nastasia se veía obligada a vivir en la calle.

Es noticia que una glamurosa modelo esté ahora sin techo, pero no debería: la precariedad de la profesión a cualquier edad es la norma. Las modelos, a menudo menores de edad, son trabajadoras con poca o nula protección legal y sindical en un mercado inestable y arbitrario. Su realidad vital y laboral dista mucho del glamur que crea la publicidad.





“La belleza es estar tan contenta por dentro que se vea por fuera, saber llevar los años”

Consuelo Urbano, como en realidad se llama, es hija de emigrantes españoles en Suiza y nació en la fábrica de Birrfeld donde su madre estaba empleada y donde ella misma empezó a trabajar a los 16 años. Cuenta que una foto suya en la playa acabó en manos de una agencia de modelos y así comenzó una meteórica carrera cuya última parada, hasta la fecha, ha quedado reflejada en estas páginas. Hacía 24 años que no se ponía ante la cámara. Nadie lo diría.

Nastasia habla cinco idiomas y llega puntual. Los estilistas combinan trajes y complementos, mientras el fotógrafo Manuel Outumuro y sus asistentes preparan el set del impresionante palacio Fonollar donde tiene lugar la sesión. Discreta, Nastasia se desliza sobre el exquisito pavimento hacia las perchas. Su cuerpo, herramienta laboral, se ofrece en modesta desnudez y ductilidad: “Me podéis hacer lo que queráis”. Nada más ponerse el primer vestido, deslumbra.
En fotografía, uno de los retos es conseguir la luz perfecta. Nastasia la lleva incorporada. Dos de sus parejas, cuenta, trataron de apagarla. Primero, un hombre que al parecer quiso apartarla de su carrera, y después, su marido, padre de sus dos hijos, en cuyos proyectos —dice— invirtió todo el dinero que había ganado. Y que fue mucho. Asegura que llegó a firmar contratos por un millón de dólares a cambio de 20 días de trabajo. “Salí sola de esas relaciones porque un día me levanté y dije: ‘Se acabó”.

Para unos, la belleza es un enigma; para otros, una construcción. Para Nastasia, consiste en “saber llevar los años, aceptar tus arrugas y que el pelo no es el de antes. Estar tan contenta por dentro que se vea por fuera”. ¿Se siente así? “Nunca pensé nada de mí, no me vi ni guapa ni fea. Quizás sí me sentí especial, pues eso es lo que me decían que yo era”. A media sesión la visita su hijo mayor, un apuesto joven que lleva el rostro materno tatuado a color en su mano derecha.






La belleza deja de ser un misterio impenetrable cuando Nastasia se deja mirar con cándida generosidad, porque lo que más le gusta es estar delante de las cámaras. “Me encanta sumergirme en mi propio mundo, olvidarme de mi alrededor, jugando un poco con la ropa que me favorece, siendo yo”. Esta escultura animada resulta toda permeabilidad y entrega.

“Eres una máquina”, la alaba Outumuro. Todos los disparos son buenos. Para Nastasia, los fotógrafos son los personajes más interesantes de la industria de la moda, aunque reconoce que “uno malo puede hundirte”. Para los mitómanos, evoca a Irving Penn —“muy silencioso, te daba muy pocas directrices”— y al director David Lynch —“supercariñoso y cercano, justo lo contrario de lo que proyecta en sus películas raritas”—. Su sesión favorita fue con Steven White en los Alpes italianos, jugando con la nieve y los huskies, recordando su infancia en Suiza. Una niñez que parece seguir acompañándola en su dulce sueño de Stendhal, quien definió la belleza como la promesa de felicidad.
“Nosotras somos chicas normales. Me asusta cuando me encuentran por la calle porque me han visto divina de la muerte en las revistas, se lo han creído y les decepcionas”, afirma consciente del mágico engaño. Pero ahora la reconocen personas que saben de las dificultades por las que ha pasado y le desean una buena vida.
Termina la sesión, termina la actuación. El equipo le dedica un aplauso cerrado y ella sonríe azorada, con humildad sincera. No son los únicos que han quedado seducidos por su presencia; una de las agencias de modelos más importantes de España ya ha mostrado su interés por ella. Quizá nos cueste entenderlo, pero siempre nos quedará Consuelo. 

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