Curzio Malaparte
TOSCANO MALDITO, ARTISTA Y MÁRTIR
“Cuando uno escribe, el lector es uno”
(Jorge Luis Borges)
Diego Firmiano
Curzio Malaparte, que en realidad se llamaba Kurt Erick Suckert (nombre sospechoso para un italiano), fue, a mi percepción, la versión europea de Ernest Hemingway: Periodista, mujeriego, aventurero, corresponsal de guerra, escritor político comprometido con una agitada vida intelectual, católico a su manera y metrosexual. Y entiéndase por metrosexual aquel narcisista engominado, dandi y seductor que cuando vino por primera vez a América en 1952 enamoró a Rebeca, la sobrina del escritor chileno José Donoso y a Victoria Sacheri, la mujer argentina del escritor ecuatoriano Marcelo Chiriboga, y que como siempre, abandonaba a sus mujeres para evitar dependencias amorosas. Pero dejemos los fisgoneos personales del buen autor y entremos en materia de la obra que nos atañe.
Exiliado dos años en París y Londres, Curzio Malaparte (el autor adoptó este seudónimo porque decía: “Bonaparte ya hubo uno”), escribe una serie de historias cortas y elegantes que fueron luego recogidas y publicadas bajo el nombre de Sodoma e Gomorra (1931). El autor, que en partes de la obra se presenta como narrador y en partes como personaje, realiza un viaje imaginario junto a nada más y nada menos que el propio Voltaire por tierras palestinas, desde Jerusalén hasta Sodoma, pasando por el mar Muerto y Jericó. Un viaje que lleva al autor y al lector a reflexionar sobre la existencia y el sexo de los ángeles, el amor entreguerras, la traición nacionalista, la religión, el comunismo soviético, el judaísmo, el deporte, el arte y la contra-lectura del tema del trágico fin del héroe épico. Todos, temas, que apasionaban en gran manera al escritor italiano.
La “poderosa” personalidad de Malaparte se deja ver en este libro desde la primera hoja hasta la última. Además de narrar con una gran fuerza descriptiva que, junto a un marcado sentido de lo trágico y la ironía, la humanidad y la vanidad, deja rastros biográficos por doquier. Pero no hay que perder de vista que la centralidad de esta obra es revivir los episodios oscuros acaecidos en las dos ciudades hermanas y por eso sorprende específicamente que Voltaire salga de su época y ciudad original y se inserte en una tierra tan violenta como lo fue Sodoma o Gomorra y hable con los ángeles. Eso, diría un crítico, es una entera provocación, porque el mundo puede ser algo, menos volteriano. Y esta obra, indudablemente, fue (y es) un grito a la actitud de un mundo que hace apología de la guerra, la xenofobia y el antisemitismo. De ahí que sus críticos lo acusaran en algunas ocasiones de panfletario. Pero si algo amaba Curzio era contar historias ya que poseía una fantástica imaginación.
Podría hacer un inventario y me quedaría corto, de todos esos personajes históricos de los cuales Malaparte echa mano para hilar su narrativa en Sodoma e Gomorra: Henry Ford, Voltaire, Artajerjes, Gozzoli, Moisés, Trotsky, Hércules, Livingstone, Rousseau, Garibaldi, Magnolfi, Cleopatra, Chejov, Pedro el Grande, Chopin, Miguel Ángel, etc. Aunque no puedo dejar de mencionar los títulos que componen el corpus de Sodoma e Gomorra, compilación de historias de éste clásico de la narrativa italiana: La Magdalena de Carlsbourg, La hija del pastor de Born, La mujer roja, Historia del caballero del Árbol, El negro de Comacchio, El “martillador” de la vieja Inglaterra y la Madonna de los patriotas. Relatos ambientados en lugares tan diversos como África, Bélgica, Escandinavia, Jerusalén, Rusia, Italia y Polonia.
Maurizio Serra en la biografía que de Malaparte publica en Tusquets dice: “Toscano maldito, artista y mártir, es el perfecto ejemplo del buen escritor que paga su talento con los defectos y aun los vicios del ser humano: mitómano, exhibicionista, persona ávida de dinero y de placeres, camaleón dispuesto a servir a todos los poderes y a servirse de ellos, una especia de Clagiostro de las letras modernas”.
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