El escritor Carlos Ruiz Zafón, retratado en su estudio de Beverly Hills, en Los Ángeles, en el 2011 (Xavier Cervera) |
LA INMORTALIDAD DEL GENIO
Ruiz Zafón, el hombre
que lo dejó todo por un sueño
Marius Carus
20 de junio de 2020
A Sergio Vila-Sanjuán y a mí nos correspondió convencer a Carlos Ruiz Zafón de que escribiera –y leyera- una glosa de La Vanguardia, a raíz de que al diario le fuese concedida la medalla de oro de la ciudad, en su 125 aniversario. Aunque teníamos buena relación con el autor, el hecho de ser una figura de la literatura, tras el espectacular éxito de La sombra del viento, temíamos que, con su amabilidad habitual, declinaría la invitación. Pero sucedió todo lo contrario: se sintió agradecido de que pensáramos en él, porque La Vanguardia era parte de su vida.
De niño, iba a comprar cada domingo el diario en el quiosco de la calle Mallorca, en una Barcelona “en la que todavía se arrastraban los tranvías, se veían los serenos rondando de madrugada cargados de llaves y en la que los días estaban aún teñidos de un gris profundo que se iba desprendiendo lentamente como la pintura de una casa vieja y descuidada”.
Zafón era consciente de que sus páginas habían contribuido a estimular su vocación de escritor. También el diario está muy presente en su obra, como un homenaje inconsciente (o no), como una referencia universal. Así que redactó una docena de folios y aceptó venir desde Los Ángeles para leerlas en el Saló de Cent. Posiblemente, su pequeña venganza por el encargo fue convertirnos a Sergio y a mi en personajes de la última obra de su tetralogía, aunque modificando ligeramente los nombres. Y un tal Sergio Vilajuana es el periodista que le proporciona a la protagonista un material imprescindible en la novela y Mariano Carolo resulta ser el director que le permite acceder a la redacción para sus pesquisas. Le agradecimos personalmente el perfume de inmortalidad que nos regaló con su mención cuando se publicó El laberinto de los espíritus.
Su pequeña venganza por el encargo fue convertirnos a Sergio Vila-Sanjuán y a mi en personajes de la última obra de su tetralogía”
Zafón había estudiado en los jesuitas del colegio San Ignacio de Sarrià, después se matriculó en Ciencias de la Información en Bellaterra y, como el personaje era brillante, en el primer año en la universidad le llegó una oferta para trabajar en una agencia de publicidad, donde hizo carrera. Hasta que, de un día para otro, con 28 años, decidió cambiar de oficio y hacerse escritor, renunciando a un espléndido salario. Eran otros tiempos y un buen creativo podía ganar un pastón. Pero publicó una primera novela para el público juvenil al año siguiente de abandonar la publicidad (El principe de la niebla), que ganó el premio Edebé. Con este dinero y sus ahorros se fue a cumplir su sueño de viajar hasta California y quedarse a vivir, compaginando la literatura con los guiones cinematográficos. Los sueños cine son.
Buen conocedor de los rincones secretos de Barcelona, consiguió con su pluma que pareciesen lugares mágicos”
Buen conocedor de los rincones secretos de Barcelona, consiguió con su pluma que pareciesen lugares mágicos. Sin embargo, su cementerio de los libros olvidados, que es hilo conductor de su tetralogía, no tiene su origen en la librería Canuda. Ni tampoco en unos pasillos abarrotados de libros a los que se accedía por la antigua Capilla de la Misericordia, que me mostró el librero Sebastià Fábregas. En realidad, se inspiró en un almacén de libros viejos de Los Ángeles.
La fama no le hizo ser más inasequible. Acabó teniendo una casa en Beverly Hills, como las estrellas, pero, si le iba a ver alguien de Barcelona, se convertía en su cicerone, se lo llevaba a cenar y le hacía de chófer. Me lo han contado Llàtzer Moix y Jordi Basté, casi con las mismas palabras.
Se nos ha marchado antes de tiempo un escritor y una persona excepcional. D etrás de su corpulencia había una gran humanidad. A Xavi Ayén le declaró que escribir era un acto de vanidad tremendo, sin embargo resultaba un hombre sencillo enfundado en un chándal. Su desaparición engrandecerá el mito. Ha sido un orgullo haberle conocido; supone un placer seguir leyéndolo. Es la inmortalidad del genio.
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