lunes, 13 de enero de 2025

Sergio Ramírez / La dictadura de Maduro

 



La dictadura de Maduro

Todas las autocracias en Venezuela, de distinta duración, tienen rasgos comunes: vienen respaldadas por una casta militar corrupta y una oligarquía de viejos y nuevos ricos


Sergio Ramírez

11 de enero de 2025

Con la toma de posesión de Nicolás Maduro como presidente fraudulento se remachan los clavos de otra dictadura en Venezuela, como las tantas que ese país ha sufrido en su historia moderna, de Juan Vicente Gómez a Marcos Pérez Jiménez a Hugo Chávez, todos respaldados en su hora por una casta militar corrupta, una oligarquía complaciente de viejos o nuevos ricos y validos de los instrumentos clásicos de las autocracias latinoamericanas, el fraude electoral, la represión violenta, el desprecio a la institucionalidad, y el Estado tomado como botín para afianzar lealtades y complicidades políticas.

De esta doble profecía fue cierta la segunda, con lo que quedaba demostrado que nada bueno ha resultado nunca de un golpe de Estado. Chávez se convirtió en un dictador arbitrario, con carisma y con respaldo popular, capaz de vender el agua de colores de una revolución bolivariana, otra vez Simón Bolívar reencarnado de por medio. A su muerte pudo escoger un heredero, Nicolás Maduro, que lejos de los encantos histriónicos de su valedor, ha usado para sostenerse la maquinaria de poder chavista, partido-petróleo-ejército-fuerzas de seguridad-colectivos represores, y ya por último recurriendo al truco más antiguo y descarado de la vieja república bananera, el del robo de las elecciones a la vista pública.

Las dictaduras de Juan Vicente Gómez y de Pérez Jiménez fueron de derecha pura y dura. Esa vieja derecha latinoamericana de los generales entorchados que se beneficiaba del anticomunismo y protegía los intereses tradicionales de las oligarquías criollas, y llegada la hora respondía a los patrones de la Guerra Fría. Chávez, en cambio, reivindicaba a la izquierda desde una rara mescolanza de populismo que promete y reparte, a lo Juan Domingo Perón, y de un socialismo del siglo XXI, creación suya, que hizo nacer una nueva casta oligárquica y familiar de Rolex de oro en la muñeca y cuentas bancarias cifradas en Andorra y otros paraísos bancarios, una casta socialista que no se ha cansado de saquear la compañía estatal Petróleos de Venezuela, hasta dejarla exhausta.

El dictador Maduro se pone sobre la frente la etiqueta de izquierda, pero eso da igual, porque lo que hace no la diferencia de las viejas dictaduras de derecha que encarcelaban, exiliaban, reprimían y clausuraban y confiscaban manu militari los medios de prensa, y se iban por el camino del fraude electoral descarado. Como ahora mismo que Maduro hace que le coloquen una banda presidencial que no es sino espuria.

De esta doble profecía fue cierta la segunda, con lo que quedaba demostrado que nada bueno ha resultado nunca de un golpe de Estado. Chávez se convirtió en un dictador arbitrario, con carisma y con respaldo popular, capaz de vender el agua de colores de una revolución bolivariana, otra vez Simón Bolívar reencarnado de por medio. A su muerte pudo escoger un heredero, Nicolás Maduro, que lejos de los encantos histriónicos de su valedor, ha usado para sostenerse la maquinaria de poder chavista, partido-petróleo-ejército-fuerzas de seguridad-colectivos represores, y ya por último recurriendo al truco más antiguo y descarado de la vieja república bananera, el del robo de las elecciones a la vista pública.

Las dictaduras de Juan Vicente Gómez y de Pérez Jiménez fueron de derecha pura y dura. Esa vieja derecha latinoamericana de los generales entorchados que se beneficiaba del anticomunismo y protegía los intereses tradicionales de las oligarquías criollas, y llegada la hora respondía a los patrones de la Guerra Fría. Chávez, en cambio, reivindicaba a la izquierda desde una rara mescolanza de populismo que promete y reparte, a lo Juan Domingo Perón, y de un socialismo del siglo XXI, creación suya, que hizo nacer una nueva casta oligárquica y familiar de Rolex de oro en la muñeca y cuentas bancarias cifradas en Andorra y otros paraísos bancarios, una casta socialista que no se ha cansado de saquear la compañía estatal Petróleos de Venezuela, hasta dejarla exhausta.

El dictador Maduro se pone sobre la frente la etiqueta de izquierda, pero eso da igual, porque lo que hace no la diferencia de las viejas dictaduras de derecha que encarcelaban, exiliaban, reprimían y clausuraban y confiscaban manu militari los medios de prensa, y se iban por el camino del fraude electoral descarado. Como ahora mismo que Maduro hace que le coloquen una banda presidencial que no es sino espuria.

El presidente de Chile, Gabriel Boric, con valentía ética que les falta a otros que colocan la ideología por delante de la defensa de los valores democráticos, afirma: “Yo soy una persona de izquierda y desde la izquierda política les digo que el gobierno de Nicolás Maduro es una dictadura y tenemos que hacer todos los esfuerzos internacionales para que se restablezca la ley, la democracia, todos los esfuerzos para que el pueblo de Venezuela tenga el derecho a decidir su propio destino”.

Lo demás es disimulo, ceguera complaciente, o complicidad.


Sergio Ramírez es escritor y premio Cervantes. Fue vicepresidente de Nicaragua entre 1985 y 1990. Su último libro es El caballo dorado (Alfaguara).


EL PAÍS



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