Michel Houellebecq
A su aire
Me asegura gente que ha conocido a Houellebecq que a partir de la segunda copa su expresividad oral se torna no solo inconexa sino también inaudible
En las novelas de Michel Houellebecq siempre está flotando el suicidio sobre sus desesperados protagonistas, que se llamen como se llamen siempre identificamos con su inconfundible autor, pero los muy cobardes se las ingenian para seguir en la tierra echando pestes sobre su devastada existencia y la del prójimo. Como máximo, en la trama de El mapa y el territorio, su audaz autor se atreve a que el escritor Houellebecq sea asesinado.
¿Y qué retiene en este mundo al provocador nihilista y a su irremediable soledad? El alcohol, el tabaco y follar, pagando o seduciendo. A pesar de su alcoholismo la líbido permanece y también la capacidad eréctil. Cuentan que la impotencia fue la razón principal de que el gran macho Hemingway se metiera la escopeta en la boca, o de que el lúcido y despechado Pavese decidiera poner punto final a su fatigoso oficio de vivir. Pero otros grandes retratistas del fracaso íntimo, como Pessoa, Fitzgerald y Lowry, tuvieron la paciencia de esperar a que la cirrosis o el infarto les enviara a criar malvas.
Me asegura gente que ha conocido a Houellebecq que a partir de la segunda copa su expresividad oral se torna no solo inconexa sino también inaudible. Pero ello no es impedimento para que al escribir su imaginación siga siendo perversa, magnética su prosa, incorruptible su causticidad, brillante y despiadado su humor, inagotable su conocimiento de la historia y de la filosofía.
El gran insumiso, el cínico, el vocacional tocapelotas, ha titulado su última novela Sumisión. Imagina una Francia en la que los musulmanes han conquistado democrática y civilizadamente el Gobierno, apoyados por partidos lógicamente acojonados ante el auge del temible Frente Nacional. Los petrodólares les avalan y disponen de una astucia y una sutileza admirables para lograr sin ruido, con subterráneo veneno, la demolición de lo establecido, comenzando por algo tan fundamental como la educación. Comprando mediante sueldos y poligamia la sumisión del profesorado ilustre. El día de la publicación de Sumisión los talibanes perpetran la matanza en Charlie Hebdo. Y Houellebecq seguramente maldecirá que la repulsiva violencia ciega sustituya a la inteligencia en su afán de conseguir el imperio de Alá en la tierra.
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