Ilustración de Fernando Vicente |
Cómo Flaubert convirtió a ‘Madame Bovary’ en una persona real y otros secretos de su éxito
WINSTON MANRIQUE SABOGAL
9 de diciembre de 2021
“Madame Bovary soy yo”, dijo Gustave Flaubert. Madame Bovary somos todos. Madame Bovary está en cada persona, lo que sucede es que solo ella tuvo el valor de ser fiel a sí misma al ir detrás de sus sueños, de su ideal sin mediar con la razón. Puro impulso romántico.
Gustave Flaubert creó el extraordinario juego cervantino en el cual la imaginación y deseos del personaje colonizan su vida real y trastocan la realidad con la ficción, en este caso al ir detrás del amor que para ella termina por ser un espejismo.
“De Flaubert siempre me sorprendió su mítica enunciación ‘Madame Bovary c’est moi’ y lo que tuvo que encarar cuando se ‘feminizó’ literariamente”, explica la escritora puertorriqueña Mayra Santos-Febres.
Esa «Madam» que lo habitó y que habló a través de él en su novela, añade Santos-Febres, “inicio, junto con Anna Karenina y otras novelas fundacionales del romanticismo y de la Modernidad, la entrada del sujeto ‘mujer’ como protagonista de la literatura y de la palabra pública. Emma nombra el deseo mujer y por ello muere. Sus ansias de libertad, sus ‘errores románticos’, su escape del proyecto/prisión de lo doméstico se sostienen a lo largo de dos siglos. Todavía la moralidad patriarcal aprisiona a muchas de nosotras”.
Esa mirada del siglo XXI sobre el personaje de Flaubert (12 de diciembre de 1821- 8 de mayo de 1880), con el cual WMagazín conmemora su bicentenario en esta segunda entrega (primera entrega aquí), llega en un momento de lucha justa por las igualdades entre hombres y mujeres. Mayra Santos-Febres, asegura que “todavía el afán de control de nuestros cuerpos provoca juicios y debates acerca de nuestros derechos inclusive a caminar por la calle de noche solas, a llegar vivas a nuestras casas, a controlar nuestra capacidad de gestar y de a quien amar”.
Una persona llamada Emma Bovary
Es ahí, en el adelanto rebelde de Emma Bovary donde reside parte del secreto de su éxito. La novela fue catalogada como obscena en su momento y, dice la escritora puertorriqueña, “al leerla, muchos pensarán que hoy denota una sensibilidad anticuada. Sin embargo, cuando pienso en Madame Bovary, y, también en La educación sentimental, me sigo deleitando en la minuciosidad descriptiva del autor, no de los encuentros sexuales, sino de los detalles de la intimidad. Emma Bovary piensa, siente y desea y eso la hace persona, es decir, capaz de libre albedrío”.
Fue una revolución para la época una mujer así creada por la mente de una persona para deleite literario de la humanidad a través de sus sueños y deseos privados.
Su invención llevó a Gustave Flaubert a la cárcel, «una novela que lo encumbró y corrigió de forma prolija durante los cinco años que duró su escritura. Se atrevió con una protagonista, Emma Bovary, que rompía todos los cánones y pagó su pecado en aquella sociedad de profunda raigambre patriarcal y machista”, explica Cristina Pineda de la editorial Tres Hermanas que empezó la celebración del bicentenario del natalicio de Flaubert en 2020 con una nueva traducción de su obra cumbre ilustrada por Fernando Vicente y prólogo de Mario Vargas Llosa.
Gustave Flaubert, añade Pineda, “pintó el retrato de una heroína valiente y describió con hondura y certeza la personalidad femenina rompiendo él también como hombre los estereotipos de que solo las mujeres pueden adentrarse en las profundidades y abismos, sutilezas y sensibilidades femeninas”.
Una criatura surgida de la mente de un devoto del arte de la escritura entregado al estilo y la búsqueda del mejor lenguaje para insuflar vida a sus personajes y su mundo. Eso hace, dice Cristina Pineda, que “Madame Bovary siga siendo una figura inspiradora. Por su rebeldía, sus ganas de vivir, su pasión, su inconformismo, su fortaleza y sus debilidades. Humana demasiado humana, que diría Nietzsche. A nadie deja indiferente”.
