domingo, 12 de enero de 2025

Leonardo Padura / “La Habana habla desde la espiritualidad, hay que saber escucharla"


Leonardo Padura: "La Habana habla desde la espiritualidad, hay que saber escucharla"

Leonardo Padura en su escritorio: la intimidad del gran escritor cubano. Foto: Antonio Riccobene/MDZ


Leonardo Padura: "La Habana habla desde la espiritualidad, hay que saber escucharla"

MDZ llegó a Mantilla, La Habana para conversar con el gran escritor cubano. Los detalles de sus procesos creativos y su relación con la ciudad, en más de una hora de entrevista.

Antonio Riccobene
ANTONIO RICCOBENEsábado, 11 de enero de 2025 · 07:05 hs

Desde La Habana, Cuba
El sol del atardecer entra en la casa de Leonardo Padura en Mantilla por los recovecos de una reja. Allí, el escritor juega con su perro Farouh, un cachorro que todavía estrena sus filosos y prematuros dientes. Además, aprovecha la tarde para ordenar el jardín de su casa. Allí recibió durante más de una hora a MDZ, para conversar de "Ir a La Habana", su último libro, sus rutinas para escribir y los sentimientos de un hombre que publicó libros en 31 idiomas, pero que en su país es marginalizado.

"La Habana es una ciudad que habla desde la espiritualidad, lo que hay que saber es escucharla", afirmó durante la entrevista el hombre que vive en el barrio que nació y creció. "Si me hubiera trasladado a otro sitio este sería el lugar de la nostalgia", planteó en el living de su casa entre risas, café y cigarrillos.

- Su último libro le dedica una buena parte a narrar su infancia acá en Mantilla. García Márquez decía que "la patria es la infancia". ¿Está de acuerdo?
- Creo que más que la infancia, la patria del escritor es la memoria. Sobre todo en el caso del novelista, el poeta escribe de sensaciones, de percepciones, de cristalizaciones de la realidad. El novelista escribe de historias que ocurren en una realidad más o menos cercana o una ficticia, pero siempre apoyada en un espacio determinado. Y, en mi caso, ese espacio está aquí. La novela en la que estoy trabajando ahora, por ejemplo, transcurre en este barrio porque lo esencial ocurrió aquí. Los personajes, en muchos casos, han vivido en este barrio y son gente muy cercana a mí. Todas las novelas de Conde siempre se mueven hacia la ciudad desde un barrio que no se nombra, pero que es este barrio. Entonces, todos estos elementos literarios, sentimentales, prácticos y espaciales se combinan para crear esa memoria de la cual me nutro para escribir. Y eso lo tengo aquí de una manera muy viva. Aunque, últimamente está un poco deteriorada en la realidad. Este barrio ya no es lo que era.

-¿Qué representa escribir sobre Mantilla, el barrio en el que creciste y seguís viviendo al día de hoy?
- Este es un libro que quería escribir hace mucho tiempo, sobre la relación mía con la ciudad, que es muy intensa y un poco complicada en los últimos tiempos. Nací en la ciudad y siempre he vivido aquí en La Habana, en este barrio que está en la periferia de la ciudad, en el borde sur. Cuento en el libro cómo fue toda la aproximación, el conocimiento y lo que yo llamo la apropiación de La Habana. El fenómeno de la niñez es especialmente importante para mí porque transcurre donde todavía vivo. Si me hubiera trasladado a otro sitio, este sería el lugar de la nostalgia.


"Los personajes, en muchos casos, han vivido en este barrio y son gente muy cercana a mí", Leonardo Padura a MDZ.

-¿Cómo se lleva con la nostalgia? ¿Se ve reflejado en los chicos de hoy en Mantilla?
- Me cuesta mucho trabajo tener una identificación con los jóvenes que me rodean. Pienso que la gran diferencia entre las generaciones de hoy y la mía es nosotros siempre tuvimos aspiraciones elementales, pero con la posibilidad de realizarlas. Mi vida es como una flecha que va desde que sale del arco hasta este punto donde estoy. He logrado cosas que ni imaginé. Tuve la suerte de que mi trabajo tuviera un reconocimiento, una visualización, una proyección que nunca me imaginé. Hoy, en cambio, muchos jóvenes han perdido esa capacidad de programarse hacia el futuro. El futuro se ha difuminado. Muchos chicos simplemente esperan a ver qué pasa o planean irse. Por otro lado, también hay una desconexión con la realidad. La gente se relaciona más con un teléfono que con otras personas. Eso hace difícil conectarme con ellos. Además, los gustos han cambiado. La música, por ejemplo, ahora es reguetón, y me cuesta entender canciones con actitudes misóginas o sexistas.

-¿Cómo se siente siendo parte de una corriente distinta?
- No me queda más remedio que ser fiel a mi forma de vida y valores. Pero me da miedo reaccionar desde una perspectiva conservadora. A veces temo no entender por mis limitaciones, pero estoy conforme con mi manera de ser y creo que mi trabajo ha tenido utilidad como testimonio de una época.

