William Somerset Maugham Servidumbre humana
José Miguel G. Soriano
7 de noviembre de 2010
Somerset Maugham: Servidumbre humana. Traducción de Enrique de Juan. RBA. Barcelona, 2010. 752 páginas. 32 €
Con motivo de su fallecimiento en 1965, Francisco Alcántara señalaba en un artículo –publicado en el Ya– cómo la otrora exitosa figura de Maugham estaba, en realidad, muerta desde tiempo atrás para buena parte de la crítica y el público. “Yo mismo caí en ese error, incluso después de haber leído algunas narraciones cortas que hubieran justificado, cada una, una existencia literaria. Definitivamente rectifiqué mi juicio cuando conocí el Carnet de un escritor. El tímido, cínico, nómada y displicente Maugham lo era de cuerpo entero. De alma entera (…) Y esa es su aportación. Un escritor no es más que un punto de vista, de voz, de oído y de sentimiento”.
La obra referida por Alcántara es una de las más destacadas de la extensa producción narrativa de William Somerset Maugham, un inglés que nació en París, estudió medicina “sin demasiado entusiasmo” en Heidelberg y se graduó en Londres, donde llegó a ejercer como tocólogo. Huérfano de madre a los ocho años, tras morir su padre fue recogido por un tío pastor que en un principio pensó en transferirle su parroquia. Estos episodios reales de su vida se hallan presentes en Servidumbre humana (Of human bondage, 1915) –otro de sus títulos fundamentales, junto a El filo de la navaja o El velo pintado–, mezcla de biografía y ficción, que narra su aprendizaje juvenil y que en España la editorial Lara publicó por primera vez en 1945, conociendo a partir de entonces numerosas reediciones, siempre bajo la traducción originaria de Enrique de Juan.
Escritor de multitudes, su éxito comercial como novelista y dramaturgo hizo que Maugham no disfrutara siempre, como suele ocurrir, del aprecio minoritario. El propio autor señalaba en el prólogo a Servidumbre humana –incluido en la presente edición– cómo, en el momento de su aparición, la obra fue criticada por parecer demasiado convencional su final y que su éxito en Europa fue moderado, alcanzando mejor suerte en América. Sin embargo, su tono sencillo y directo y la claridad de su estilo –poco elaborado– no deben confundirse con falta de profundidad, y su habilidad narrativa, su gran capacidad de observación y la verosimilitud de personajes y ambientes conmueven y llenan de interés el relato.
A través de su protagonista principal, Philip Carey, Servidumbre humana desgrana una historia de formación y sufrimiento abarcando diversas fases de la juventud y la sensualidad humana. Su orfandad, las humillaciones sufridas en la escuela a causa de su defecto físico en un pie –como en el caso de su autor, por la tartamudez– desarrollaron en Philip un carácter introspectivo y extremadamente sensible, al tiempo que se formó en él “…el más exquisito hábito humano: el de la lectura”. Su rebeldía, plasmada en su descreimiento religioso y en sus ansias de aventura y libertad, provino de aquella falta de mayor cariño. En París vivirá infructuosamente el sueño de convertirse en artista; y las sucesivas etapas de su vida –los estudios de medicina en Londres, su desaforada pasión por una mujer vulgar pero seductora, el hambre y la pobreza…– buscarán la respuesta al sentido de la existencia, a cuál debe ser la idea rectora que la guíe. Pero sólo en uno mismo está poder descubrirlo: vivir será tejer el tapiz del propio destino por la satisfacción de llevar a cabo la obra; y al comprenderlo, el protagonista encontrará inesperadamente la paz.
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