martes, 22 de enero de 2019

María Kodama / Borges fue mi decisión



María Kodama
BORGES FUE MI DECISIÓN

“A mí me atacan señoras despechadas y señores que nunca podrán ser Borges. Es gente de poca monta, por decirlo de una manera delicada”.
He cometido el peor de los pecados… “La gente lo paraba y empezaba a recitar el poema, y él me decía: ‘¿Lo ve, María? La gente tiene la vocación de la desdicha. Yo he escrito un millón de poemas que son hermosísimos y me persiguen con esta porquería”.
“Me dio una enorme pena corroborar el concepto que Borges tenía de Bioy: el de un cobarde”.
“Por supuesto que Borges no le iba a dejar la mitad de sus cosas a Epifania Úveda. Borges quiso echarla y yo intercedí para que la dejara”.

María Kodama
Foto de Daniel Pugalareo
Cuando acaba de hablar sobre Borges en la Cidade da Cultura de Santiago, en el punto final a una gira europea sobre el genio de la literatura universal del que se cumplen 25 años de su muerte, María Kodama concede una sobremesa sobre Borges y tres entrevistas más. Delicada, casi icónica, por el rostro de la viuda del autor de Ficciones y El Aleph no hay rendija por la que se cuele la fatiga. Cruza a paso ligero la Praza do Obradoiro a las seis de la tarde y su cabellera blanca lanza destellos furiosos entre las multitudes que se citan frente a la Catedral. Entra en el Hostal dos Reis Católicos, donde pide subir un momento a la habitación, y baja a los cinco minutos. Le molesta la claridad que se cuela por los ventanales y cambia de mesa. Pide un Bitter Kas.
¿No se cansa de Borges?
No, claro. Cada conferencia que doy es un punto de vista que tengo, un tema diferente que encuentro. Es una especie de acicate para el pensamiento y me obliga a tratar de profundizar en esa obra, que es fascinante.
Muerto el autor, su obra no deja de reinventarse.
Además uno también es distinto cada vez que relee a un escritor. Y va encontrando,  de acuerdo al momento de la vida en que está, cosas que son diferentes y que antes pasaban desapercibidas porque las experiencias eran otras. El tiempo le permite a uno sopesar esa obra desde otro punto de vista.
El interés por Borges sigue intacto.
La cantidad de tesis y doctorados que yo recibo de las universidades de todo el mundo es impresionante.
¿Es el no Nobel más famoso?
Yo creo que sí. Por eso le encantaba eso de ser el mito escandinavo, y no uno al que le habían dado el premio. Lógico. Y le hace diferente; la diferencia siempre es maravillosa.
Algo de resquemor habría.
Bueno, a veces decía: “Mal no vendría. Podríamos divertirnos”. Pero no, no le daba importancia. No le interesaban los premios y no era una persona pagada de sí misma. Realmente Borges era muy sencillo, no se creía nada.
Usted siempre dijo que su relación con Borges se basaba en la independencia, en su libertad absoluta como persona. ¿No le supone ningún problema dedicarle la vida a él, incluso después de muerto?
Pero la libertad es la elección. Esa decisión, sin saberlo, la tomé con cinco años, cuando me leyeron dos poemas de Borges. Qué sé yo. Es la mitad de mi alma, es otra historia. No se trata de haber abandonado algo… Yo recuerdo a mi profesora, que era Ana María Barrenechea, la introductora de la obra de Borges como materia de estudio en la Universidad. Una vez yo llegué con él, ella ya era profesora en Columbia y me dijo: “Pero déjalo, yo te ayudo a hacer una carrera acá. ¿Por qué arruinas tu vida?”. Yo había sido una alumna muy buena. Y le dije: “No arruino nada. Es mi decisión, ésta”. Ella insistía en que yo podía hacer una buena carrera, y repliqué que era mi decisión, que aquello era otra historia.
Fue casi una decisión sobrenatural. A los cinco años escuchó los poemas, le llevó su padre con doce a una conferencia de él y ya de adolescente lo volvió a encontrar y le propuso dar clases de anglosajón. No se volvieron a separar.