-¿Qué valor tiene su obra cómo artista?
- Creo que estoy dejando el testimonio de una época, de cómo se ha vivido una época aquí en Cuba. Esto incluye todo este proceso revolucionario con su evolución y sus involuciones. Eso me da una satisfacción, pero no sé hasta qué punto soy capaz de comunicarme con los más jóvenes. Cuando aquí en Cuba hago alguna presentación son muy pocos los jóvenes que vienen. Yo he sido marginalizado de la vida cultural cubana. En cualquier librería de cualquier país de lengua española vas a encontrar mis libros. Desde Buenos Aires hasta México, desde Panamá hasta San Juan de Puerto Rico. Y no solo en español. En otros muchos países están los libros publicados. Y el único lugar donde no están es en mi país. Es muy doloroso.

La biblioteca de Leonardo Padura en su casa en Mantilla. Foto: Antonio Riccobene/MDZ.

-Uno de los fragmentos de su novela Máscara (1997), que destaca en su último libro, habla de La Habana como una ciudad "con alma", a pesar de "las ruinas circundantes sean cada vez más extensas y la mugre pretenda tragárselo todo". ¿Cómo es "una ciudad con alma"?
- La Habana es una ciudad que habla desde la espiritualidad, lo que hay que saber es escucharla. Y después establecer un diálogo. No creo que todas las ciudades tengan la misma capacidad de hacerlo. Lamentablemente lo que está ocurriendo en el mundo es que cada vez las ciudades se parecen más unas a otras. Una ciudad no es solamente su edificación, también es su gente y los relatos que la habitan. La Habana es una ciudad con una historia muy densa, desde que se fundó está en la historia del imperio colonial español en América. En el siglo XIX se convirtió en una capital importante en el sentido económico y cultural. A lo largo de todo el siglo XX lo ha sido también. Entonces, esa ciudad que ha sido tan densa, que ha tenido un crecimiento y una proyección física, arquitectónica, con las fortalezas militares más grandes del continente latinoamericano, con edificaciones de todos los tiempos que hicieron de La Habana una de las ciudades más atractivas del continente. Eso fue creando ese sentido de identidad, y espiritualidad, que le da ese aliento especial a la ciudad. Lo que le llamo 'el alma'.

- En sus novelas, ¿qué importancia le da a los escenarios?
- Necesito tener una relación muy íntima con los espacios en los que se desarrollan mis libros. Los lugares determinan mucho de las maneras de comportarse, de moverse y de ser de los personajes. Cuando yo estaba escribiendo mi novela "El hombre que amaba los perros", por ejemplo, necesitaba ir a Moscú. La novela estaba casi terminada, pero necesitaba ver el espacio y cuando lo vi me cambió muchas de las cosas que había escrito. No solo porque fueran inexactas, sino porque la proporción de los espacios de Moscú, las dimensiones de las cosas, eran diferentes a como yo me las había imaginado. Lo que creí que era un espacio M, me encontré un espacio XXL. Creo que son muchas ciudades que se van sumando en el tiempo y entonces eso me dio un un sentido de cómo se tenían que mover y comportar esos personajes. Los espacios son fundamentales.

- ¿Siente que los personajes lo terminan excediendo cuando los desarrolla con tanta profundidad?
- Hay personajes que sí, que son muy fuertes y tienen una personalidad que, si no eres capaz de intentar entenderla, pues no logras expresar lo que necesitas. El gran problema de la literatura está entre lo que tú pretendes decir y lo que logras decir. Y aquí no estoy hablando de mecanismos de censura que te impidan decir determinadas cosas. Me refiero a la capacidad de usar expresiones lingüísticas, literarias y capacidades artísticas. La censura existe, y tú juegas con ella: a aceptarla o a tratar de borrarla o evadirla. Pero esto es pura capacidad creativa, entre lo que tú pretendes decir y lo que logras decir. Yo creo que la novela mía en la que más cerca he quedado de decir lo que quería es 'La novela de mi vida'. Es una novela en la que yo pretendía decir determinadas cosas y creo que las logré. Hay otras en las que no me he quedado tan cerca.

"El gran problema de la literatura está entre lo que tú pretendes decir y lo que logras decir", Leonardo Padura a MDZ.

- ¿Por qué?
- Porque he sido incapaz. En "El hombre que amaba a los perros", toda la línea de la novela que protagoniza Trotski la tenía escrita en primera persona. Hubo un momento en que, conversando con mis editores en Barcelona, me di cuenta de que no funcionaba así. Yo no había sido capaz de entrar en el pensamiento profundo de Trotski. No me refiero ni a lo filosófico, ni histórico, ni político, sino a la esencia de su pensamiento para crear ese personaje. Entonces, tuve que dar un paso atrás y reescribir toda esa historia en una tercera persona, que se mete dentro del personaje, pero lo ves desde fuera. Fue una estrategia narrativa para poder escribir ese personaje porque creo que me desbordó.

