
Olga Tokarczuk y su venganza literaria ante el silenciamiento de las mujeres
«Tierra de empusas» de la escritora polaca Olga Tokarczuk, Premio Nobel de Literatura, se inspira en «La montaña mágica» de Thomas Mann, vengándose de la ausencia femenina en ella e introduciendo el elemento del terror en el entorno tranquilo de un sanatorio para enfermos de tuberculosis.
Un hermoso fragmento del Libro del desasosiego de Fernando Pessoa sirve a la Premio Nobel polaca Olga Tokarczuk de entrada a Tierra de empusas, su última novela hasta el momento, aparecida en su país en 2022 y ahora traducida al castellano. Se trata de un pasaje muy significativo para entender las búsquedas de una obra compleja, enigmática, atrayente. Dice así: “Todos los días suceden en el mundo cosas que no se explican por las leyes que conocemos de las cosas. Todos los días, habladas durante un momento, se olvidan, y el mismo misterio que las ha traído se las lleva, convirtiéndose el secreto en olvido. Tal es la ley de lo que tiene que ser olvidado porque no puede ser explicado. A la luz del sol, continúa siendo normal el mundo visible. El ajeno nos acecha desde la sombra”.
Hace ya más de cinco años leí Los errantes, una entrega absolutamente estimulante en su propuesta, en sus indagaciones, de la que escribí en otro número de Lecturas Sumergidas y que me hizo desear volver a pisar los terrenos de esta gran hacedora de historias abarcadoras. Era una asignatura pendiente para mí seguir sumergiéndome en su obra, pero otros libros se iban imponiendo y me costaba encontrar el tiempo necesario hasta ahora en que ha llegado a mis manos Tierra de empusas, una experiencia de lectura muy diferente a la que fue mi primera toma de contacto con la autora, pero igualmente intensa, sorprendente, deslumbrante, un adjetivo que me ha llevado a hermanar esta novela con Orbital de Samantha Harvey, que había leído poco antes. Nada que ver una con otra, salvo el asombro que nos provocan, el placer que proporciona saber que nos aguarda seguir dentro de sus páginas, no querer salir de ellas durante los días que les destinamos. ¡Qué suerte, qué regalo ambas!, me digo a mí misma con sonrisa.
Si Los errantes es una novela fragmentada, que une tiempos históricos y peripecias variadas, en esta ocasión Tokarczuk opta por una narración lineal, a la manera de las novelas clásicas, contada por un narrador que observa y cuenta lo que acaece a los personajes, pero con el ingrediente de una voz colectiva, un “nosotras” que va haciendo acto de presencia a lo largo del recorrido, agregando otro plano, otro sentido, otro ritmo. Pocas semejanzas entre las dos historias, salvo ese elemento de extrañeza, esa apertura hacia lo insólito, tan propia de la autora, aunque en esta ocasión esa vertiente se amplía, se lleva hasta el extremo, hasta las lindes de lo sobrenatural.
Ha reconocido la escritora que se inspiró en La montaña mágica, de Thomas Mann, que ha leído cinco o seis veces desde su adolescencia, con la que ha sostenido a lo largo del tiempo una relación de amor-odio. Ahondar en la misma, reinterpretarla, actualizarla, verla bajo otra luz… Esto es lo que hace nuestra autora, quien va mucho más lejos: “Supongo que escribí esta novela por rabia y por despecho hacia la de Mann, porque la suya trata exclusivamente de hombres, de sus asuntos; porque en ella hay una total exclusión de las mujeres, como sucede en otras grandes novelas clásicas”, leo su declaración en una entrevista concedida al diario británico “The Guardian”.
En efecto, las reglas del patriarcado, la alargada sombra de la misoginia, son pilares fundamentales de un libro que se ambienta en la época inmediatamente anterior a la Primera Guerra Mundial, que arranca con la llegada, en septiembre de 1913, al balneario/sanatorio para tuberculosos del pueblo silesio deGörbersdorf, del joven Mieczyslaw Wojnizc, estudiante de Ingeniería de Abastecimiento y Saneamiento de aguas en la Universidad Politécnica de Leópolis.
