domingo, 20 de febrero de 2022

Somerset Maugham / El filo de la navaja / Reseña

William Somerset Maugham
Edward Sorel


Somerset Maugham: El filo de la navaja

Publicada en 1944, en plena guerra mundial, esta novela, la primera de Somerset Maughan que tuvo un éxito indiscutible en Estados Unidos, narra la historia de un muchacho, nacido cerca de Chicago, tan idealista y valiente como inadaptado a los tiempos modernos. A los dieciséis años se escapa a Canadá y se alista como voluntario en una escuadrilla de aviación para combatir en Europa. Su vida quedará marcada por la experiencia de la guerra.

  • José Lasaga
    8 de junio de 2009




Publicada en 1944, en plena guerra mundial, esta novela, la primera de Somerset Maughan que tuvo un éxito indiscutible en Estados Unidos, narra la historia de un muchacho, nacido cerca de Chicago, tan idealista y valiente como inadaptado a los tiempos modernos. A los dieciséis años se escapa a Canadá y se alista como voluntario en una escuadrilla de aviación para combatir en Europa. Su vida quedará marcada por la experiencia de la guerra. Cuando arranca la novela, Larry Durrell ha cumplido los veinte años y la guerra ha terminado. Aunque huérfano, le aguarda un futuro prometedor en la resplandeciente y victoriosa América de los felices veinte, “un mundo dispuesto a divertirse”, como apostilla el narrador en algún momento de la historia. La promesa toma su forma en una deliciosa muchacha de una excelente familia, con la que está comprometido, tan inteligente como enamorada, y una moderada fortuna que le permitirá pasar los próximos años estudiando en la universidad que desee lo que más le guste o lo que mejor encaje en sus planes. Pero, y ese es el problema gracias al cual Maughan tiene entre manos una buena historia que contar, Larry no tiene futuro; es decir, no tiene, porque es imposible tener veinte años y que tu vida no sea casi exclusivamente “futuro”, no tiene el futuro previsible y ponderado que habría correspondido a las premisas de su pasado anterior a la guerra. El joven que vuelve del frente no sabe lo que quiere pero sí que quiere saber lo que en verdad desea. Está dispuesto a sacrificar en la búsqueda lo que haga falta, incluso a su prometida, de la que está enamorado, y sus expectativas de matrimonio burgués y vida galante que a ella le parecen irrenunciables.

Maugham era ya un autor consagrado cuando publicó El filo de la navaja. Desde que apareciera Servidumbre humana, una historia de aprendizaje y sufrimiento que narra la peripecia vital de un médico de provincias de carácter apocado que se enamora de una mujer difícil, gozó del favor del público y la inmensa mayoría de sus novelas, muchas de las cuales, también El filo de la navaja, fueron llevadas al cine, cuentos, obras de teatro, crónicas mundanas y libros de viaje, fueron bien recibidos y traducidos a muchos idiomas. En castellano fue muy editado y sus novelas pasaron a las incipientes colecciones de bolsillo a lo largo de los cincuenta y los sesenta. Esto convierte a Somerset Maugham (1874-1965) en uno de los escritores populares de mayor éxito en el segundo tercio del siglo XX.

En la novela que nos ocupa, Maugham está presente como personaje dentro de la ficción. Recurre a la técnica de lo que podríamos llamar narrador “situado”. Todo lo que cuenta sobre la peripecia vital de Larry lo sabe en su condición de testigo directo o porque alguien que participa en el curso de la acción le refiere los sucedidos. Gracias a este artificio narrativo, la novela adquiere un aire de crónica sencilla, casi íntima, historia que nos reconstruyen los personajes en sus encuentros y desencuentros, cuando los avatares de la existencia les llevan a coincidir en tal o cual restaurante u hotel del París de entreguerras y alguien formula la pregunta: “¿Qué ha sido de ese chico tan encantador, Larry Durrel?”