Yo he tenido cosas muy extrañas. Soy agnóstica, como Borges. Pero realmente no sé si voy a terminar agnóstica. Porque hay una serie de tejidos que en principio no sirven para nada porque, repito, soy agnóstica, pero ya no sé si sirven o qué es todo esto. Por ejemplo, yo pienso que quizás lo que dijo Einstein en Princeton es así. Para nosotros el tiempo es una línea, porque no podemos vivirlo de otro modo, pero en realidad el tiempo es uno. Pasado, presente y futuro es presente. Las cosas que van a ser ya son, y las que fueron también. Ahora nosotros no podemos entender el tiempo así, pero quizás sí, quizás todo ya esté marcado y nosotros no sabemos por qué nos encontramos o nos reencontramos con la gente, y que quizás esté por encima de lo que nosotros creamos o no creamos que existe, no lo sé.
Usted dijo que Borges, de crío, ya sabía que su destino era ser Borges.
Sí, ser escritor.
¿Por qué?
Porque él creía que su destino era escribir y para él no había otra posibilidad. Además él tenía una formación impresionante; filosófica por el lado de su padre, bíblica por el lado de su abuela; de autores ingleses por la abuela inglesa -casi todos los autores ingleses preferidos de Borges eran los que le leía ella… Todo eso, con algo que es un don, hizo de él un gran escritor. Pero no fue porque él se tiró a mirar el cielo. Fue debido a una formación que no respondía en su comienzo a una finalidad hasta que él sintió cuál era, y siguió su camino. Hizo de él, gracias a ese talento innato que nos da cierta energía, los dioses, o como lo quieran llamar, alguien genial.
Para alguna gente usted es una especie de Yoko Ono de la literatura. Hay biografías de Borges y artículos sobre él que no la dejan en buen lugar.
Sí, lo sé, claro.
Un hombre enamorado hace a veces cosas que la gente de alrededor no entiende. ¿Pensó alguna vez que Borges no estaba haciendo lo correcto debido al amor que sentía por usted?
No, no. Ante todo esa gente no ha estado con él. Partamos de esa base. Esa gente son señoras despechadas o señores que quieren ser Borges, dos de ellos, Vaccaro [Alejandro, estudioso del argentino] y Alifano [Roberto, escritor que fue secretario de Borges once años], con un proceso penal por haber hecho collagecon la obra de Borges y hacerlo pasar por inéditos a diarios y revistas del exterior. Es decir, toda esa gente para mí no existe. A Vaccaro Borges nunca lo conoció. De Alifano Borges se burlaba. Las señoras despechadas son señoras despechadas. Y nada más que eso. La gente que realmente lo admiraba a él y lo quería, es gente que ha estado todos estos años conmigo.
Respetaron al autor y al hombre.
Eso es lo normal entre personas que nos han conocido a Borges y a mí. El resto es gente de poca monta, por decirlo de una manera delicada. No son intelectuales. Y lo que quieren es estar en mi lugar. Mueren de envidia, mueren de celos y mueren de un resentimiento histérico porque no pueden ocupar mi lugar. Y nunca lo podrían tener, porque con la conducta que ellos tienen, con la vulgaridad de esa conducta, demuestran que con Borges nunca pudieron tener nada. Eso es todo.
Usted dijo que no había conocido la maldad hasta que murió Borges. ¿Por querer ocupar ese lugar?
¡Pero es obvio eso! Es más que obvio. Ellos hubieran querido tener la obra de Borges y nunca Borges se la hubiera dejado a ellos. En general, el 60 o 70% de esa gente es ignorante. No tiene ni idea de filosofía, de literatura ni de nada. ¿Qué pretendían? Nada. Hacer lo que hicieron. ¿Cortar la obra y seguir publicando ganando plata vendiendo como inéditos…? Es ilógico, pero es la conducta de ellos.
¿Estas guerras a usted la han desgastado?
Para nada. Con toda la actividad que yo llevo paralela y con todo lo que he hecho, creo que no me ha desgastado para nada.

