Triunfo Arciniegas
CATA
2 de febrero de 2022
Cata, otro animal que me abandona.
Y en el mes del amor precisamente.
Desapareció anoche. Fui a ver Spencer, la conmovedora película de Pablo Larraín sobre Diana de Gales, tan sabiamente interpretada por Kristen Stewart, y cuando volví, como a las nueve, ahí estaba, con Mío. Pero esta madrugada, antes de las cuatro, cuando entré al estudio, no la vi. A veces pasa la noche en la silla o junto al computador. A veces duerme conmigo.
Si no aparece de inmediato, lo hace cinco o diez minutos después, y permanece conmigo mientras trabajo, mientras amanece, y luego bajamos a desayunar.
Me pregunto qué le habrá pasado. No es su costumbre desaparecer tanto tiempo. Es un animal muy casero, me sigue por la casa como una sombra. Si voy a leer a la azotea, ahí está. Lo mismo cuando estoy en el estudio o en la cocina.
No hemos tenido problemas. La consiento todos los días. Le hablo, le comento cosas, mientras le rasco la cabeza. Ayer mismo pensaba, en un ataque de ternura, que Cata y Mío dependen totalmente de mí. Que soy todo cuanto tienen. Y que son mi responsabilidad.
¿Qué hará Mío sin los baños de lengua de Cata? Algo así es difícil de olvidar. Lenguas no se encuentran todos los días. Mío es tan solitario como yo y, para colmo de desdichas, no tiene Facebook.
Elegí para iniciar el texto una frase ambigua, para atrapar al lector, y me desvié a la soportable levedad del ser en el párrafo anterior, pero la situación en realidad no resulta nada graciosa. La verdad sea dicha.
Ya recorrí el barrio y los parques del vecindario. Se la pregunté al vigilante. Grité su nombre como borracho enamorado.
Ya hace más de dos horas que oscureció.
Me pregunto qué comería hoy, dónde pasará la noche, tan llena de fantasmas y demonios, le dolerá algo.
Me pregunto si volverá.
Qué vacío tan horrible.
***
3 de febrero de 2022
Al parecer, los perros mataron a Cata y el suceso quedó grabado. Me enviaron el video. Se ven seis o siete perros persiguiendo a otro animal, frente a mi casa, rumbo al parque del barrio, la misma noche que desapareció mi gata, y se oyen unos chillidos. La mala iluminación y la pésima calidad de la grabación no permiten afirmar con certeza que se trata de Cata en ninguno de los 28 salvajes segundos, pero René aisló una imagen donde se aprecian sus paticas blancas en el aire cuando ya ha sido derribada por la jauría. No voy a compartir el espantoso video, que ya circula en las redes.
***
9 de febrero de 2022
He tratado de escribir unas palabras de despedida pero no he podido. Tengo el dolor, como un animalito encima de la mano, pero no encuentro la forma.
Es preciso desembolatar el tormento. Escribirlo, pintarlo, bailarlo. O arrojarlo como una bola de fuego en la mesa de un bar. O gritarlo en la calle como un borracho aunque no haya puertas ni ventanas abiertas. Herida que no cierra se encona, envenena y mata.
He tratado de contar nuestra historia y todas las páginas se han ido a la basura. Fue amor a primera vista. Esta era la primera frase. Durante días pensé que esta primera frase me garantizaba el texto. La vi acomodada en el sofá de la sala de una casa ajena, en Cuatrovientos, y caí rendido.
Qué animal más bello.
Compré la casa y me quedé con la gata. El cuento no es tan simple. La gata se fue con el trasteo y se les escapó. Apareció dos meses después al fondo del solar. Nos miramos sorprendidos y desapareció de inmediato. Le dejé comida y volvió cuando no había nadie. Día tras día fui acercando el plato mientras se acostumbraba a mi presencia, hasta que llegamos a la cocina. Cuando por fin entró a la casa, salté regocijado.
Hice como si no estuviera, dejando que recuperara su espacio. Los gatos son profundamente territoriales. Son los dueños. Uno apenas es el pinche inquilino. Las puertas permanecieron abiertas. Jamás pretendí encerrarla. Algunas veces despertaba y la veía espiarme, sin atreverse a entrar al dormitorio. Creo que se necesitaron dos meses más para que saltara a la cama.
Vinieron a preguntarla. "A veces viene", mentí. "Se volvió una salvaje." Llegaron de sorpresa alguna vez, pero Cata no se dejó atrapar. Al fin se cansaron, se resignaron.
Al principio la dejaba sola cuando regresaba a Pamplona y René se encargaba de llevarle comida. Luego decidí viajar con ella, sobre todo porque los gatos del vecindario le robaban la comida y porque no soportaba su cantaleta de protesta por los abandonos, y así estuvimos, para arriba y para abajo, ella en el huacal y yo frente al volante, hasta que llegó Mío, hijo de una gata que René y la Negra recogieron de la calle. Y así resultamos los tres. Los tres en la camioneta y, como dicen en México, pelo suelto y carretera. Y ahora Mío y yo extrañamos a Cata por igual. Mío, que había sido tan independiente, ahora no se me despega.
Me asombran y me reconfortan los mensajes de la gente. Uno cree que le cayó la desgracia y lo cierto es que nos pasa a todos. Nos encariñamos con los animales y después no están. Su vida es incluso más corta que la nuestra.
Todavía me domina la incredulidad. Pienso que Cata va a aparecer de un momento a otro, hambrienta y ruidosa, y entonces tendré que disculparme con toda esa gente tan generosa que me escribió para acompañarme en la pena.
Pero no. Debo acostumbrarse a que el breve paso de Cata por esta tierra de nadie ha terminado. Queda su memoria. Las numerosas fotos que le hice.
La vida no es justa. Es salvaje, despiadada, nos trata como se le da la gana. Una criatura tan bella, tan amorosa, no merecía terminar así, despedazada por los perros en la calle.
Al principio, cuando Cata desapareció y aún no había recibido el siniestro video de su muerte, pensé en los secuestrados y la terrible incertidumbre de las familias. ¿Habrá comido? ¿Cómo pasará la noche? ¿Que dolores lastimarán su cuerpo y su alma? Mi situación resulta ridícula ante diez o más años de cautiverio. Porque no sólo han encerrado al secuestrado sino a toda la familia. Diez o más años en un corral en plena selva no tienen perdón. Algunos nunca volvieron a casa.
Luego pensé en los secuestradores y los crímenes que quedan impunes. Unos pasaron al Congreso, sin un día de cárcel, y desde entonces disfrutan de más de treinta millones de pesos mensuales y de las riquezas que acumularon durante el tiempo de la infamia, mientras sus víctimas murieron o se arruinaron o todavía despiertan en medio de la noche con un alarido porque sienten que siguen encadenados en la selva.
Y así es la vida, una cosa feroz.
Alguna vez leí sobre un hombre que estaba emocionado porque la guerrilla le había dicho por fin dónde estaban enterrados los huesos de un familiar secuestrado. La incertidumbre había terminado.
Así es la vida, en una casa intentan cerrar un duelo, y en otra los asesinos festejan.
Dolor y rabia anidan en mi corazón.
La verdad, estamos tan solos. Nos inventamos juegos y espejos, nos ilusionamos con el amor, pero luego todo acaba. Llega la oscuridad y encendemos unas luces que el viento, a través de las rendijas, se empeña en apagar.
Adiós, Cata, mi cielo.
Adiós, mi amor.
Un abrazo por Cata, y otro (sin uñas),te mandan mis cuatro gatas.
ResponderEliminarJavier N.