Esa novela fue realmente el bautizo literario de Flaubert. Alcanza la cumbre novelesca con un tema poco explorado entonces, según Antonio Álvarez de la Rosa, su traductor de la correspondencia en El hilo del collar (Alianza),. Se tratda, dice, de «la vida cotidiana de la gente normal, la mediocridad, incluso la estupidez, de un micromundo rural, la misma, por cierto, que se desarrolla en el macromundo de cualquier época y lugar. También en nuestro rabioso presente -en el que nos hace rabiar, quiero decir- podríamos encontrar, por ejemplo, lo que él ya imaginaba en plena gestación de esa novela, tal y como le vaticina el 1 de septiembre de 1852 a Louise Colet, otra de sus tres grandes corresponsales: ‘Si mi libro es bueno, cosquilleará suavemente en varias llagas femeninas. Más de una sonreirá y se reconocerá. Habré conocido vuestros dolores, pobres almas oscuras, húmedas de melancolía recluida, como el musgo en las paredes de vuestros patios traseros de provincias‘. Y es que Flaubert no fue adivino, sencillamente supo mirar intensamente y reflejar por escrito su visión del mundo”.
El poder sobre el lector
Flaubert fue un benedictino laico en la celda de su escritura, dice Álvarez de la Rosa: “Si el lector actual sigue encontrando en su obra su propia condición humana -la misma de siempre, por cierto-, es porque nunca olvida lo esencial: la búsqueda infatigable de la palabra precisa, de una y no de otra palabra para señalar algo, de la frase musical que nos haga surfear por entre las líneas de la prosa y que acabe alumbrándonos la imagen de la realidad contada. Para conseguir esa escritura ideal tuvo que convertirse, como él mismo dijo, en un ‘hombre-pluma’, amarrarse al duro banco de la prosa, escribir sin desmayo y corregir hasta la extenuación. Así se lo hace saber a su amiga George Sand, el tercer pilar femenino de sus grandes corresponsales: ‘Hay que sentir con fuerza con el fin de pensar y pensar para expresar. Todos los burgueses pueden tener mucho corazón y delicadeza, estar llenos de los mejores sentimientos y de las mayores virtudes sin que por ello se conviertan en artistas. En fin, creo que la Forma y el Fondo son dos sutilezas, dos entidades que jamás existen la una sin la otra” (10 de marzo de 1876)”.
Uno de los admiradores más rendidos a Flaubert y Madame Bovary es Mario Vargas Llosa. El Nobel peruano no se cansa de alabar las virtudes literarias de la novela tanto en su carpintería y talento como en la capacidad de embrujo que ejerció sobre él como lector. En el prólogo magistral de la edición del sello Tres Hermanas, Vargas Llosa confiesa su encuentro con la novela en sus años juveniles en París y cómo surgió ese amor incondicional:
“Desde las primeras líneas el poder de persuasión del libro operó sobre mí de manera fulminante, como un hechizo poderosísimo. Hacía años que ninguna novela vampirizaba tan rápidamente mi atención, abolía así el contorno físico y me sumergía tan hondo en su materia. A medida que avanzaba la tarde, caía la noche, apuntaba el alba, era más efectivo el trasvasamiento mágico, la sustitución del mundo real por el ficticio. Había entrado la mañana —Emma y Léon acababan de encontrarse en un palco de la Ópera de Rouen— cuando, aturdido, dejé el libro y me dispuse a dormir: en el difícil sueño matutino seguían existiendo, con la veracidad de la lectura, la granja de los Rouault, las calles enfangadas de Tostes, la figura bonachona y estúpida de Charles, la maciza pedantería rioplatense de Homais, y, sobre esas personas y lugares, como una imagen presentida en mil sueños de infancia, adivinada desde las primeras lecturas adolescentes, la cara de Emma Bovary. Cuando desperté, para retomar la lectura, es imposible que no haya tenido dos certidumbres como dos relámpagos: que ya sabía qué escritor me hubiera gustado ser y que desde entonces y hasta la muerte viviría enamorado de Emma Bovary. Ella sería para mí, en el futuro, como para el Léon Dupuis de la primera época, “Pamoureuse de tous les romans, l’héroine de tous les drames, le vague elle de tous les volumes de vers”.