¿Ni siquiera el libro de Bioy? [Destino publicó recientemente el diario de 1.600 páginas en el que Bioy Casares relata las conversaciones con su amigo íntimo].
No. Me dio una enorme pena corroborar el concepto que Borges tenía de Bioy: el de un cobarde. Porque sólo un cobarde publica un libro en el que deja como deja a Borges cuando él muere, y el otro ya está muerto. Es un cobarde, un cobarde. Y Borges decía que era un cobarde y lógicamente se lo tuvo que haber dicho ya a él. Borges me contaba que con el Gobierno de Perón estaban en el coche los dos con Silvina [Ocampo, la mujer de Bioy], y Bioy no se animaba a hablar mal de Perón. Borges me dijo: “Es un cobarde, usted un día lo va a ver”. Y con ese libro me demostró que eso era verdad. Yo no sé los hombres cómo piensan. Pero si piensan como las mujeres, para mí, un amigo es sagrado. Un amigo desnuda su alma contándote su intimidad. Y si nosotros tenemos un amigo común, y yo te digo: “Fulanito es un idiota”, pero lo hago con una sonrisa o un gesto, o un tono de voz con el que tú sabes que realmente yo no quiero decir eso… Y si vos pones blanco sobre negro: “Fulanito es un idiota”, no está el gesto ni la sonrisa. Y queda como una cosa brutal cuando tú no quisiste decirlo así. Además, con alguien que hace un tipo de obra así a ti te queda una duda. ¿Es eso lo que Borges dijo? ¿Lo que inventó? ¿Y lo suyo? ¿Es lo que él mismo quería decir y no se animaba, por cobarde, a decir? Eso es lo que yo pienso. Pero después, por ejemplo, si vos tienes un amigo que es ciego…
Sobre eso Bioy decía que usted castigaba a Borges con sus silencios.
No. El silencio justamente para Borges era la virtud de poder descansar de la cháchara que todo el mundo le daba. Exactamente lo contrario que él dice. Yo no castigo a nadie; no está en mi carácter. Y si así hubiera sido, ¿qué no hubiera hecho yo? No es mi carácter. Esa gente me juzga a mí desde su perspectiva: proyectan en mí lo que son ellos, no lo que soy yo. Yo fui criada por otra cultura que nada tiene que ver con los celos o el resentimiento. Es otra forma de pensamiento y de vida que nunca podrán entender.
Borges admiraba su sentido del honor. Ser consecuente con sus actos.
Todo eso que ellos nunca van a entender. Porque son almas atadas a cosas materiales: no pueden volar. Como yo sé eso, a mí no me va ni me viene.
Hablaba antes, respecto a Bioy, de la ceguera de Borges.
Si vos invitas a un amigo ciego a comer, lógicamente si vos no lo ayudas esa persona va a comer con la mano. ¿A vos qué le parece que entre las cosas que cuenta Bioy en ese libro se diga que Borges comía con las manos? Borges comió conmigo desde los comedores estudiantiles hasta un almuerzo con el marido de la reina de Inglaterra en Cambridge cuando le dieron el doctorado. Nadie lo vio comer nunca con las manos, porque para eso estaba yo. Todo lo que Bioy Casares quiere poner contra mí se vuelve contra él cuando una persona inteligente lee eso objetivamente.
¿Conserva algún antiguo amigo de Borges?
Las últimas amistades que me quedaron de él fueron Enrique Pezzoni o Alberto Girri, que han muerto, Ana María Barrenechea, que está muy mayor y muy enferma, y después, por ejemplo, en Estados Unidos, hay profesores que fueron compañeros míos en la Universidad y también conocieron a Borges.
¿Su relación con Norah? [Borges, hermana del escritor]
Con Norah todo fue perfecto. Norah no tuvo nada que ver.
