viernes, 1 de noviembre de 2019

Lucian Freud / El señor de la perturbación


Lucian Freud
EL SEÑOR DE LA PERTURBACIÓN

La estupenda exposición de Lucian Freud en el National Portrait Gallery de Londres fue planeada años atrás para celebrar los juegos olímpicos. Freud se mostraba emocionado de reunir 101 de sus mejores retratos e, incluso, de ultimar los detalles de su exhibición. Pero en la primavera de 2011 su salud decayó y falleció a los 88 años, cuando sus obras se vendían en decenas de millones de dólares.

Por Susana Cárdenas Overstall




¿A qué se debe el impacto de estas pinturas? Ante todo, a su gran intimidad. “Los retratos de Freud son la realización de un fuerte vínculo entre el artista y el modelo, una relación ganada a través del tiempo y a puerta cerrada”, dice la curadora de la muestra, Sara Howgate. Crudo. Incómodo. Sin duda, la obra de Freud provoca la reacción morbosa de taparse los ojos con las manos y abrir los dedos para seguir mirando. “Busco asombrar, perturbar, seducir, convencer”, manifestó el nieto de Sigmund Freud, ni más ni menos, en una de las poquísimas entrevistas concedidas en su vida.


En su retrospectiva, observamos personajes del círculo de las carreras de caballos, el bajo mundo, la aristocracia, sus amigos, familia y conocidos, una mezcla ecléctica de individuos que se cruzaron en su camino. Quienes no eran ya figuras públicas, al convertirse en modelos de Freud dejaron de ser incógnitos. Sue Tilley lanzó un libro contando sus memorias como su modelo, y el asistente David Dawson se convirtió en celebridad desde que posó para su jefe. Porque a través de su carrera Freud prefirió retratar a personas que conocía bien. “Mi trabajo es puramente autobiográfico. Soy yo y mis alrededores. Intento registrarlos, trabajo con personas que me interesan, en cuartos que habito, que conozco”, expresó.

Freud describió el proceso de su relación con los modelos como una transacción, una negociación en la que solo requería que fuesen puntuales, pacientes y nocturnos. Freud pintaba pausadamente, siempre había tiempo para una amena conversación, para una copa de champaña, sentados sobre un suelo sucio. Una de sus antiguas modelos, y examante, Jacquetta Eliot, describió que posar para Freud era una combinación entre decadencia y malestar. David Hockney, quien modeló durante 130 horas para Freud en su estudio en Holland Park, cuenta su experiencia en un documental realizado por Jake Auerback. “Al llevar un ritmo, lento puedes hablar. Logras conocer a la persona, observar su rostro, acercarte y él consumir tu energía. Sus retratos son tal vez los mejores realizados por cualquiera, con diversas capas que ni siquiera la fotografía puede alcanzar”, expresó.

“Es este gradual hurgar de las capas, esa penetración bajo la piel lo que distingue los retratos de Freud de los tomados con una cámara fotográfica”, explica Hawgate. Cuando las luces de su estudio se apagaban, sus modelos seguían allí. Muchas veces continuaron después de la cena, una oportunidad para Freud de mirar a su invitado con la intensidad de un halcón y guardar la imagen en su memoria. A pesar de que Freud resistió las comparaciones que le hacían con su famosísimo abuelo, Sigmund Freud, ambos escucharon y observaron a sus visitantes durante largos períodos.

Para Freud los perros y los caballos eran sus almas gemelas. De niño prefería los establos a los dormitorios. Pintó animales con la misma atención que concedió a los humanos. Freud creía que al pintar a la gente desprovista de ropa le ayudaba a descubrir sus deseos e instintos básicos. “Me interesan tanto la gente como los animales. Esa es la razón por la que me gusta pintarlos desnudos, porque puedo ver más. Me gusta ver a las personas al natural y físicamente cómodas como los animales, como Pluto, mi galgo”, expresó el artista en una entrevista a la BBC en 1991. Precisamente un galgo aparecerá en la falda de su asistente, mostrando la complicidad entre ambos reinos.




El trampolín a la gloria
En 1953 Freud se casa con Caroline Blackwood, su segunda esposa y protagonista de extraordinarios retratos. Según los críticos, las obras que pintó en los años cuarenta y cincuenta son las más románticas y sutiles. Pero ante los ojos de otros son vistas como violentas y crueles. Girl in Bed muestra una delicada imagen de su joven esposa con mirada inocente. Dos años después pintaría el afligido cuadro Hotel Bedroom. “Mientras vives, tus relaciones crecen y maduran o decaen”, expresó. Él y Caroline aparecen en el cuadro, Freud enajenado, y ella mordiéndose las uñas, al parecer ausente. Esta pintura estuvo en la Bienal de Venecia en 1954, junto a obras de Francis Bacon, su amigo del alma, y de Ben Nicholson. El escenario es el hotel La Louisiane, de París, donde pasó la mayor parte del tiempo después de la guerra. Allí entabló amistad con Alberto Giacometti, Balthus y un joven pintor español, Xavier Vilato, quien lo llevaría a visitar a su tío Pablo Picasso.

