domingo, 13 de enero de 2019

Sergio del Molino / La columna que Claudio López Lamadrid rechazaría


Claudio López Lamadrid

La columna que Claudio López Lamadrid rechazaría

Para el mundo era una fiera, pero yo le recuerdo tímido y frágil. Un niño que jamás perdió la mirada franca y apasionada por la literatura


Sergio del Molino
12 de enero de 2019

Sé que Claudio López Lamadrid rechazaría este texto. Por sentimental, por idiota y porque no habla de televisión por ningún lado. Me lo devolvería tachado en rojo y me diría: haz lo que quieras, pero esto no funciona. Solo me quedaría el recurso de halagar su vanidad, como hacía António Lobo Antunes cuando le mencionaba en sus libros de crónicas. Lo siento, pero Claudio ha muerto, y no sé ni quiero escribir de nada que no sea Claudio.
Ya tendrán tiempo los lectores en español, a ambos lados del océano, de echarle de menos. Ya se percatarán de lo que hemos perdido, de su enormidad insustituible. No merece la pena que explique más lo que otros han explicado muy bien. Yo he perdido a un amigo, a un editor y a una persona sin la cual no existirían mis libros más queridos. Orfandad es la palabra que me sale y que intento reprimir por respeto a sus hijos, pero creo que Claudio ejerció la paternidad abundantemente, de muchas maneras y en muchos registros.
Le entregaba los manuscritos aterrorizado. Aunque él celebraba la recepción y me mandaba un wasap nada más imprimir el documento con una foto del tocho y un mensaje que decía “qué suerte tengo de leer lo nuevo de Sergio del Molino”, yo sufría ansiedad extrema. Paseaba insomne por mi casa esperando su reacción y temiendo su rechazo. Cómo no temerlo, con su porte de marqués, su voz, su habilidad para el sarcasmo más fino.
Para el mundo era una fiera, pero yo le recuerdo tímido y frágil. Un niño que jamás perdió la mirada franca y apasionada por la literatura, que aún esperaba sorprenderse. En la presentación del último libro que me publicó llegó tarde a la librería y no quedaban sillas. Se sentó en el suelo, junto al estrado, y le subió a la cara toda su timidez feroz e intelectual, en conflicto con su orgullo de editor. En el suelo, sentado a lo indio, despojado de todos los atributos de poder, era aún más grande.






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