En la biografía de María Esther Vázquez…
Bueno, ¿eso es una biografía? Eso, como me decían los españoles, es despecho: “Blanco sobre negro, María, que ella se muere y tú lo tuviste”. Es así. Borges me decía: “Yo dejo que ella diga que ella me dejó, porque yo soy un caballero victoriano, y para una mujer es más fácil dejar que ser dejada. Y la verdad es que yo nunca iba a casarme con ella por esto, por esto y por esto”. Punto. Ya está. Lo que ella escribe me da una pena infinita. ¿Qué papel hace ella? Ella ya estaba casada hacía mucho tiempo, ¿qué papel le obliga a hacer a su marido? Porque una infidelidad física puede ser fruto de la pasión, de un instante o de un momento de locura. No está bien, pero uno es humano. Pero algo que una tiene entre ceja y ceja, y se casa con otro, pero sigue con la idea del hombre que la dejó… Yo le pregunto a usted: ¿qué piensa?
¿Usted es celosa?
Yo no tengo celos. Ésa es otra de las cosas que nadie puede entender. Es la cultura oriental. Si alguien está conmigo es porque me quiere. Si no me quiere, esa persona sabe que tiene toda la libertad del mundo para partir. Entonces, ¿yo cómo puedo exigir a alguien que me quiera? ¿Cómo puedo yo ser celosa? ¡Ser celosa es exigirle a alguien que le quiera a uno! ¿Cómo vas a exigir que te quiera? No puedes exigir nada en la vida, ¡menos que te quieran! Si están con vos es porque te quieren, y si no hasta luego, ¿qué vas a hacer?
¿Borges tampoco era celoso?
Borges era un poco posesivo, pero era normal. Aparte de que es otra cultura, el hecho de no poder ver lo ponía en una situación incómoda para él. Yo no he tenido un motivo jamás. Y jamás nadie se hubiera enterado de nuestra relación si no hubiera sido porque me dedicó un poema y la prensa comenzó a lanzarse detrás de mí. Pero yo fui criada de otra manera y no pertenezco al mundo occidental.
Cuando Borges escribe que el peor pecado que ha cometido fue no ser feliz…
Eso lo escribió dos días después de la muerte de su madre. Y él me decía: “María, por favor, nunca escriba nada dos días después de que yo me muera. Porque ese poema va a ser sentimental, llorón como un tango y le va a perseguir toda su vida”. ¡Es lógico! Un hombre que ha tenido una relación con su madre, una relación de madre e hijo que dura cien años; entonces ese hijo, como él me decía a mí, podía haber sido más bueno, decirle a su madre: “En realidad yo sí veo”, y no contestarle árido: “No, otra operación no, si ya no veo”. Todo ese remordimiento que él expresa en ese poema, y ese ‘no fui feliz’, fue en realidad un ‘no hice feliz a mis padres’, ¿no es cierto? Por su forma de ser, porque él estaría desesperado, imagino, en los años en que empezó a perder la vista… Tuvo que haber sido una época muy complicada y traumática en la relación.
Ese poema pronto se convirtió en célebre.
La gente lo paraba y empezaba a recitarlo, y él me decía: “¿Lo ve, María? La gente tiene la vocación de la desdicha. Yo he escrito un millón de poemas que son hermosísimos y me persiguen con esta porquería”. Y yo le contestaba: “Bueno, ¡tampoco es para tanto, Borges!”. Pero él tiene razón en que a la gente le encanta la desdicha, las cosas perversas… La gente tiene esa inclinación.
Antes citaba a la madre de Borges. Cuando le pregunté por los actos del hombre enamorado me refería, por ejemplo, al cambio del testamento de Borges. Con el nuevo documento, que la puso a usted como heredera universal, Epifania Úveda ‘Fanny’, a la que había dejado la mitad de su dinero y fue la cuidadora de la familia más de treinta años, se quedó en la calle.
No, no. Eso no es así. Pero yo ahora lo que te pregunto es una cosa. ¿Venís a hacerme una entrevista sobre Borges o sobre los chismes? Porque yo quiero tener la historia clara. Es decir, si vos venís a hablar de Borges porque lo leíste no me puedes hacer estas preguntas.
Me gustaría conocer su versión.