En 1957 Freud expone por primera vez en París. Su relación con Caroline se deteriora y el divorcio es inminente. “Recuerdo haber cenado casi todas noches con Francis Bacon durante casi todo su matrimonio con Lucian. Al igual que haber almorzado con él también”, dijo en una entrevista al crítico de arte Martin Gayford. Sin embargo, se sabe que Caroline fue el verdadero amor de Freud, dentro del ramillete de mujeres que coleccionó en su vida. Hotel Bedroom es una obra determinante: con ella logra reconocimiento en Europa, gana el premio de Young Artist Exhibition e inicia otra etapa en su carrera.

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En 1977 se muda a Holland Park, West London, un espacio grande, con una enorme claraboya que le permite colorear retratos cargados de luz. Un ejemplo de ello se refleja en Large Interior W11 (after Watteau). El punto de inspiración fue el cuadro Pierrot Content (1712) de Jean-Antoine Watteau. En su versión se ubica Suzy Boyt a la derecha, con su hijo Kai. Bella Freud, una de las hijas del pintor, toca la mandolina. La figura central es Kai. El grupo es desigual, dicen que los sujetos entraron y salieron, y Freud se las ingenió para pintarlos en conjunto. Al ambiente pastoril de la pintura de Watteau lo reemplaza con una habitación que necesita reparaciones, con las tuberías expuestas y una enredadera. Su intención es que los personajes ensayen a ser ellos mismos.




La belleza de los marginados
En los años noventa Freud conoce al artista australiano Leigh Bowery. Bowery fue el drag queen estrella de los discotecas gays londinenses, hoy sería ídolo de Lady Gaga. A Freud le atrajo su audacia y lo invitó a modelar en su estudio. A Freud le sorprendió que, a pesar de la fama de Bowery por sus extravagantes atuendos y piercings, él hubiese decidido posar desnudo. Freud lo encontró perfectamente bello y durante los siguientes cuatro años se transformó también en su modelo estrella. Al ser Bowery un performer, no le incomodaba mantener poses más carnavalescas. El artista y el modelo desarrollaron una relación cercana. Tal vez no compartieran la misma clase social, pero sí el amor por el peligro y la actuación. Freud tenía una fascinación por el canto y la poesía; Bowery confesó que modelar para él era adquirir una educación universitaria. Freud desconocía que Bowery estaba muriendo de sida hasta casi sus últimos días. Al observar sus proporciones esculturales, resultaba difícil creer que le quedaba poco por vivir. Lo retrató en cuatro ocasiones. En el cuadro que acompaña esta nota, Bowery reposa desnudo, feliz y cómodo. La última de sus obras la exhibió en Dulwich Picture Gallery (1994), donde Bowery la admiró poco antes de morir. Consciente de su salud, Bowery presenta a Freud a una de sus mejores amigas, Sue Tilley, mejor conocida como Big Sue.

Para Freud conocer a Sue fue como un alucinante encuentro con una montaña de carne. “Es carne sin músculos, desarrolla otro tipo de textura debido al peso de su cuerpo”, expresó. Al principio le impresionó su tamaño. Le sedujo su femineidad, sus poses, la manera en que se acomodaba en el sofá, le recordó a la Venus en el espejo de Velázquez y a la Olympia de Manet, aunque menos idealizada. Freud evitaba revelar la ocupación o nombres de sus modelos, pero en el caso de Sue la llamó Benefits Supervisor Sleeping (supervisora de beneficios durmiendo), pero el cuadro está lejos de recrear su verdadero trabajo como encargada de asignar beneficios del Estado a los desempleados. Esta obra de Freud rompió récords de venta: en 2008, el magnate ruso Roman Abramovich pagó 34 millones de dólares por ella, lo que convirtió a Freud en el pintor vivo más cotizado del momento.

“Ningún artista provoca sentimientos de incomodidad, lujuria, admiración por la condición humana como Freud. Big Sue es la antítesis de la mayoría de los sujetos en los desnudos de artistas americanos, aún de los realistas. Freud prueba que los valores americanos se muestran rígidos, al mostrar solo cuerpos elegantes, cómodos de posar desnudos. Big Sue se abandona a Freud, con valentía y dignidad, permitiendo al artista registrar cada libra de su cuerpo”, expresa la curadora Howgate en su libro sobre los retratos de Lucian Freud.

En los años noventa Freud tenía más energía que nunca. Pintaba a diario, exigiendo rigurosas sesiones a sus modelos y amigos que posaban para él. En la última década retrató a conocidas figuras como David Hockney y la modelo Kate Moss, pero uno de sus constantes modelos y compañeros fue su asistente, David Dawson, que trabajó con él desde 1990. En ninguna obra se muestra el tema de la complicidad duradera entre los animales y los humanos como en los cuadros que Freud pintó de su asistente y sus galgos: Pluto y Eli.

Durante cuatro años Freud trabajó en el cuadro David y Eli (2005) y Portrait of the Hound (2011). En el primero Dawson tiene el torso desnudo y el perro en su regazo. Uno de los brazos de la silla desaparece de la composición. En el segundo David posa desnudo y observa al artista. Eli yace a su lado. Freud los retrata de igual a igual. Esta sería su última obra. Un video filmado por su asistente lo muestra de pie la víspera de su muerte, pintando en el lienzo los trazos de su última obra que no alcanzó a terminar.



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