07 de noviembre de 2013
El 14 de julio de 1951 Albert Camus acudió a una verbena en la plaza de Saint-Sulpice acompañado de su madre y de varios amigos, Jean Daniel entre ellos. Es este el que recuerda al escritor levantándose de tanto en tanto para bailar y el que recuerda cómo al volver a sentarse después de una pieza Camus se inclinó hacia su madre y le dijo: “Mamá, me han invitado al Elíseo”. La madre, Catalina (o Catherine) Sintes, hija de una menorquina de armas tomar, viuda de un caído en la Primera Guerra Mundial y mujer de la limpieza en una Argelia llena de inmigrantes como ella, hizo que su hijo le repitiera la frase, luego se quedó callada y le dijo: “Eso no es para nosotros. No vayas, hijo; no te fíes. Eso no es para nosotros”.
En cierto sentido, la madre de Albert Camus es el reverso del padre de Franz Kafka. Seis años después de aquel baile, un día de octubre, el escritor anotó en su dietario que acababan de darle el Nobel y que su primer pensamiento había sido para ella. A ella está también dedicado El primer hombre, la novela que, en forma de manuscrito (144 páginas), llevaba encima el 4 de enero de 1960 cuando murió en un accidente de tráfico junto a Michel Gallimard (a su lado en la foto). La novela no vio la luz hasta 1994, causó un impacto tremendo y tal vez sea hoy la mejor puerta de entrada al universo camusiano. La otra puerta podría ser la conferencia que el novelista, dramaturgo, ensayista y periodista pronunció en la universidad de Upsala el 14 de diciembre de 1957, tres días después de recibir un Nobel que él pensó que merecía Malraux. Esa conferencia, titulada “El artista y su tiempo”, es una poética que trata de conciliar la presencia en el mundo de la belleza y el dolor, el sol y la miseria después de criticar tanto el arte por el arte (por ignorar el mal) como el realismo socialista (por reconocer la desdicha presente pero traficar con ella exaltando la felicidad futura).
Fue en aquel viaje a Suecia cuando Camus pronunció una frase –“entre la justicia y mi madre prefiero a mi madre”- que, convenientemente mutilada, dio la vuelta al mundo y lo retrató interesadamente como a un reaccionario colonialista. La frase completa, destinada a responder a un estudiante que reclamaba justicia para una Argelia que luchaba por su independencia decía así: “En este momento se arrojan bombas contra los tranvías de Argel. Mi madre puede hallarse en uno de esos tranvías. Si eso es la justicia, prefiero a mi madre”. Para Camus el fin nunca justificó los medios.
Pero la madre no fue solo uno de los grandes referentes vitales de Albert Camus, su novela más famosa, El extranjero, también se abre con la muerte de la madre del narrador,protagonista de una obra llamada, junto a El mito de Sísifo y Calígula, a formar (novela, ensayo, teatro) una primera trilogía sobre el absurdo. Le seguiría otra sobre la rebelión (La peste, El hombre rebelde, Los justos) y otra más sobre el amor. La única huella de esta última es El primer hombre, una de las grandes obras de la literatura del siglo XX, una novela, dijimos, dedicada por el escritor a su madre de forma explícita: “A ti, que no podrás jamás leer este libro”. Era analfabeta y ni siquiera había podido leer la carta en la que le comunicaban que su marido, el padre de Albert, había muerto en el frente el 11 de octubre de 1914. Tampoco pudo leer las obras de su hijo, pero supo aconsejarle que no fuera al Elíseo: “No es para nosotros”. Y no fue.
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