Entrevista con Wolf Wondratschek
Editorial Libros de Sawade celebra el 75 aniversario del escritor alemán Wolf Wondratschek con la publicación de Carmen, obra en la cual se condensa su talento como poeta.
Wondratschek es considerado como el secreto mejor guardado de la literatura alemana. Nos ha concedido ya el capricho de hablar más sobre su vida en Mi biografía en pocas palabras. ¿Pero qué significa leer a Wondratschek? Pues, como bien se ha dicho: “No sin motivos te conviertes en un autor de culto”. En una reciente entrevista con su editorial en Alemania, el autor nos ilustra más sobre su proceso creativo.
“Es extraño todo lo que tenemos que inventar para comprender la vida, pues ¿qué sería la realidad sin una conciencia de su invención, qué valor tendría sin el consuelo del humor, y qué verdad habría en el amor sin el destino de aquéllos que sufren?”
Desde sus inicios como escritor en los setenta, Wondratschek ha experimentado con la prosa breve y la poesía, pasando hacia formas más largas como el reportaje y la novela. En retrospectiva, vemos una producción literaria infinitamente rica en forma, materia y estilo. ¿Existe algún leitmotiv o tema subyacente en su obra? Al mirar cualquiera de sus libros –casi siempre por azar–, Wondratschek confiesa sentirse sorprendido ante el hecho de ser él mismo su supuesto autor, lo cual no es ningún halago: “No guardo memoria de lo que he escrito. Nunca he seguido algún tipo de esquema al escribir. Los libros llamaban a mi puerta y yo los invitaba a pasar, acogiéndolos con calidez. Al convertirse una idea en una conversación conmigo mismo, escribía la primera oración, y, si corría con suerte, era seguida por una segunda y tercera. Eventualmente, terminaba enmarañado en medio del todo. Tan sólo soy parcialmente responsable de lo que, dentro del texto, se revela en la siguiente página, aún en blanco. Sí asumo completa responsabilidad de la palabra indicada en el lugar indicado, de la falta de trivialidad, de la precisión. Pero no reclamo ningún tipo de mensaje, ya sea de naturaleza política o social”.
En sus novelas la perfección frecuentemente ocurre en conexión con la música. Para Wondratschek ¿qué papel tiene la perfección en el arte? “‘Perfección’ es una palabra peligrosa. Aquella persona que aspire a la perfección inevitablemente fracasará o llevará a sus lectores a una muerte por aburrimiento. Un libro conoce más que su propio autor. Lo mismo es verdad para la música. Un músico perfecto, si tal cosa existe, está destinado al fracaso en cuanto se encuentre cara a cara con eso que podríamos llamar el misterio de la música. Lo que podemos hacer, tanto el escritor como el músico, es procurar desplazar todo lo que tiene importancia hacia la lejanía, dejando atrás su resplandor sobre el papel. Cualquiera que crea en la perfección no vale un centavo”.
Durante muchos años escribió exclusivamente poemas de una fascinante variedad en términos de forma, ritmo y estilo. Más adelante vino la prosa. ¿Hubo algún momento de inflexión en esa transición de un género a otro? ¿Se caracterizan la prosa y la poesía por dos temperamentos poéticos distintos, o se alimentan ambas de una misma energía creativa? Para Wondratschek, escribir un poema, o un relato breve o una novela son disciplinas completamente diferentes: “Un poema puede llegar totalmente inadvertido. Un relato breve o una novela se prefiguran por la excitación, por una vibración que se apodera del cuerpo. Y una cosa es cierta para el escritor: le aguardan días y noches largos y pesados. Una ardua labor le espera. En las fases tempranas de una obra todo es incierto. ¿Qué se debe hacer? ¿Nadar o flotar a la deriva? ¿Dar un paseo o darse un chapuzón? ¿Caos u orden? Resulta tentador el entregarse a la intuición o a la inspiración, siempre que uno no se entretenga con los cazadores que buscan llevar a este elusivo animal hacia la tierra, sino que se contente, para empezar, con preparar más café y encenderse otro cigarrillo”.