- ¿Y un personaje como Rembrandt?
- Fue un personaje que me excedió porque era tan poco lo que se sabía de manera cierta sobre él que tuve que recrearlo. Se sabe cómo piensa Rembrandt por sus cuadros. No hay un solo documento suyo, ni una una carta o un diario, no hay nada. Nadie le hizo una entrevista, por supuesto. Entonces, tenía que saber quién era a partir de datos históricos concretos: nació en tal lugar, vivió en tal lugar, se casó, sus hijos murieron, la casa la tuvo que vender. Esos datos muy concretos. Pero el pensamiento profundo de Rembrandt estaba en su obra. Tuve que entrar en la obra de Rembrandt, en el espacio de antes, en esa ciudad en una enorme ebullición comercial, artística, cultural en sentido general.

- Cuando se da cuenta que no logra trasmitir lo que busca, ¿cómo maneja esa frustración?
- No es frustración, eso es tener algo que creo que es muy necesario para el escritor. Hemingway lo llamaba "el detector innato de mierda". Tú tienes que saber cuando has escrito algo que no funciona y  prescindir de eso o trabajarlo mucho para que comience a funcionar.

- ¿Y cómo se lleva con esa autocrítica?
- Cuando termino mis libros, es porque estoy convencido de que no soy capaz de mejorarlos. Cada uno de mis libros es el mejor que he sido capaz de escribir en el momento en que lo escribí. Si no es mejor, es por falta de talento, pero no por falta de esfuerzo. Cada libro tiene toda la dedicación que he sido capaz de imprimirle y, si no es mejor, ha sido porque he sido incapaz. Pero estoy conforme con cada uno de mis libros publicados.

- ¿Cómo es su proceso de escritura?
- Complejo. Hay días en los que pienso que lo que hago está bien y otros que es una mierda. Eso me provoca inseguridad, pero tengo personas en cuyo juicio confío mucho que leen mis libros. La primera persona que lo hace es mi esposa, Lucía, que es la más cruel de todos los lectores. Puede parecer anecdótico, pero es muy importante. Esos lectores más despiadados son mujeres. Porque no funcionan en un sentido competitivo. No hay envidia. Lo que hay es una capacidad de ver los defectos que tú tienes que no está prejuiciado. Hay objetividad y eso hace que sean lectores más seguros, más confiables y más despiadados.

- ¿Qué te provoca la hoja en blanco?
- Depende. Hay días que te atormenta, pero es parte del trabajo, estás creando algo, dándole vida a unos personajes. La parte más difícil viene cuando tienes que contar bien la historia, releerla una y otra vez, darte cuenta de que algo no funciona y reescribirlo. Es doloroso, pero necesario. Al final, no trabajas para satisfacer tu ego, sino para satisfacer la calidad del libro.

- ¿Cómo maneja el ego?
- No soy especialmente complejo en ese sentido. No me creo muchas de las cosas que me han pasado. No voy por el mundo como escritor, ni mucho menos como escritor de éxito. Creo que debo tener un ego en el sentido de tener una seguridad en mí mismo. Pero una cosa es tener seguridad y otra cosa es vanagloriarse de las posibilidades que te ha dado esa seguridad. Entonces no, para mí no es un problema complicado.

- ¿Qué autores contemporáneos le gusta leer?
- Hay muchos escritores. Emmanuel Carrère, el francés es uno de los que más gusta. Paul Auster, que murió recientemente, pero  comunicaba muy bien. También me gusta mucho Roberto Bolaño, sobre todo con "Los detectives salvajes", me encanta, me parece una novela extraordinaria.

- ¿Y de los argentinos?
- Creo que con el que más afinidad he encontrado de lo contemporáneo ha sido con Piglia. No soy borgiano, ni fui borgiano. Literatura de Borges me gusta leerla, pero no tiene que ver con mi mundo. Tiene otro mundo muy propio que no es el mío. Tengo mucho que ver con Vargas Llosa, con García Márquez. No he encontrado mi relación con Borges o con Cortázar. Hay cosas de Claudia Piñeiro que me gustan de ella.

- ¿Qué se necesita para ser un buen escritor?
- El buen escritor tiene que ser un gran manipulador, tiene que llevar al lector por los caminos que él quiere y no por los caminos que el lector quiere ir. Y ahí empieza un combate entre el texto y el que consume el texto, que es muy dinámico y muy revelador. Porque siempre leemos desde nuestros prejuicios, desde nuestros gustos, desde nuestros intereses y esa propuesta que nos hace el texto. El buen lector es un lector crítico, que no se conforma con el nombre del autor, sino que siempre va buscando lo que él necesita que le diga. Y ese juego es importante descubrirlo como escritor para poder aplicarlo en tu escritura.


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MDZ



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