viernes, 9 de diciembre de 2022

Carta de Alda Merini a su médico en el manicomio






Carta de Alda Merini 
a su médico en el manicomio
            Distinguido profesor, sé que le han reportado que yo no tomo regularmente sus medicinas. Naturalmente se trata de los chismes cotidianos de hospital que lamentablemente arruinan algunas veces con su maldad, la buena fe de quienes creen en la lealtad del prójimo. Es verdad, alguna vez omití el Nobirium porque no quería caer en el mismo estado de inconciencia y deseaba mantenerme un poco despierta, algo activa, pero si un enfermo no toma los medicamentos prescritos lo más grave no está en la omisión de los mismos, sino en su propósito, absurdo y enfermo, de no querer sanar. Quien viene a referirle estas cosas demuestra una intención muy mezquina y yo en mi simplicidad y también en mi enfermedad me alegro de no estar entre las filas de aquellos que se hacen llamar espías.
Vea que en estos momentos mi equilibrio está sano, pero antes de que yo pueda acceder a una cierta claridad sucede que doy rienda suelta a las lágrimas que aglomeran tantas y tantas tristezas. Por ejemplo, ayer vi un pajarillo que jugaba en la arena, era tan tierno, tan patético, que vi reflejada mi criatura. Le parecerá absurdo pero usted, como hombre, no puede saber lo que se siente palpitar dentro otro corazón, sentirlo suyo durante algunos meses, entregarse y ser continuamente gratificada con este nuevo amor que surge. Como quisiera hacérselo entender y como quisiera que también comprendiera que toda mi confusión no es más que un gran dolor contenido, tan grande, cuán grande puede ser la medida de un sacrificio humano.
La detuve por algunos meses y quizás lo haré de nuevo, esta mañana me había prometido las medicinas que después no me prescribió, haciéndome entender así que me tomaba por pobre exaltada. Pero si el dolor es exaltación entonces puedo decir que todo el género humano se encuentra en este estado y mi dolor, mi luto por la muerte de mi conciencia es el dolor de toda nuestra pobre comunidad humana. No confío en los medicamentos, no, se lo digo con franqueza, porque durante estos meses nunca me he sentido alegre por nada y cuando algo no se toma con la confianza necesaria no da ningún resultado, porque solo la fe es la primavera de todo, incluso de las curaciones.
Yo, para sentir esta fe necesitaría sentirme amada y en lugar de ello, esta mañana, mi marido aún no ha venido a mí; ahora puedo decirle sinceramente que maldigo su ignorancia, su poca sabiduría, lo amo profundamente y todo este amor lo lancé contra usted porque por años estuve frustrada, maltratada, vilipendiada (despreciada). Querido doctor, de usted no espero nada en realidad, sólo mi marido, con un gesto, un consentimiento, un acto de comprensión podrá sanarme y es con esta intención que me gustaría dirigirle esta carta.
Sólo él podrá, si acaso quiere, ser mi médico, de otro modo mi final ya está marcado. Si desea ayudarme es en este sentido que puede mover sus habilidades. Ahora lo dejo, pero he pasado con usted tantas horas de cálida confianza, he conversado, he penetrado en su mente y la suya ha penetrado en la mía como un padre. Cuando le digo estas cosas no me malinterprete porque me vienen a la mente ahora los maravillosos versos del padre Davide Turoldo que dicen: no tengo manos que me acaricien el rostro, duro es el oficio de estas mis palabras.
Y si he amado tanto en mi vida no significa que la sociedad me deba condenar, si ni siquiera Cristo condenó a Magdalena sino que la admitió entre sus seguidores. Perdone el tiempo que le robé. Cuanto voy con usted y le hablo de , es como si hablara con un ángel, algo que sólo a mí se me ha dado ver  y sentir, algo de incorpóreo que no admite algún deseo. Por eso espero me disculpe.

Alda Merini


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