HA RECONOCIDO LA ESCRITORA QUE «TIERRA DE EMPUSAS» ESTÁ INSPIRADA EN «LA MONTAÑA MÁGICA», DE THOMAS MANN, QUE HA LEÍDO CINCO O SEIS VECES DESDE SU ADOLESCENCIA, CON LA QUE HA SOSTENIDO A LO LARGO DEL TIEMPO UNA RELACIÓN DE AMOR-ODIO.
A partir de ahí empezamos a reconocer similitudes con la historia de Hans Castorp, el protagonista de La montaña mágica, quien en su estancia en otro sanatorio de los Alpes suizos, y en el mismo marco histórico que la obra de Tokarczuk, entra en contacto con otras figuras masculinas que contribuyen a su formación, a su entrada en el mundo adulto. Me acerqué a la obra de Mann hace ya mucho tiempo, y todo aparece difuminado en mis recuerdos, pero al adentrarme en Tierra de empusas vuelven a mí los ecos melancólicos de los paisajes de montaña, las atmósferas evanescentes, y también las largas conversaciones filosóficas, ese acercamiento al mundo de las ideas, al arte, a la espiritualidad.
La autora polaca desarrolla estas tramas, pero su historia introduce elementos impactantes, a través de la utilización del terror (de hecho, se subtitula, en tono humorístico, Historia de terror balneoterápico), y de recursos próximos al “thriller”. A su joven protagonista le esperan experiencias dramáticas, salvajes, que contrastan con el ambiente aparentemente tranquilo del entorno al que ha llegado. Estamos ante una novela de formación, como lo es la de Thomas Mann, pero más ligera, con más acción. Wojnicz conoce a los caballeros que se alojan en la pensión en la que se hospeda y que intentan convertirse en sus mentores, influirle con sus ideas.
El alojamiento lo dirige un turbio personaje, Wilhelm Opitz y desde muy pronto acaece la tragedia, pues su mujer, cocinera y camarera, aparece ahorcada y su cadáver, extendido sobre la mesa del comedor, es visto por el recién llegado. Esa imagen que lo sobrecoge, que convierte el lugar en un escenario siniestro y que lo acompaña durante toda su estancia, se convierte en esencial en la historia que ha de vivir.

Los hombres que se reúnen a comer, a conversar y a pasear, en los tiempos entre los tratamientos a que son sometidos por el doctor Semperweiß, están debatiendo constantemente, como sucede en La montaña mágica, sobre los asuntos más variados: la historia, la política, la sociedad, la religión, el arte, el progreso con sus avances técnicos… Sus conversaciones resumen las ideas, las contradicciones, que mueven la sociedad de su tiempo, dándose los enfrentamientos más encendidos entre dos de ellos: el socialista humanista August August y el católico tradicionalista Longin Lukas, pero hay algo en lo que todos están absolutamente de acuerdo: la inferioridad de las mujeres.
Nadie dice nada que ponga en duda los argumentos esgrimidos contra ellas: el tamaño menor de su cerebro y su distinta estructura, que lleva a una mayor localización del deseo carnal; su tendencia autodestructiva a la enfermedad mental; su talante por naturaleza traicionero e inestable; sus artimañas para fingir y ocultar su vacío intelectual, su mala influencia sobre los hijos, su nula presencia en los ámbitos del pensamiento, de la literatura, de la ciencia…
Hay un momento en el que los hombres hablan de que “si bien la mujer ha sido dotada por la naturaleza con el gran poder de dar a luz, ha sido despojada de cualquier control sobre ese poder”; y que, por tanto, “el cuerpo de la mujer le corresponde no solo a ella, sino también a la humanidad”; que, al ser “propiedad colectiva, su capacidad de parir no puede ser considerada como un rasgo suyo privado”; concluyendo que “la mujer, siendo ella misma”, pertenece a la vez a todos.
Hay muchos más pasajes de este tipo, tremendos, en realidad ideas y teorías sostenidas a lo largo del tiempo, que nos hacen pensar en la manera en la que la misoginia ha sido inoculada, generación tras generación, hasta el punto de que aún hoy asoma en discursos y acciones; en la forma en que se ha educado a los varones (el joven estudiante, que muestra una sensibilidad nada bien vista, recibe lecciones de masculinidad que no ha solicitado); en los resortes del patriarcado para seguir sosteniéndose, imponiéndose.
