sábado, 19 de enero de 2019

Muere Sam Savage, el autor que nos hizo leer como ratas





El escritor Tom Savage, en el patio de su casa de Madison (Wisconsin), en 2009.
El escritor Tom Savage, en el patio de su casa de Madison (Wisconsin), en 2009. SEIX BARRAL

Muere Sam Savage, el autor que nos hizo leer como ratas

El autor de 'Firmin' fallece a los 78 años y deja una breve e intensa trayectoria literaria en la que reivindicó la libertad


PEIO H. RIAÑO
Madrid 18 ENE 2019 - 04:26 COT

Ha muerto el hombre que dijo que uno podía dejar de ser una rata gracias a la lectura. Es más, que todo lo amargo se hacía dulce con un libro. Ha muerto Sam Savage y tenía muchos años, pero empezó a vivirlos tarde. El jueves, 17, falleció a los 78 años y en sus novelas se le escurría la misma alegría que la vida que le tocó tragarse. Nació tarde, a los 67 años, cuando publicó Firmin, después de haberse mantenido de pequeñas rentas y oficios ruinosos, de haber sobrevivido como pudo, de crecer en Carolina del Sur (EE UU) y vivir en Nueva York, Boston, Francia, Alemania y doctorarse en Filosofía en la Universidad de Yale.

Firmin fue su primera novela, se la publicó una pequeña editorial (Coffee House, 2006) y no vendió mucho, pero a los libreros estadounidenses les apasionó. Hablaba de ellos, de su pulsión. No es un relato optimista, pero sí una de las mejores recetas para el optimismo, a pesar del arranque: “Éste es el relato más triste que nunca he oído”. Lo tomó de El buen soldado, de Ford Madox Ford. Una buena referencia para presentar a una rata que vive de y para leer, que devora libros, que ama las librerías y encarna las mejores virtudes del rebelde marginal (charlatán, soñador, mentiroso, pedante, voyeur, vagabundo, encantador). Un ser que se desclasa de su repugnancia gracias a la sabiduría acumulada en sus lecturas. A Firmin le pasaba como a Savage, que la vida le apasionaba si la veía a través de la literatura. Y como Savage, Firmin incomunicado y filosofando. Es en la lectura donde ambos, personaje y creador, encontraban su comunidad.



Savage era más autor que escritor. Quizá por ver todo el jaleo editorial sin la necesidad de reconocimiento, ni fama. Solo escribir, sacarse esos libros de ahí adentro. El éxito se lo dio Elena Ramírez, directora editorial de Seix Barral, que un día encontró por casualidad el libro con la rata despechada en la portada, tan poco Disney que lo abrió y, a las pocas horas después de haberlo leído, compró los derechos para traducirlo al castellano. También hizo propietaria a Planeta de los derechos mundiales de un libro que ha terminado vendiendo más de un millón de ejemplares y traducido a casi 30 lenguas. Esta es la historia conocida de cómo Firmin y Savage se convirtieron en best-seller, y así fue cómo su editora quedó unida para siempre al brillo de este sabio autor, que reflexionó sobre el lugar que ocupa la escritura y, sobre todo, la lectura en la construcción de una identidad propia y soberana.



Soledad en conversación

Así ocurre en su tercera novela, Cristal, en la que Edna recibe el encargo de escribir un prólogo para un libro de su difunto marido y termina haciéndolo sobre sí misma y declarando su amor incondicional a su máquina de escribir, la herramienta que le permite ser, al margen de todo. Ser por encima de todas las cosas. Ser en soledad. Savage, esta vez, es Edna, quien en una lúcida divagación alega pertenecer a una civilización en extinción. La que lee. La que se rebela contra la mansedumbre, la que lee contra la barbarie, para saber preguntar, para abrir los ojos, para desaparecer, leer para estar a solas y no quedarse solo. “No es ni siquiera soledad, es algo peor que la soledad, es una cabeza llena de particularidades”, dice Edna, que no quiere dejar de darle a la tecla y regresar al mundo real. Leer (y escribir) para disfrutar del último rincón propio de libertad.
Savage representa el perfecto interlocutor de lo que Richard Rorty definió como “la conversación de la humanidad”, donde el conocimiento y la experiencia hacen del lector un ser singular, irrepetible y libre. Emergió de su irónica amargura —que nunca dejó que se transformara en cinismo— para salvar al ser humano de ser reducido a un animal o, en último caso, en autómata asumiendo las consecuencias: “Me voy a comprar un lápiz rojo. Los lápices rojos nunca tienen goma de borrar. Son para gente segura”. Así se lo hizo decir Savage a Edna. Él era de los que usaban lápices rojos.


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