Así confesaron su amor Lev Tolstói, Fiódor Dostoievski y Antón Chéjov
En la literatura rusa las historias de amor no suelen tener un final feliz. Aunque no fue siempre así con los autores. Echemos un vistazo a sus cartas de amor.
1. Alexánder Pushkin a su futura esposa, Natalia Goncharova. Marzo de 1830
“Hoy es el aniversario del día en que posé mis ojos en ti por primera vez; este día... en mi vida... Cuanto más lo pienso, más convencido estoy de que mi existencia no puede separarse de la tuya. Fui creado para amarte y seguirte. Todas mis otras preocupaciones son un completo malentendido y una locura”.
El principal poeta de Rusia tuvo muchas mujeres. Se enamoraba constantemente y escribía exquisitas cartas de amor. Sin embargo, en cuanto se casó con Natalia Goncharova, cesaron sus aventuras de Casanova. Cuando estaba alejado de su joven esposa, le escribió largas y tiernas cartas, en las que preguntaba por su salud y mostraba el dolor que le provocaban los celos.
2. Fiódor Dostoievski a su mujer Anna. 2 de agosto de 1876
“Mi ángel, me doy cuenta de que me estoy apegando cada vez más a ti y ya no puedo soportar nuestra separación. Puedes hacer que esto se vuelva a tu favor y esclavizarme ahora aún más, pero debes saber que cuanto más me esclavices, Annie, más feliz seré. Je ne demande pas mieux. [No podría desear nada mejor]”.
Después de un primer matrimonio sin hijos, Dostoievski se casó en segundas nupcias con su taquígrafa, Anna Snítkina, que era 25 años menor que él. Ella le ayudó a entregar dentro de fecha la novela El jugador, y dio a luz a cuatro hijos.
3. Lev Tolstói a su futura esposa, Sofía Behrs. Septiembre de 1862
“Dime, de manera honesta, ¿quieres ser mi esposa? Sólo si desde el fondo del corazón puedes decir valientemente ‘sí’. De lo contrario, si tienes alguna sombra de duda dentro de ti, di ‘no’. Por el amor de Dios, piénsalo bien. Tengo miedo de escuchar un ‘no’, pero lo anticipo y encontraré la fuerza para soportarlo. Pero si estoy destinado a no ser amado como marido de la forma que yo amo, será horrible”.
Sofía Tolstaia (como se convirtió) es quizá la esposa más famosa en la historia de la literatura y una verdadera heroína. Dio a luz a 13 hijos. Era 24 años más joven que Tolstói y copió a mano Guerra y la paz varias veces, haciendo frente a las innumerables y confusas revisiones del autor.
4. Antón Chéjov a su mujer, Olga Knipper. 29 de octubre de 1901
“Mi amor, mi ángel, mi caramelo, mi perro [así es], te imploro para que creas que te amo, que te amo profundamente. No me olvides nunca. Escribe y piensa en mí más a menudo. Pase lo que pase, aunque te conviertas repentinamente en una anciana, te seguiría queriendo –por tu alma, por tu temperamento [...] Anhelo besarte y abrazarte con fuerza. Y besarte de nuevo. La cama me parece solitaria, como si fuera un soltero tacaño, viejo y malévolo. ¡Por favor, escribe! Tu Antoine”.
La mayoría de las cartas de Chéjov a su esposa son breves pero, a la vez, son tiernas e irónicas. Se cree que él dijo en alguna ocasión: “La brevedad es la hermana del talento”, aunque se rumorea que lo tomó prestado de Shakespeare, quien afirmó que “la brevedad es el alma del ingenio”. Chéjov llama a su esposa “perro” (algo que podría molestar a algunas mujeres), le manda besos y palabras de amor. También la amenaza (esperamos que bromeando) cuando le dice que “será golpeada” si no le escribe todos los días. Olga tenía la fama de ser una persona frívola, pero a pesar de ello (o debido a ello), escribió intensas declaraciones de amor a su marido: “Abrazos y besos. Beso cada arruga de tu cara”, escribió.
5. Vladímir Nabókov a su futura esposa, Vera Slonim. 8 de noviembre de 1923
Juro por todo lo que más quiero, por todo en lo que creo, que nunca he amado como te amo, con tanta ternura, con los ojos llorosos y tanta sensación de resplandor. [...] Por encima de todo, quiero que seas feliz y me parece que podría darte esta felicidad: la felicidad es soleada, simple, algo no muy ordinario.
[...] Te amo, te deseo, te necesito insoportablemente... Tus ojos brillan tan asombrosamente cuando te recuestas, cuando cuentas una anécdota ingeniosa: tus ojos, tu voz, tus labios, tus hombros son tan ligeros y soleados”.
Nabókov se sentía conmovedoramente cerca de su esposa. Cuando se separaron le describió todos los detalles de su vida, algunos muy gráfico. Fue a ella a quien dedicó su último libro inacabado,Vera.
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