FINLANDIA, LA TIERRA PROMETIDA
El país escandinavo tiene una de las mayores rentas per cápita del mundo, pero es, junto a Grecia, el único miembro de la UE que sigue en recesión. Analizamos las causas de esta contradicción nórdica.
20 de enero de 2016
El país escandinavo tiene una de las mayores rentas per cápita del mundo, unos sistemas públicos educativo y sanitario ejemplares y, en general, un nivel de vida envidiable. Pero es, junto a Grecia, el único miembro de la UE que sigue en recesión. Analizamos las causas de esta contradicción nórdica.
Tal vez si Tomás Moro hubiera escrito su espléndida Utopía a finales del siglo XX, Finlandia le habría servido de inspiración. ¿Quién no ha deseado —cuando no envidiado de necesidad— las prestaciones, los servicios, las atenciones de ese país casi de ensueño? Uno escucha o lee en los medios de comunicación las bondades de la calidad de vida que disfrutan sus habitantes y se queda perplejo ante ese pedazo de tierra que linda con Suecia, Rusia y Noruega, de apenas cinco millones y medio de habitantes, el sexto país más extenso de Europa y con un idioma, el finlandés, que ostenta la peculiaridad de no descender de la rama indoeuropea.
«Desde los años ochenta, la tasa de desarrollo de Finlandia ha sido una de las más altas de los países occidentales gracias a que su economía está altamente industrializada. La madera, la ingeniería, las telecomunicaciones, junto con la industria electrónica y la de los metales, son sectores en los que puede competir con cualquier rival», explica el economista Francisco Aguado, titular en la Universidad de Sevilla.
Según datos del Banco Mundial, pese a ser el menos pujante de los nórdicos, es uno de los países más ricos del mundo por renta per cápita, una de las zonas europeas con mejor sanidad (casi inigualable en cuanto a ratio de camas en hospitales) y el séptimo del mundo en competitividad global. Su crecimiento económico y una tasa de paro casi inexistente lo convierten en un país privilegiado.
La caída del «Imperio Nokia»
«Sin embargo, en algunos aspectos, Finlandia ya no es lo que era. Para empezar, junto a Grecia, es el único país europeo en recesión. La deuda pública casi se ha duplicado desde 2008, hasta situarse cerca del 60% del PIB a finales del año pasado, y el propio PIB ha menguado un 6%, hasta los 204.000 millones de euros (la misma cifra para el mismo año de España fue de 1.041.160 millones de euros). Un ejemplo claro de que algunas realidades se han ensombrecido es reparar en su innovadora industria tecnológica. Nokia era todo un emblema nacional, un mascarón de proa mundial. Hoy, por más esfuerzos que realiza, no puede competir con Samsung o Apple. Ha perdido la batalla», continúa Aguado.
Su economía también se ha visto resentida tanto por la crisis de Rusia, que es uno de sus principales aliados comerciales, como por las sanciones impuestas desde la Unión Europea a Moscú por el conflicto de Ucrania, que le impiden exportar determinados productos. A estas contingencias hay que sumar el envejecimiento de su población y la disminución de la tasa de población activa.
Como todas las economías, la finlandesa también tiene sus debilidades: depende de las importaciones para abastecerse de materias primas, energía y algunos productos manufacturados, ya que el clima impide el desarrollo agrícola (las temperaturas en el sur alcanzan los –25 ºC, mientas que, en el norte, llegan con facilidad a los –40).
Para atajar este bache, Finlandia ha aplicado en los últimos años la posología merkeliana: flexibilizar el mercado laboral, bajar los impuestos directos para estimular el consumo interno, reformar el sistema de servicios sociales y sanitario, acometer privatizaciones y propiciar la desregulación.