Vladimir Nabokov siempre ha sido y siempre será un autor clave en la formación de su persona y de su obra: “Desde la primera vez que leí algo de él –ya un poco tarde en mi vida, un relato breve titulado Primavera en Fialta– su aliento le ha dado vida a todo lo que escribo. La sangre corre a mis sienes, la calidez asciende entre mis hombros, y un sosiego íntegro me fortalece. Lo que siento por él se podría considerar como la ‘gran ovación’ que ocurre en una sala de conciertos”.
La ciudad de Viena, la cual con frecuencia aparece en su obra, ha sido un golpe suerte para él durante ya veinte años: “Nadie se molesta por quien soy o por lo que hago allí. Puedo vivir en mi pereza, brillando con una profunda inquietud interna, sin ser molestado. Viena es el lugar ideal para no ser de este mundo. Allí los siglos se abrazan gentiles unos a otros, sus ecos resuenan con música, los muertos alegrando el paso de los vivos. Es muy extraño todo eso, con la nariz apuntando hacia el este y el cimiento firmemente en Europa”.
"Cuando me preguntan –y con frecuencia lo han hecho a lo largo de mi vida– si hay una conexión entre la música y el alcohol, les recomiendo que escuchen a Beethoven.”
Desde sus primeras publicaciones, Wondratschek trajo un nuevo tono a la literatura alemana, uno que nunca antes se había escuchado. Fue un tono audaz, inmediato, ágil. Iniciando con la colección de prosa Antes comenzaba el día con una herida de bala, publicada por la Editorial Hanser en 1969, la escritura de Wondratschek ha tenido ese aura de libertad, un cierto espíritu bohemio, el cual llegó a ser el sello distintivo para los tiempos de toda una generación. El cuarto de Chuck fue el fenómeno que lo hizo famoso de la noche a la mañana: se vendieron más de 300 000 ejemplares de este desenfrenado blues sobre la vida y el amor. Leer a Wondratschek significó dar un paseo por el lado salvaje. Estos poemas fueron una promesa, dando voz al anhelo por una existencia radical y sin compromisos.
Comenzó a viajar por todo el mundo escribiendo reportajes para revistas internacionales. Vivió en México, donde fue a buscar a John Huston durante la filmación de su película basada en Bajo el volcán de Malcolm Lowry. Pasó varios meses en deteriorados gimnasios de Nueva York, donde escribió sus aún legendarios reportajes sobre boxeo, se hizo amigo de Nelson Algren, y deambuló por SoHo con Veruschka. Dejó huella en la vida artística-literaria de Munich durante los setenta y ochenta junto a Rainer-Werner Fassbinder, Patrick Süskind y Bernd Eichinger.
La escritura de Wondratschek siempre perteneció al underground, y, en cierto sentido, ha permanecido así hasta hoy. Su obra se ha poblado de los outsiders de la sociedad, de boxeadores, maleantes, prostitutas y artistas fracasados. Sus poemas fueron y aún son obras de arte altamente elaboradas, formalmente virtuosas, llenos de citas y alusiones literarias ocultas.
En los noventa, empezó a escribir novelas y ficción breve para publicarlas en la Editorial Hanser. Su obra adquirió una nueva dimensión: surgió una nota épica, reminiscencia de Proust. Comenzó a escribir una arqueología personal y única del alma, llena de excéntricas figuras al estilo de Beckett, así como de maravillosas observaciones en las cuales la vida se muestra en todas sus locas, dolorosas y bellas contradicciones.
Wondratschek ha hecho compañeros de los temas en los que se ha enfocado a lo largo de su vida: la anarquía del amor, el éxtasis de estar solo, la fragilidad de nuestra existencia y la intensidad del arte. Lo ha hecho usando un lenguaje que evoca la elegancia de Vladimir Nabokov, la energía sin límites de Hunter S. Thompson y la intensidad de Roberto Bolaño.
Deja que llueva, largo y con fuerza. Deja que llueva hasta el oscurecer, hasta que salgan las estrellas. No creo en Dios. Soy un tipo de creyente distinto, más antiguo.
Su editorial alemana concluye, y nosotros con ella: ¡Lean a Wondratschek!*
EDITORIAL HERDER
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