sábado, 20 de diciembre de 2025

Joy Williams / Zorzales

 



Joy Williams
ZORZALES


EL PADRE DE CORINTHIAN BROWN cazaba zorzales en invierno y hacía unas suculentas y esponjosas empanadas con ellos. El hombre solía decir que no le cabía en la cabeza que un pájaro tan cagón como el zorzal, que manchaba con sus excrementos a base de bichos y bayas toda la ropa limpia que tenían tendida, pudiera estar tan rico cuando lo cortabas a pedacitos y le añadías unos guisantes, un poco de harina y de agua. Su papá mataba a los zorzales con perdigonazos tan limpios que los pajaritos daban la impresión de no estar muertos.


    Una mañana, mientras el pequeño Corinthian salía del jardín para ir a la escuela, un coche patrulla de la policía pasó zumbando, se metió en el patio de la casa, levantando barro por todas partes, y estuvo a punto de derribar el porche. La Audubon Society se había quejado, así como la Cámara de Comercio, la Liga de Mujeres Votantes y el Surfside Bank, que siempre tenían la oreja pegada al suelo esperando anticiparse a cualquier vibración que anunciara nuevas tendencias. Los turistas estaban horrorizados, el periódico, indignado, y Brown se convirtió en objeto de las iras del público y en un aviso para la comunidad negra de que esa actividad depravada no se iba tolerar en adelante. Cuatro meses más tarde, durante el turno de noche de los juzgados, el señor Brown fue condenado a dos años de reclusión en la cárcel del condado. La única voz que se alzó en su defensa fue la de un hombrecillo insignificante, un alfeñique repelente de quien más tarde se supo que no quería pagar sus impuestos y que dijo que disparar a aves cantoras en el barrio no sería necesario si hubiera más viviendas sociales y más trabajos. Todo el mundo coincidió en que si volvían a escuchar esa cantinela ni que fuera una sola vez vomitarían.

    El padre de Corinthian no dijo nada, ni siquiera a sus hijos. Después de un año en la cárcel, vieron que mostraba buenas aptitudes e intenciones, así que lo consideraron para el puesto de chico de los perros en las brigadas de trabajadores que salían todos los días del recinto. Hizo un buen trabajo como chico de los perros porque era fuerte y los animales se le daban bien, y también porque tenía buenos pulmones y piernas y podía correr con los perros por las ciénagas, los campos y la maleza cuando la gente del sheriff perseguía a fugitivos. Brown ya no tenía ningún problema con la policía, con ese puñado de patanes de cuestionable autoridad. A cambio de correr con los perros conseguía una buena ración de aire fresco y mil quinientas calorías extra de comida al día. Dos días antes de su puesta en libertad, ató las correas de los perros a un poste de la luz y bajó por la carretera a buscar una lata de cerveza. Fue arrestado y condenado a seis meses de cárcel más. Pasado ese tiempo, ya en primavera, se subió a un autocar en dirección a Nueva Jersey donde, después de escribirle una nota a su hijo Corinthian en el reverso de una postal que mostraba el colorido hotel Howard Johnson de la salida 7 de la autopista, desapareció para siempre.
    El texto de la postal decía así:
    Siento hacer esto, pero estoy acabado y de todas formas no tengo nada que ofrecerte. Espero que hayas dejado de ponerte la zancadilla y hayas encontrado una mujer y te hayas aclarado la cara. Aquí me comí una mariscada y espero que tú y Amos podáis hacer lo mismo algún día.
    Corinthian se daba cuenta de que la mayor parte del mensaje era para él, pero el trozo sobre la mujer debía de ir dirigido a su hermano, porque Corinthian sólo tenía siete años.


Joy Williams
Estado de gracia


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