«La forma es el fondo»
¿Qué escritor está detrás de toda esta magia que convierte la ficción en algo real en el lector? La correspondencia de Flaubert con Louise Colet, dice el traductor de El hilo del collar, “nos descubre a un escritor que quiere serlo, un principiante que, mientras escribe, avanza muy lentamente, se estanca y no para de corregirse, logra hormigonar los cimientos de la novela moderna, las bases sobre las que, sin apenas darnos cuenta, la literatura posterior ha sido capaz de contarnos un mundo diferente al de Flaubert. In itinere, mientras gasta y gasta plumas de oca y llena y corrige miles de folios, sienta, por ejemplo, la perfección de su estilo, ‘la forma es el fondo’, la prosa hecha poesía, la elección de las palabras a la búsqueda de sus efectos sinfónicos, las innovaciones técnicas, la misma intensidad del foco narrativo sobre las personas que sobre los objetos -su reflejo en el cine-, el monólogo interior, los tiempos verbales de siempre utilizados para conseguir nuevos efectos, el tempo de Flaubert que, más adelante, Joyce o Proust estirarán hasta casi el infinito, la impersonalidad y el punto de vista del narrador, toda una serie de hallazgos que convierten a esa novela en una de las piedras angulares de la literatura contemporánea”.
La vigencia de Madame Bovary en los lectores y las editoriales trasciende a la novela y su historia al ser un documento en sí mismo, según Álvarez de la Rosa:
“Nos ayuda a conocer mejor a la mujer y, por ello mismo, a los hombres. Como todos los grandes escritores, Flaubert ha sido observado con las lupas histórica, sociológica, psicológica, ideológica, en realidad con todo el repertorio óptico de la crítica literaria. Hay, incluso, quien lo ha tachado de machista, pero lo importante para la posteridad no es ni su misoginia ni su familiaridad con los burdeles ni su encastillamiento respecto al sexo femenino. Es la obra la que sobrevive al escritor”.
La prueba, añade el traductor, es que, aunque el lector ignore cómo fue la vida de Flaubert, “esta novela seguirá aclarándonos quiénes somos como seres humanos. Para un genio como él, que devoraba la vida y la vomitaba en la creación, la realidad es solo un trampolín de la imaginación. De putañeros y de despreciadores de la mujer están llenos los cementerios y, lo que es peor, quizá también nuestras calles. Sin embargo, son muy escasos personajes literarios femeninos como los de Emma Bovary, es decir, seres de carne real, radiografías de nuestra condición humana, la misma de siempre, aunque parezca lo contrario”.
Y por todo eso y más sigue siendo leída y admirada, según Álvarez de la Rosa, y porque es, insiste, “uno de los grandes análisis de la necesaria ilusión que todos llevamos guardada en la mochila de nuestros pensamientos, la dificultad de soñar con otra vida, a condición de no sustituir lo soñado por lo real, la lucha por conseguir que ambos convivan sin producir más frustraciones de las normales. Ese es el meollo, creo, de la historia narrada en una novela cuya realidad ficticia es más real que la vida misma”.
Un romance inmortal
Es en ese mundo privado hecho público en la novela a través de lo que hace y piensa Emma Bovary donde reside otra parte del secreto de su éxito. Mayra Santos-Febres asegura que “el deseo de una mujer, sea civil, sexual, político, ecológico o económico, se sigue catalogado como obsceno. Hay otros autores que hoy se apropian de esta lucha como truco mercantil literario. A Flaubert, en cambio, mucho le costó aliarse a nuestra causa. Por eso, aún reclamo a Madame Bovary como hermana”.
Y Mario Vargas Llosa no deja de admirar y amar esa novela y a su protagonista cuando confiesa en el prólogo, tras contar su descubrimiento del libro y el asombro que le produjo, cuando escribe en la estela de Emma:
“Y así llego al final de mi historia de amor. Es triste y grandioso, como el de toda historia romántica que se respete, esas que le gustaban a Emma y que me gustan a mí. Es triste porque esta larga y fidelísima pasión nació condenada, por la miserable razón de existencia, a verterse en una sola dirección, a ser solicitud sin respuesta, y porque la última imagen de la historia remeda a la primera: el amante, solo, el corazón acelerado de deseo, los ojos fijos en el libro que sus manos tienen con ternura, y en la mente, como un ratoncito de dientes carniceros agazapado en una cueva profunda, la terrible certeza de que la más terrenal de las mujeres nunca abandonará su recinto sutil para acudir a la cita. Pero el amante no desiste, porque esta dama ha colmado su vida de una manera sin duda menos gloriosa, pero quizá más durable, que la que permite el amor compartido, donde, como aprende Emma, se está siempre expuesto a comprobar que todo es transeúnte, y porque su señora, aunque nunca ha tomado cuerpo ni estado en sus brazos, seguirá naciendo para él en una perdida granja del país de Caux y repitiendo su aventura cuantas veces se lo pida, con docilidad maravillosa, sin dar muestras de fatiga ni aburrimiento”.
WMAGAZIN
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