Jonathan Capdevielle en una escena de Jerk |
Todos los males, el mal
Javier Vallejo
19 de noviembre de 2009
Si ante una serie de crímenes en cadena con ensañamiento nos preguntamos por qué alguien es capaz de cometerlos, también cabe preguntarse por qué el escritor Dennis Cooper y la directora Gisèle Vienne se han empeñado en recrearlos escénicamente en primera persona y con todo lujo de detalles. Jerk es el cuarto espectáculo que montan en colaboración, todos con el inquietante actor Jonathan Capdevielle. I Apologize, el primero, era una sinfonía mórbida para actores y maniquíes de tamaño natural, mezclados en fascinante confusión. En el imaginario de Vienne, la materia viva y la inerte están en tránsito permanente.
El intérprete de Jerk se nos presenta con una bolsa de viaje, de donde saca sus títeres. Mientras su ayudante reparte tantas copias idénticas de un fanzine como espectadores hay en la sala, Capdevielle, tímido, asegura ser David Brooks, uno de los dos adolescentes que ayudaron a Dean Coril a torturar, violar y matar a una veintena larga de chavales en Tejas en los años setenta.
JERK
Autor: Dennis Cooper. Traducción: Javier Calvo. Dirección: Gisèle Vienne. Madrid. Teatro Pradillo. Hasta el 20 de noviembre.
Hace mucho que no se veía a tanto público descolocado
Lo dice con carita de no haber roto nunca un plato, y con una media sonrisa encantadora añade que nos va a contar su carrera de asesino: "En sus manos tienen dos escenas autobiográficas. Lean la primera, por favor". Antes de que acabemos de hacerlo, nos interrumpe: "Han pasado cuatro días desde ese encuentro. A Buddy le han machacado la nuca. Ya dejó de quejarse y de moverse". Y con los muñequitos que sacó de su bolsa, empieza a representar minuciosa la continuación de la tortura.
Desde Pulcinnella a hoy, pasando por el Punch & Judy Show, el teatro de títeres no ha ahorrado crueldades a su audiencia. Pero tanto en los de cachiporra clásicos como en el Ricardo III representado con pedazos de carne, cuchillos e instrumental de cocina por Le Théâtre des Chemins de Ferre, o en la violación perpetrada por la mano de Nico Baixas sobre un tomate indefenso hay descarga de energía y alivio del auditorio: la crueldad está rebajada con humor y el espectáculo es catártico. Jerk no: no hay sangre de pollo, ni salsa de tomate que hagan del escenario un grand guignol.
Cuando acaba esa escena de violencia apurada hasta el ápice, el actor nos invita a leer su continuación en el fanzine, para volver a interrumpirnos: "Se acabó el tiempo". Si tienen entradas para Jerk, abandonen la lectura de esta crítica, porque voy a destriparles la sorpresa. Capdevielle aguarda a que dos actores abandonen la sala, supongo que estomagados, y retoma la escena, ahora sin títeres, haciendo las voces de todos los personajes sin mover los labios: Wayne, David, Brad, el policía, Johnny Mitchel, los borgborismos del cuchillo entrando y saliendo del cuerpo de la víctima, el timbre del teléfono, la sintonía de llamada en espera... Todo suena dentro de él: parece un poseso tranquilo, una hermética caja de Pandora humana.
El impacto de esta segunda parte no sería el mismo si la primera no fuera tan descerebrada: actor y directora nos engañaron. Con todo, el espectáculo dolió. Al acabar, Capdevielle se retira y el público resta durante 40 segundos en silencio. Ante algo así, se hace difícil aplaudir, por bueno que el actor sea. Mejor sería emitir señales de humo. Hace muchos años que no veía a la salida a tanto público descolocado.
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