Philip Roth |
Claudio López Lamadrid
Nunca conocí a Philip Roth
24 de mayo de 2018
Nunca conocí a Philip Roth. Estuve a punto en un par ocasiones, pero en ambos casos se frustró todo poco antes. Tampoco llegué a conocer a David Foster Wallace, quien meses antes de quitarse la vida se había comprometido a venir de promoción a Barcelona, una ciudad que amaba. Como tampoco he conocido nunca al tercer as de mi catálogo de autores norteamericanos: el esquivo y huidizo Cormac McCarthy. Con este, al menos aún tengo tiempo.
Empecé a publicar a Roth cuando el agente norteamericano Andrew Wylie decidió «migrar» a su autor de los sellos Alfaguara y Seix Barral y cobijar toda su obra en una misma casa. Fue en el año 2004 y con su novela «La conjura contra américa», un libro en el que Roth cambiaba las historia de los Estados Unidos al imaginar que en lugar de Franklin Delano Roosevelt las elecciones a la presidencia las ganaba Lindbergh, héroe de la aviación y antisemita declarado. Y con la novedad llegaba el fondo impresionante del autor, diez libros más, cuatro o cinco obras maestras, y más adelante una sucesión de novelas más breves, pero más intensas si cabe: «Elegía», «Sale el espectro», «Indignación» (la mejor de su postrera etapa), «Humillación» y «Némesis» (la primera y las tres últimas reunidas posteriormente en un volumen imprescindible: «Las némesis»).
Nunca conocí a Philip Roth por lo que atesoro las veces en las que tuve contacto o relación con él por circunstancial que esta fuera. Recuerdo por ejemplo que en el año 2006 recibí una llamada del secretario de los premios Príncipe de Asturias en la que se me comunicaba que si Roth se comprometía a venir a España a recoger el premio le concedían el premio de las letras de ese año. Llamé entonces a Estados Unidos y pregunté si estaría dispuesto a personarse en octubre en Oviedo. Roth dijo que no podía garantizarlo, que dependía de su estado físico, de la enfermedad que acababan de detectarle. El premio Príncipe de Asturias de ese año fue entonces a parar a Paul Auster. Seis años después, en 2012, la Fundación le entregaría el mismo premio a pesar de que tampoco pudo viajar a Oviedo a recogerlo.
Nunca conocí a Philip Roth pero recuerdo un intercambio de correos a raíz de la traducción de una de sus novelas: «Everyman». La traducción correcta del término sería «hombre corriente», «un hombre cualquiera», pero a él no acababa de gustarle, quería títulos contundentes, contundentes como lo fueron sus últimos libros. Tras las idas y vueltas con nosotros y con su traductor, quedó el título de «Elegía», tan alejado del original y al mismo tiempo tan cercano al contenido de la novela.
Nunca conocí a Philip Roth en persona y sin embargo, como tantos lectores fieles a su obra, lamento su pérdida como si le hubiera tratado a diario.
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