domingo, 6 de enero de 2019

Luis Mateo Díez / El siglo de Zúñiga


Juan Eduardo Zúñiga

El siglo de Zúñiga


El secreto del autor de 'Capital de la gloria' es saber contar hasta el último latido solitario de un ser humano abandonado en las calles, el temblor que respira en el escondite de la noche


Luis Mateo Díez
29 de diciembre de 2018






Juan Eduardo Zúñiga, en su casa de Madrid en junio de 2010.Ampliar foto
Juan Eduardo Zúñiga, en su casa de Madrid en junio de 2010. SAMUEL SÁNCHEZ

Juan Eduardo Zúñiga llega a los 100 años y lo que su siglo contiene es una de las obras más poderosas y secretas de nuestra literatura contemporánea. Ese contenido podemos cifrarlo entre lo que supuso El coral y las aguas, una novela completamente ajena a los gustos realistas de la narrativa de los sesenta, dada su condición alegórica, y las recientes Fábulas irónicas que culminan una línea de apólogos muy actuales e iluminadores, siempre desde la lucidez de quien es dueño de un mundo muy comprometido con el tiempo histórico que le toca vivir.


Ese tiempo histórico tiene un centro que irradia en la España trágica, la de la Guerra Civil y la posguerra, y que alcanza una plenitud literaria en la trilogía a ella dedicada, compuesta por Largo noviembre de Madrid, Capital de la gloria y La tierra será un paraíso.
Nadie ha escrito sobre esa guerra como Zúñiga, tanto que casi podríamos hablar de la Guerra de Zúñiga, tan interiorizada y supeditada al contenido de las emociones y de los sentimientos que invaden la intimidad de sus personajes, preferentemente femeninos con percepciones tan secretas como misteriosas. Se trata de unas intimidades desvalijadas por el asedio y la rutina bélica, el desorden y la desgracia que, por ejemplo, en el Madrid sitiado de Capital de la gloria, llevan a algunos inolvidables personajes a la destrucción moral que alienta la propia destrucción urbana. Conviene, en este sentido, llamar la atención sobre uno de los cuentos más emotivos y estremecedores que se hayan escrito en nuestra lengua, ‘Rosa de Madrid’, y que podría servir muy bien para demostrar la ejemplaridad de una escritura, el aliento de un autor cuyo secreto es saber contar hasta el último latido solitario de un ser humano abandonado en las calles, el temblor que respira en el escondite de la noche.
Desgracia y deseo, soledad y delirio conforman la contradicción irremediable de unos seres vitalistas golpeados por la adversidad. Hay un hilo conductor, en la línea de un tiempo trágico, que encamina la destrucción de esas intimidades expuestas a la violencia histórica, y es muy frecuente en la narrativa de Zúñiga el acicate del deseo, el poder interior de una afirmación vital que acaba rompiendo las barreras imprevisibles, aun a riesgo del extravío y la demencia.


Casi podríamos hablar de la Guerra de Zúñiga, tan interiorizada y supeditada a las emociones y los sentimientos

Zúñiga ya demostraba en El coral y las aguas su identidad de escritor distinto, y probablemente esa identidad orientaba una determinación personal de escritor discreto y secreto, alguien ajeno a cualquier veleidad particular y que podía llegar a ser como mucho una suerte de “escritor de culto”, opción no muy adecuada y bastante injusta para el necesario reconocimiento de una obra tan extraordinaria.
Aquel lejano hallazgo de un escritor distinto cuyo estilo obtenía la constancia de una libertad expresiva sin complejos, contagiada por el sesgo poético del simbolismo y el gusto por los patrimonios populares de lo mítico y lo legendario, también le emparentaba con la gran literatura rusa, una de sus declaradas admiraciones. En su libro Desde los bosques nevados rinde homenaje y recuenta los débitos con los grandes autores de una tierra donde son tan patentes las contradicciones entre el bien y la bondad, lo que el alma rusa refleja en la solidaridad y el sufrimiento.
Lo real tiene en Zúñiga el matiz de la memoria y, por supuesto, de la imaginación, y la aureola con que una escritura se apropia de la densidad que desarrolla la naturalidad del relato, nunca convencional, con la revelación metafórica que lo transciende para enriquecerlo en su sentido y en sus significaciones. Es un uso de la escritura como herramienta de estilización y mirada que, en su extremo, logra decantar el símbolo, el valor y la ambigüedad de la metáfora, lo que en la percepción de los elementos de la realidad se ajusta a la esencialidad de los mismos, de modo que las propias atmósferas destilen un punto misterioso en las imágenes y las palabras.
El siglo de Zúñiga tiene en su vida y en su obra muchos desvelos y experiencias, no en vano es un siglo de un país tan contradictorio, tan amado y echado a perder como lo es su ciudad, de la que pocos como él supieron contar una conflagración y un asedio, la paralela vida de quienes la habitan en una eternidad literaria.

EL PAÍS

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