Vladimir Nabokov
El original de Laura.
Morir es divertido
Javier Aparicio Maydeu
30 junio 2010
Durante la primavera de 1977 la mala salud obligó a Nabokov a sustituir el lujoso hotel Montreux Palace por una clínica de Lausana en la que seguiría escribiendo febrilmente The Original of Laura, la novela incompleta, trunca y póstuma que su hijo Dmitri decidió publicar contra la voluntad de su padre, que quiso que el pálido fuego de las llamas del olvido la quemaran, como quiso que ardiera Lolita. Alfred A. Knopf la publicó en Nueva York, en 2009, en una hermosísima edición facsímil de la que el lector puede extraer todas y cada una de las 138 fichas de archivador en las que Nabokov también escribió, como hizo con sus obras anteriores, esta novela in progress apenas si esbozada y aún por desarrollar (“Me gusta escribir mis cuentos y novelas en fichas, numerándolas luego cuando toda la serie está completa. Cada ficha es reescrita muchas veces. Aproximadamente tres fichas componen una página mecanografiada”; “la pauta de la cosa precede a la cosa. Lleno los claros del crucigrama en cualquier punto que se me ocurra elegir. Esos trozos los escribo en fichas hasta que la novela está terminada”, Vladimir Nabokov, Opiniones contundentes); fichas manuscritas en anverso y reverso, corregidas, tachadas, borradas y reescritas hasta la saciedad y (des)ordenadas con arreglo al modo en que el autor de Ada o el ardor acostumbraba componer sus novelas, no linealmente, como pudiera creerse, sino en contrapunto, avanzando la redacción de los capítulos simultáneamente y pudiendo alterar el orden de la composición valiéndose de una elevada capacidad de maniobra.
El original de Laura y la edición facsimilar y bibliófila de Knopf, como de forma más modesta la de Anagrama, que reproduce sólo el anverso de las fichas, constituyen una insólita oportunidad de acceder al taller del novelista y a su proceso de creación, la elección de le mot juste, al avance y las contradicciones del diseño de la estructura misma de la novela, de por sí una experiencia sumamente gratificante para la inmensa mayoría de los lectores, que están acostumbrados a leer el producto final sin siquiera reparar en la existencia de un proceso previo de creación.
En realidad, el interés de la publicación de esta novela póstuma nabokoviana radica en lo anterior, en la posibilidad que se le brinda al lector de acceder al proceso creativo –sin duda espectacular en manos del cazamariposas ruso precisamente por su peculiar método compositivo en fichas de cartón pautadas para archivador– pues la novela en sí, apenas un borrador dubitativo, no permite un juicio crítico. ¿Qué tenemos? Piezas para armar, un puzzle cuya imagen se intuye pero no se ve aún, una joyita para fetichistas, bibliófilos, nabokovianos militantes y amantes de las vueltas de tuerca narrativas, o de los relatos otoñales (o, mejor, invernales) de autores míticos, un nuevo ejemplo de metaficción nabokoviana, en este caso una novela-dentro-de-la-novela con médico maduro, intelectualmente brillante y físicamente decepcionante,
el neurólogo Philip Wild, recreación del intelectual Albinus de Risa en la oscuridad, y esposa jovencita, casquivana y perversa, Flora, recreación de Lolita, uno de cuyos amantes, el supuesto narrador de la novela, escribe a su vez una novela à clef cuya trama es el affaire entre ambos y en la que ella se convierte en Laura “y el ‘yo’ del libro es un hombre de letras neurótico e indeciso que destruye a su amante en el acto mismo de retratarla”, un hombre de letras tan neurótico, piensa el lector del autor ruso, acostumbrado a sus guiños autobiográficos, como el propio Nabokov. Fragmentos de esta historia conviven en las fichitas con fragmentos de un extraño ensayo psicológico del doctor Wild acerca de la posibilidad de autoextinción o de autodisolución, ensayo excéntrico que habría que relacionar con el tópico del memento mori, de la previsión de la decadencia y de la muerte, en contrapunto con otros motivos sumamente nabokovianos, a saber, los ritos libertinos, la concupiscencia y la lujuria macerándose en el alcohol de la cotidianidad, el cosmopolitismo (del lenguaje de la novela tanto como de los amantes que transitan por sus páginas, uno de los cuales, Hubert H. Hubert, es innecesario advertir que le guiña un ojo al Humbert Humbert de Lolita), las referencias a los cuentos de hadas y al ajedrez, el galimatías de las instancias narrativas y los narradores no fiables, el empleo del lenguaje como una pirotecnia festiva (“mientras su bicicleta se bamboleaba en la niebla indeleble. También ella sabía mover las piezas, y le encantaba lo del peón que come en passant”), la mundanidad doméstica (“Estaba disfrutando de un petit-beurre con mi té del mediodía...”), la literatura señoreando el relato y el sexo señoreando la literatura. El universo de Nabokov encerrado en 138 fichas, apenas 45 páginas mecanografiadas que concluyen con una lista de sinónimos de “eliminar”, “suprimir”, “borrar”, “tachar”, “cancelar”, “anular”, “obliterar”, seguramente una referencia, sí, a la desaparición del individuo, a la muerte, pero tal vez un modo irónico de referirse, en cambio, al propio texto embrionario, ahogado en dudas y malbaratado por el bloqueo o por la falta, siempre ingrata, de creatividad.