Por supuesto que Borges no le iba a dejar la mitad de sus cosas a Epifania Úveda. A Epifania Úveda Borges quiso echarla y yo intercedí para que la dejara, porque total íbamos a viajar y no iba a pasar nada, y yo pensaba que más vale malo conocido que bueno por conocer. ¿Cuándo quiso echarla Borges? Si has leído la biografía de Vaccaro sabrás la historia, porque veo que has leído todo de una manera maravillosa, pero compruebo que la obra de Borges no te interesa tanto, te interesan más los chismes sobre su vida.
No son cosas que uno traiga del bar. Se han publicado. Procuro preguntarle un poco de todo.
No, un poco de todo no me preguntas. Hasta ahora todo lo que me has preguntado son chismes. Y no voy a responder más. Epifania Úveda, en esa biografía de Vaccaro, hace como el pez que se muere por su boca. Ella misma dice que a Borges le puso un día un pasaporte que no era el de él sino el de su madre. Y en el viaje, Borges entrega el pasaporte de la madre;, pero no puede viajar con el pasaporte de otra persona ni Borges ni Cristo. Yo le digo que voy a buscarlo, porque había tiempo de sobra, y él esperaba en la sala vip. Y él dijo que de ninguna manera: “Es ella la que me lo tiene que traer”. Pide el teléfono, la llama y ella, ¿qué le contesta? ¿Yo te pregunto a vos qué harías con tu mucama si te contesta: ‘Yo no le voy a llevar ningún pasaporte’, y te cuelga el tubo? ¿Vos la seguís teniendo? ¿Vos seguís teniendo a una mucama así? Bien. Perdimos el viaje, naturalmente. Tuvimos que llamar a París y montar un lío impresionante porque la señora Epifanía Úveda se negó a darle el pasaporte, dicho por ella misma a Vaccaro en un libro que supongo que tendrás en tu biblioteca amarilla. Llegamos a la casa y Borges le dice: “Usted no tiene perdón de Dios”. ¿Qué le contesta ella? “Qué Dios si usted no cree en Dios”. ¿Vos tendrías una mucama así? ¿Le dejarías la mitad? Pues ya está contestada la pregunta. Es la declaración de por qué Borges quiso echarla, no yo.
Le preguntaba por el cambio del testamento.
Tampoco cambió el testamento. Primeramente una persona es dueña de cambiar su testamento las veces que quiera. Y en segundo lugar, no es verdad eso que dijo ella que cuenta María Esther Vázquez en su libro, pues la manipuló para armar su historia. Si él lo cambió o no lo cambió, yo no lo sé. Lo mismo que todos dicen o decían que yo me casé con él para heredarlo. Yo lo heredo a él por un testamento que hizo en los años 70. Y si lo hizo entonces, es que tenía una larga relación conmigo antes, ¿verdad? Pues que me dejen en paz. ¿No te parece que 25 años después volver a estas preguntas es un poco denso? Esta falta de sensibilidad… A mí no se me ocurriría preguntarte si tu padre te desheredó o no.
Si mi padre fuese Shakespeare entendería que me preguntasen por los derechos de sus obras.
Yo creo que si tu padre fuese Shakespeare habría cosas más interesantes que preguntarte.
Me intereso por estos asuntos de la vida de Borges para que los lectores los conozcan por usted. Además de la versión de Vaccaro o María Esther Vázquez, por ejemplo, ahora también sabrán la suya.
Ah, sí. ¿Pero vos te das cuenta de lo que son 25 años…? Yo entiendo, y es cierto. Por eso yo justamente ahora, para terminar y acabar con esta historia, voy a escribir un libro con un periodista. Pero no con un “me dijo que me contó entonces”, sino con todas las preguntas, las respuestas concretas y la documentación legal pertinente. Lógico. ¿Qué quieres que haga? Ahora me han llamado de Francia para hacerme un largo reportaje en la televisión. Porque eso me lo dicen siempre: todo el mundo que habla de Borges no lo conoció, y la única que lo conoció, no habla.
Diario de Pontevedra, 3-7-2011




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