HAY ALGO EN LO QUE TODOS LOS HOMBRES DE LA NOVELA ESTÁN ABSOLUTAMENTE DE ACUERDO: LA INFERIORIDAD DE LAS MUJERES. LAS REGLAS DEL PATRIARCADO, LA ALARGADA SOMBRA DE LA MISOGINIA, SON PILARES FUNDAMENTALES DEL LIBRO DE LA ESCRITORA POLACA.
Hay un punto caricaturesco en la puesta en escena, en el intercambio de pareceres. Por debajo de las conversaciones trascendentales entre los hombres, asoma su cortedad de miras, su incapacidad para cuestionar el orden establecido, su miedo de fondo a perder el poder que ostentan, su situación de privilegio ante las mujeres. En este sentido, no es difícil llegar a la conclusión de que la novela es una venganza contra las mentes más brillantes de la cultura europea (masculinas, claro). Para que no quepa duda de que los ataques misóginos recogidos en el libro no son de su invención, en las páginas finales se incluye una lista de nombres, de cuyas obras se han extraído todos los comentarios vejatorios, que abarca desde Agustín de Hipona a William Butler Yeats, pasando por Platón, Tomás de Aquino, Shakespeare, Darwin, Freud, Nietzsche, Sartre, Schopenhauer, William S. Burroughs, Joseph Conrad, Jack Kerouac, D. H. Lawrence, August Strindberg, Jonathan Swift y Ezra Pound, entre muchos otros.
“¿Son las mujeres lo bastante responsables para tener derecho al voto”? es una de las preguntas que aparece durante las cenas, siempre acompañadas de un licor que produce efectos alucinatorios. El debate estaba presente en el tiempo en que transcurre la obra, una época en la que las sufragistasya luchan por este y otros derechos. Y también se hace referencia a la conexión existente entre la mujer y la naturaleza. Paso a exponer las ideas del conservador Lukas: “En su opinión, eran ellas, con su biología desenfrenada, con aquella inquietante cercanía suya a la naturaleza, el factor desestabilizante del orden social. Sí, deberían ser relegadas por completo al ámbito privado, desde el cual no amenazarían al orden del mundo”.
Desconozco si Olga Tokarczuk tiene entre sus referencias el libro Mujer y naturaleza, de la ensayista norteamericana Susan Griffin, centrado en “la idea de la mujer creada por una cultura empeñada en la dominación tanto de la mujer como de la naturaleza”, en la opresión y explotación a que ambas han sido sometidas a lo largo de los siglos; en la imposición de la razón sobre la emoción, del cuerpo sobre el alma, de lo tangible y calculable sobre lo espiritual y misterioso, como factores centrales del dominio patriarcal.

Todo esto, la idea de lo femenino como fuente del mal, de lo salvaje, está presente en Tierra de empusas, forma parte de sus fondos. En la reveladora entrega de Griffin, a la que me he referido en otra página de Lecturas Sumergidas, asoma una voz vengadora y luminosa, un nosotras que, en la parte final, se libera, se levanta, se afirma, rompe el silencio, ruge ferozmente ante tantas violaciones y ultrajes, se permite el mayor de los sarcasmos: “Sí, somos diabólicas; es cierto, cacareamos. Sí, somos oscuras como la tierra y salvajes como los animales. Y nos volvemos unas hacia otras y miramos fijamente esa oscuridad. La encontramos preciosa. La encontramos irresistible. Nada es secreto. Mostramos lo que ellos dicen que es nuestra maldad…”
En la obra de Tokarczuk, donde tantas tramas se cruzan, tan abierta a interpretaciones diversas, también hace acto de presencia, como os decía anteriormente, una voz colectiva misteriosa, un “nosotras” vigilante, al acecho, que lo observa todo, que va dirigiendo determinados acontecimientos. “Pero nosotras sabemos…” “Nosotras, sin embargo, consideramos que lo más interesante permanece siempre en la sombra, en aquello que no se ve…” se va intercalando en la narración esa voz que parece ser parte del paisaje, brotar del interior de la tierra, tal vez reclamando venganza por toda la crueldad ejercida, por las supuestas brujas quemadas en la hoguera, por esas mujeres que, según ciertas leyendas, huyeron a las montañas y cuidaron desde allí a sus familias, “de alguna forma mágica”. ¿Han sobrevivido de algún modo; sus descendientes se vengan y tienen que ver con los sucesos trágicos, violentos, que acaecen en el entorno de Görbersdor?
