jueves, 17 de enero de 2019

Serotonina / El Houellebecq más enamorado

Michel Houellebecq



El Houellebecq más enamorado


Serotonina’, publicada ayer en Francia, admite una lectura como novela de amor inspirada por su nuevo matrimonio

Alex Vicente
París, 4 de enero de 2019

La frase llega a medio libro y es de las que atragantan. "El mundo exterior era duro, implacable con los débiles, no cumplía nunca sus promesas, y el amor seguía siendo lo único en lo que todavía se podía, quizá, tener fe", escribe Michel Houellebecq en su nueva novela, Serotonina. Pese al adverbio de duda, ¿es ese el mismo escritor al que teníamos por pesimista nato, discípulo ferviente de Schopenhauer, creyente en una nada inalterable y partidario de "quedarse tranquilo en un rincón, esperando el envejecimiento y la muerte, que terminarán solucionando el asunto?".
El libro llegó este viernes las librerías francesas con una primera edición de 320.000 copias, antes de ser publicada en España el próximo miércoles (Anagrama). Se trata de una radiografía profética de un país enfermo, de esa Francia profunda que ahora pide su parte del pastel gritando en las rotondas, pero también de una novela sobre el amor, que actualiza el pensamiento de un autor que solía afirmar que la felicidad no existía y que el amor debilitaba. En Serotonina, la felicidad existe, aunque sea huidiza y requiera estímulos como la nostalgia o el Captorix, un medicamento que incrementa la producción de la hormona que da título al libro.
En el libro, Florent-Claude Labrouste, un ingeniero agrónomo depresivo, abandona a una novia japonesa a la que no quiere para refugiarse en la Mancha francesa, región económicamente abatida en la que defendió los intereses de los productores locales, una población rural y "virtualmente muerta", condenada a desaparecer por orden expresa de Bruselas. Allí, el protagonista rememora su relación con Camille, el amor de su vida, a la que perdió por una infidelidad.


Houellebecq y su mujer pasan sus días en casa viendo vídeos amateur en YouPorn

Sin caer en el tópico del alter ego simétrico, los protagonistas de Houellebecq siempre son dobles imperfectos de quien sostiene la pluma. Sin ir más lejos, el autor se formó como ingeniero agrónomo y creció en la región donde transcurre la mayor parte del libro, de la que procedía la abuela que lo crio. De ella tomaría el apellido para su nom de plume(el auténtico, Michel Thomas, es más anodino). De la misma manera, los medios franceses atribuyen la irrupción del amor en su obra a motivos estrictamente biográficos. "Feliz en el amor, icono de la extrema derecha, amigo de las estrellas", titula el muy serio L'Obs sobre este "nuevo Houellebecq". El semanario ilustra su reportaje con fotos del día de su boda, igual que han hecho medios como Paris Match. El escritor contrajo matrimonio en septiembre pasado con Qianyun Lysis Li, una china un par de décadas más joven, a la que conoció cuando esta le entrevistaba para redactar un trabajo universitario sobre su obra.
Durante el otoño, la tercera esposa de Houellebecq compartió imágenes de su vida conjunta en su cuenta de Instagram, ya clausurada. En ellas se veía al escritor jugando al Scrabble, de fin de semana en Bilbao, saliendo de un cine porno en París. O desnudo en la cama con dos mujeres, una imagen que formaría parte de un proyecto de la artista israelí Michal Makaresco. A Le Monde, su nueva novela le recuerda a la noción del amor como "isla encantada", en palabras de Pierre Bourdieu. Un lugar mágico en el que uno logra escapar a la violencia social. En el caso de Houellebecq, ese remanso de paz se encuentra en un edificio de 29 plantas y seis ascensores pegado a la Place d'Italie, en uno de los rincones más desangelados de la capital francesa, donde la pareja pasa sus días viendo vídeos amateur en YouPorn. ¿Su categoría favorita? "Bella y sénior", dijo Qianyun a la revista Technikart, la única a la que el escritor ha concedido una entrevista (su condición fue hablar solo de pornografía). "El hombre solo conoce la felicidad cuando la ha perdido", dijo Lamartine, uno de sus autores de cabecera. Houellebecq parece la última prueba de esa socorrida máxima.



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