En realidad, el interés de la publicación de esta novela póstuma nabokoviana radica en lo anterior, en la posibilidad que se le brinda al lector de acceder al proceso creativo –sin duda espectacular en manos del cazamariposas ruso precisamente por su peculiar método compositivo en fichas de cartón pautadas para archivador– pues la novela en sí, apenas un borrador dubitativo, no permite un juicio crítico. ¿Qué tenemos? Piezas para armar, un puzzle cuya imagen se intuye pero no se ve aún, una joyita para fetichistas, bibliófilos, nabokovianos militantes y amantes de las vueltas de tuerca narrativas, o de los relatos otoñales (o, mejor, invernales) de autores míticos, un nuevo ejemplo de metaficción nabokoviana, en este caso una novela-dentro-de-la-novela con médico maduro, intelectualmente brillante y físicamente decepcionante,
el neurólogo Philip Wild, recreación del intelectual Albinus de Risa en la oscuridad, y esposa jovencita, casquivana y perversa, Flora, recreación de Lolita, uno de cuyos amantes, el supuesto narrador de la novela, escribe a su vez una novela à clef cuya trama es el affaire entre ambos y en la que ella se convierte en Laura “y el ‘yo’ del libro es un hombre de letras neurótico e indeciso que destruye a su amante en el acto mismo de retratarla”, un hombre de letras tan neurótico, piensa el lector del autor ruso, acostumbrado a sus guiños autobiográficos, como el propio Nabokov. Fragmentos de esta historia conviven en las fichitas con fragmentos de un extraño ensayo psicológico del doctor Wild acerca de la posibilidad de autoextinción o de autodisolución, ensayo excéntrico que habría que relacionar con el tópico del memento mori, de la previsión de la decadencia y de la muerte, en contrapunto con otros motivos sumamente nabokovianos, a saber, los ritos libertinos, la concupiscencia y la lujuria macerándose en el alcohol de la cotidianidad, el cosmopolitismo (del lenguaje de la novela tanto como de los amantes que transitan por sus páginas, uno de los cuales, Hubert H. Hubert, es innecesario advertir que le guiña un ojo al Humbert Humbert de Lolita), las referencias a los cuentos de hadas y al ajedrez, el galimatías de las instancias narrativas y los narradores no fiables, el empleo del lenguaje como una pirotecnia festiva (“mientras su bicicleta se bamboleaba en la niebla indeleble. También ella sabía mover las piezas, y le encantaba lo del peón que come en passant”), la mundanidad doméstica (“Estaba disfrutando de un petit-beurre con mi té del mediodía...”), la literatura señoreando el relato y el sexo señoreando la literatura. El universo de Nabokov encerrado en 138 fichas, apenas 45 páginas mecanografiadas que concluyen con una lista de sinónimos de “eliminar”, “suprimir”, “borrar”, “tachar”, “cancelar”, “anular”, “obliterar”, seguramente una referencia, sí, a la desaparición del individuo, a la muerte, pero tal vez un modo irónico de referirse, en cambio, al propio texto embrionario, ahogado en dudas y malbaratado por el bloqueo o por la falta, siempre ingrata, de creatividad.
Desengáñense, la verdadera última novela de Nabokov es y seguirá siendo ¡Mira los arlequines! (edición española en Cátedra), su testamento narrativo en forma de partida de ajedrez contra el lector y con las fichas de su propia obra. El original de Laura es un montón de fichas que contiene un arranque prometedor, el planteamiento de lo que podría haber sido una novela magistral (pero no sabremos nunca si lo hubiese sido) y frases deslumbrantes marca de la casa, pero también incontables dudas, párrafos a medio redactar, fragmentos de capítulos posteriores, borradores, meras notas inconexas sobre el papel y un mar de posibilidades textuales que la muerte del autor secó irremisiblemente. Lean el proyecto, disfruten del proceso creativo de un genio creador e imaginen lo que podría haber sido y no fue, pero no caigan en la tentación de confundir este monstruo in progress con una novela, y menos con una novela en fragmentos, como rezan las portadas de las ediciones. Fragmentos de novela, en todo caso. ~
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