EN LA OBRA DE TOKARCZUK HACE ACTO DE PRESENCIA UNA VOZ COLECTIVA MISTERIOSA, UN “NOSOTRAS” VIGILANTE, AL ACECHO, QUE LO OBSERVA TODO, QUE VA DIRIGIENDO DETERMINADOS ACONTECIMIENTOS. PARECE SER PARTE DEL PAISAJE, BROTAR DEL INTERIOR DE LA TIERRA.
Una corriente subterránea, siniestra, va tomando cada vez más fuerza. En el bosque el joven Wojnicz se siente perturbado al descubrir a las “tuntschi”, muñecas yacentes hechas con elementos de la naturaleza (palos, ramas, musgo, maderas), que los carboneros de la región usan para satisfacer sus deseos sexuales. Y no puedo dejar de referirme a la presencia de las empusas, que dan título a la novela, y que ya aparecen en los escritos de Aristófanes. Se trata de seres que se transforman, que pueden mostrarse como hermosas mujeres o como bestias enormes que adoptan la imagen de animales diversos.
El protagonista ignora de qué manera todo se confabulará a su alrededor para que sepa realmente quién es; qué es lo que desea; cuál es su identidad; con qué género se identifica… Hay dos personajes que hasta ahora no he citado y que son esenciales en el discurrir de la historia. Uno es Walter Frommer, un teósofo y agente secreto de Breslavia que investiga la cadena de misteriosos asesinatos que han tenido lugar, año a año, en el lugar, sin descartar “motivos sobrenaturales” para explicarlos. El otro es Thilo, un joven artista homosexual, gravemente enfermo, con quien el estudiante de Leópolis entabla una relación de amistad, que le muestra, a través del arte, que la realidad no es lo que parece; que hay que cambiar la forma de mirar, ir más allá del detalle para encontrar lo fundamental.

Hay también una conversación esencial con el doctor Semperweiß, de orientación psicoanalítica, muy esclarecedora para profundizar en los conflictos del protagonista, en su sensación de no encajar con los estereotipos, con las costumbres y valores que imperan a su alrededor, con los principios transmitidos desde su infancia por su padre y su tío –dos enérgicas figuras masculinas–. Y también enlaza con el acercamiento a los comienzos del siglo XX, al preludio de la I Guerra Mundial, una época, que se retrata en la novela a través de las ideas expuestas, llena de contrastes, en la que lo nuevo pugna por salir adelante, frente a una defensa cerrada del orden establecido.
“La mente establece un conjunto de contradicciones manifiestas (blanco-negro, día-noche, arriba-abajo, mujer-hombre) y son estas las que determinan toda nuestra percepción. No hay nada intermedio. El mundo visto así es infinitamente más sencillo, es fácil navegar entre esos dos polos, es fácil establecer las normas de conducta y en particular fácil juzgar a los demás, reservándose para uno mismo el lujo de la ambigüedad. Ese tipo de pensamiento protege de cualquier inseguridad, zas, zas, y todo está claro, esto o lo otro, no hay una tercera vía (…) Es algo que nos protege de una realidad que está construida con múltiples y muy sutiles tonalidades. Si alguien piensa que el mundo es un conjunto de oposiciones manifiestas está enfermo. Sé lo que digo. Es una tremenda disfunción”, le hace saber el doctor a Wojnicz, quien le pregunta: “¿Y cómo es el mundo?”, a lo que este responde: “Desdibujado, borroso, intermitente, unas veces de una manera, otras de otra, según el punto de vista”.
La idea de la transformación es poderosa en esta historia que en sí misma va cambiando de registros y que nos acerca a un final deslumbrante, imprevisible. Todos los caminos acaban convergiendo y llega la comprensión para el protagonista, fortalecido tras atravesar la locura, la violencia, y una prodigiosa experiencia fuera de los marcos de la normalidad, que debe ser leída con otros parámetros, bajo una mirada capaz de ver más allá, más lejos, en la región de la que emergen las empusas. “Todos los días suceden en el mundo cosas que no se explican por las leyes que conocemos de las cosas”, vuelvo al comienzo de este texto, a las palabras de Pessoa.
Tierra de empusas ha sido publicada por la editorial Anagrama, con traducción de Abel Murcia y Katarzyna Moloniewicz.

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