Aparentemente, Maugham no posee ningún poder sobre los personajes ni conocimiento privilegiado alguno sobre su intimidad. Esta aparente limitación del autor en relación con sus criaturas —pues al fin y al cabo estamos ante una novela y no ante unas memorias— tiene un efecto curioso. Los personajes más superficiales, como Isabel, la hermosa, egoísta, convencional y moderadamente ambiciosa novia de Larry o su tío Elliott, un americano en París, dedicado al mercado del arte, lo que le ha permitido hacer una gran fortuna y vivir consagrado a la alta sociedad europea, a la que venera y a la que soborna con grandes fiestas para ser aceptado, decía que estos personajes aparentemente superficiales, accidentes necesarios en la trayectoria dramática del personaje central, están mucho mejor construidos y son mucho más creíbles que el propio Durrel. Es posible que eso se deba a que Isabel tiene razón cuando le dice al autor-personaje que sus novelas resultan tan buenas “porque tiene un gran poder de observación”, afín a un naturalismo “soft” que encaja muy bien en sus criaturas mundanas, pero no con un sujeto cuya vida gira en torno a una aventura espiritual. La pregunta que la encarna y guía, así, la vida de su protagonista es ¿qué sentido tiene nuestra vida toda vez que está destinada a la muerte y atravesada por el mal? También es posible que Larry no sea un personaje, sino un ser de carne y hueso que rompe las costuras de la ficción.

Este proto-hippie, como lo ha llamado un perspicaz novelista y crítico literario, nos es presentado como un personaje complejo y fascinante, porque así nos lo asegura el narrador, pero la crónica de sus hechos, decisiones y meditaciones no alcanza a reflejar las virtudes que de él se predican. Su desasimiento, su inadaptación, su búsqueda intelectual y su encanto personal le son atribuidos pero no trascienden desde las páginas del libro. Es verdad que Larry seduce a todos los personajes con los que se cruza, en primer término al propio narrador y, por supuesto, a su novia y al marido de ésta, pues acabó casándose en vista de la negativa de Larry a convertirse en hombre de provecho. También seduce a humildes modelos de pintor que viven al borde de la prostitución, a vagabundos ex-convictos o a santones de la India profunda, a donde se traslada buscando respuestas para su pregunta esencial: “Es posible que Oriente tenga algo que enseñar a Occidente” dice premonitoriamente Larry al narrador.

El lector no debe temer —o esperar— encontrarse con largas conversaciones llenas de erudición teológica sobre el sinsentido del mundo o la existencia de Dios. Salvo el penúltimo capítulo, dedicado a describir la conversación en la que Larry refiere a Maugham su viaje a Oriente y sus planes para el futuro, la novela discurre en torno a las peripecias de los personajes que le rodean y más concretamente en torno a un triángulo amoroso y a una traición que el lector descubrirá no sin placer. Situar la acción de la novela en la Europa de entreguerras, aunque con protagonistas de Chicago y en torno a la crisis financiera del 29, le proporciona una interesante actualidad. Los personajes se saben poseedores de poder y de dinero pero no del estilo y del buen gusto, que siguen siendo un secreto europeo, de sus clases altas que hacen de París la “ciudad a donde iban a morir los buenos americanos”, como dice un personaje. Maugham acierta en las breves pinceladas que dedica a describir el estilo de vida de ese gran mundo, a través de Elliott, entrañable esnob que adora esa forma de vida que sabe a punto de extinguirse, engullida por la historia y su imparable marea democratizadora. Los ricos han perdido hoy toda visibilidad social y capacidad ejemplarizante. Maugham predice su desaparición.

La novela termina con la decisión de Larry de volver a su América natal. En verdad, “París era una fiesta” como recordó Hemingway en su estupendo libro de memorias. Pero la fiesta ha terminado cuando se asientan los sombríos años treinta. Hoy, en este planeta globalizado, no sería ya posible el viaje iniciático de Larry: no hay rincón exento de civilización a donde retirarse a meditar para poner en orden la propia vida. Heredero de los héroes románticos que viajaban a Italia o Grecia y adelantado de los atormentados personajes del las canciones y novelas de la “beat generation”, fracasa al intentar responder preguntas “que la gente lleva haciéndose miles de años”. Pero la vida de Larry no resultó, probablemente, una vida malograda.

EL IMPARCIAL




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