Aunque todo tiene su matiz. «Es cierto que en Finlandia, al contrario de lo que ocurre en España, la mayor carga impositiva la soporta el ciudadano, no las empresas, y que la flexibilización del mercado de trabajo se ha incrementado casi al máximo, porque tanto contratar como despedir les sale gratis, pero el Estado sigue protegiendo mucho al trabajador, a quien le proporciona un subsidio sustancioso (superior a nuestro salario mínimo interprofesional) una vez despedido para que no merme su capacidad de consumo y para asegurarle unas condiciones mínimas», asegura Álvaro Fernández, profesor de Economía de la Universidad Carlos III. «Asimismo, el Estado se asegura de que estos ciudadanos en paro mantengan viva su formación, y lo hace de forma efectiva, de manera que no se demore indefinidamente su reincorporación al mercado de trabajo», apostilla Fernández. «Otra herramienta que utilizan los finlandeses es la afiliación a los sindicatos, que alcanza el 70% (en España apenas llega al 16%); esto les confiere una alta capacidad de presión y de negociación», concluye.
Finlandia está en recesión, pero sigue siendo líder mundial en manufactura de papel, construcción, equipos de telecomunicaciones, médicos y productos TIC de alta tecnología. Y para demostrar al mundo que apuesta fuerte para seguir capitaneando el modelo de bienestar ultima una renta básica universal de 800 euros, iniciativa del gobierno de centro- derecha que cuenta con el respaldo, según las recientes encuestas, del 80% de la población, una medida casi sin precedentes.
Maestro, profesión de alto honor
En lo que no se ha desgastado Finlandia es en su nivel educativo. «Cuando vine a vivir a Tampere, me parecía el paraíso: trabajo como profesor en una escuela pública, mi sueldo supera los dos mil euros mensuales, vivo en una casa con sauna (la mayoría tiene una, es una práctica tan común aquí como la siesta en España), y lo más increíble de todo es que ¡mi profesión es la más valorada del país!», nos cuenta Tomás García-Vela, un madrileño que lleva siete años viviendo en la tierra del Nobel de Literatura Waltari.
Razón no le falta. Para ser maestro, se exige una calificación de más de 9 sobre 10. Cada centro (también los universitarios) realiza una exhaustiva y minuciosa selección del profesorado: se valoran sus dotes de comunicación, de empatía, su capacidad de síntesis, sus aptitudes artísticas y su intuición científica.
Desde que la OCDE comenzara, en 2000, a elaborar su canónico informe PISA, Finlandia no se ha apeado de los primeros puestos, reconociendo así la excelencia de su sistema educativo. Apenas un 8% de los alumnos finlandeses no acaba la enseñanza obligatoria (en España, uno de cada tres cierra los libros antes de terminar la secundaria).
Lo extraño comienza en el origen. Menos de la mitad de los niños de 5 años acude a la guardería. El colegio no comienza hasta los siete años. Durante los primeros seis años de primaria, los alumnos no cambian de maestro, es el mismo. De ese modo, se fortalece su estabilidad emocional y su seguridad. Hasta quinto curso, no hay calificaciones numéricas. El modelo huye de fomentar la competencia. Por cierto, su última reforma educativa data de principios de los ochenta.
Además, «la educación en Finlandia no solo es gratuita hasta la universidad, sino que incluye la gratuidad de los libros de texto, el comedor y el material escolar. Son jornadas sensatas (desde las ocho y media o nueve de la mañana hasta las tres de la tarde), con deberes sopesados, de manera que el alumno se discipline, estudie en casa, pero también disponga de tiempo para su ocio», apunta García-Vela.
Parece ser que el éxito de este modelo educativo se sustenta en tres pilares: la familia, la escuela y los recursos socioculturales. Según los últimos datos, el 80% de las familias van a las bibliotecas los fines de semana. A ello hay que añadir la impronta de la religión luterana, que fomenta la responsabilidad del individuo, tan arraigada en el país. De hecho, es también uno de los países menos corruptos del mundo.
Curiosa recesión la de un país que, pese a adoptar medidas de austeridad tan conocidas por estas latitudes mediterráneas, mantiene casi intacto el bienestar de sus ciudadanos. Tal vez sean ojetudos de naturaleza, como se dice en lunfardo a los afortunados. Al fin y al cabo, los finlandeses son unos entusiastas absolutos del tango, una de las músicas más populares del país.
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